Intrusos bien flojitos de papeles
Ellas eran todas minas; minitas, pibas. Una “patota” de mujeres munidas de carritos, mamaderas, niños y bebés. “Cria/turas”, les dicen ellas. Así, acentuando la primera sílaba, donde el criar pareciera que se pone en primer plano.
“Estábamos con las criaturas y la policía nos rompió todo. No nos quedó nada ni de los cochecitos ni de la ropa de los bebés”, le cuenta una de ellas a uno de esos dos periodistas que semanalmente preguntan desde un supuesto progresismo bien pensante y de color pastel.
Ellas les acaban de quebrar la lógica. Los dos, se nota, pensaban ir por el lado de la pobreza necesitada, esa que carecería de viveza y de estrategia, esa a la que la lástima le basta. Porque cuánto le gusta y le sirven la lástima y la caridad a la derecha y a su lenguaje preferido, la tele. Los dos, se les escapa, pensaban luego sermonear un poquito; desde ese decir dicho desde un escaloncito más arriba y señalarles cuán incorrecto e ilegal es ocupar.
Pero ellas no les dejaron margen. No les abrieron resquicio. “¿Ustedes quieren vivir en esos terrenos? ¿No saben que están contaminados?”, les pregunta el menos cínico de los dos, el más profundo, el muchas veces genuinamente preocupado por encontrar algún equilibrio.
“¡No! Ahí, así como está, no se puede estar. Pero nosotros necesitábamos que nos vieran, que nos prestaran atención. Por eso tomamos”.
Tanta sociedad del espectáculo, tanto territorio mediático como único espacio de disputa posible, tanto con que lo que los medios cuentan es lo que la realidad es, tanto con que fuera de la lógica de la comunicación no hay nada, tanto con que los canales, radios y diarios son el reflejo que ¡Tomá!. Ahora, ¡háganse cargo!. Si por afuera de la tele no hay nada, ellas querían estar en la tele. Y ahí estaban. Sentadas en el estudio. En vivo. Las que tomaron. Las que ocuparon. Con fiereza y con una estela infinita de historia, aunque la mayoría no pase los 30 y posea poca palabra para contarlo ordenadamente.
Ellas son hijas de los noventa, con pibes hijos y con padres aún también hijos a quienes la década infame empujó hacia el lado más alejado de los márgenes. Y a quienes la década ganada aún no ha podido acurrucar y contener. Si los medios, ya lo sabemos, no son el reflejo de lo pasa, ellas y sus historias son el espejo de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que permitimos que hicieran, de lo que consentimos en que nos convirtieran, y de lo que aún no hemos podido realizar.
Ella también es hija de los noventas. Pero del lado A de los 10 años del menemato que tiró a tres generaciones por la ventana. Ella también es mina, una piba. Pero sonríe bastante más a menudo que las ocupantes del predio de Villa Lugano, lindero a la Villa 20.
Es la miembro más rica del gabinete PRO. Y a inicios de la década mutilada, el desde siempre postulante por el Partido Obrero, en aquella oportunidad como candidato a presidente de la Nación, mandó a su papá a que trabajara. Por televisión –cuando ese soporte recién empezaba a engullirse del todo a la política- vociferó: “no paguemos la deuda usuraria y que el Citibank vaya a laburar”.
Ella se llama Carolina Stanley. Su padre, Guillermo; fue presidente del Citibank y uno de los principales accionistas del fondo de inversión DyG. Es dueño, -así que ella también- de Havanna y Fenoglio, entre otras decenas de inversiones y dicen los chismes que están por traer otra vez al país a Pizza Hut, Wendy’s y Kentucky Fried Chicken.
Carolina Stanley es la Ministra de Bienestar Social del gobierno de Mauricio Macri. Las consecuencias de un tornado en 2012 no le interrumpieron el fin de semana largo que se había tomado la funcionaria. Pero esta vez parece que se quedó. Suspendió o pospuso el descanso de los feriados de carnaval.
Habla más pausado que las chicas ocupas. No levanta la voz y tiene un razonamiento y un contar ordenado. Aunque dice poco. Más bien no responde casi nada. Como con desprecio o desparpajo o más bien impunidad. Esa indemnidad que da el apellido, o la guita, o los millones que se acumulan por portación de linaje y cuenta bancaria.
“La respuesta final la tendrá la jueza LIberatori que creó un espacio de diálogo con los vecinos para que entren en razón y vean que lo que están haciendo no es correcto”, le responde a un periodista por radio que se desespera porque ella le conteste que lo que van a hacer es sacar a patadas a esos negros de mierda que lo único que quieren es que le regalen las cosas en lugar de obtenerlas con esfuerzo propio.
Ella no habla así. Habla de consensos, de encuentros, de diálogo. Todo vacío, hueco. Lata pura. Ni negociación dice. Porque la gente como ella no negocia. Es tan, pero tan consciente de su poder que sabe que ni siquiera tiene que intercambiar. Por eso no es agresiva y por eso no se hace ni cargo de una de las puntas de este iceberg de forma diamantada, como es la desidia del gobierno al que pertenece, que desde 2005 está obligado -por la ley 1770- a descontaminar y sanear el predio para allí poder urbanizar. 9 años van de espera. Casi una década de poco salvo vaciamiento, bicisendas, carriles exclusivos y un bla bla que de tan cheto ni se entiende.
Aunque ella es así tiene cerca un par de personajes que parecen no hacerle honor a ese modo no-me importa-absolutamente-nada tan PRO. Supongo que se habrá horrorizado, pero no los desautorizó. Ni a Horacio Rodríguez Larreta, quien justificó la situación con un argumento bastante similar al de la limitada y claramente xenófoba cronista que diferenció a “gente” de “piqueteros” y que habló de la “inmigración de baja calidad”. Claro que él es jefe de Gabinete y eso implica que debería ser más cuidadoso. Pero no. Porque a ellos no les importa. El no es un Rodríguez; es un Rodríguez Larreta y el doblete, habilita.
“Uno puede intentar la urbanización de villas pero cada vez hay más gente. En la Argentina hay una ley migratoria que permite, con mucha facilidad, que uno pueda obtener la ciudadanía”, lanzó el funcionario. Seguro se agarraron la cabeza la Presidenta y el ministro del Interior de la Nación. Una, porque se debe haber visto obligada a salir, otra vez, a pedir disculpas públicas y decir que “la Argentina no va a integrar el club de países xenófobos”. El otro, porque tanto despreciasen la revolución que hizo en el área de la documentación.
Así dijo él. Pero Carolina Stanley no se expidió y tampoco salió a cruzar a otra funcionaria. A Marina Klemensiewicz, cuando en medio del supuesto diálogo iniciado, a los ocupantes les dijo sencillamente “intrusos” y los acusó de estar vinculados con el narcotráfico. La mujer que lanzó al aire esta afirmación tiene un cargo, al menos, paradójico: es la Secretaria de Hábitat e Inclusión del gobierno porteño. Hábitat lleva en el título el puesto, que es el modo correcto y completo para hablar de la vivienda. Inclusión, dice en su tarjeta de presentación.
Hablaba yo de paradojas, de singularidades. Bueno, de incoherencias. Hablaba, en realidad, de impunidad. La que permite la arbitrariedad como moneda corriente entre los de bien arriba y la lupa ante cualquier gesto de los del subsuelo.
Que se entienda: no me interesa la mirada cándida sobre la pobreza, esa que iguala miseria y penuria con bondad infinita y celestial. Esa que habla de carestía y le dice humildad. Porque hay pobres fanfarrones y jodidos y que comercian con la necesidad y porque esa manera entraña su propia contracara. Tiene engendrada la perspectiva que lleva, de un saque, a que esa misma miseria y esa misma penuria sean igual que afano, ejércitos de chorros y únicos consumidores de drogas ilícitas. Por eso ojo con la caridad tan cristiana. A veces confunde y entrampa. Pregunten en Lugano y pregunten en Nordelta. Pregunten por el paco, pero no se olviden del Ribotryl.
Así que convivir con las zonas grises me ayuda a no ser ingenua, pero no me impide ver cómo todo es tan laxo entre los de bien arriba y cuánta vigilancia hay entre los de bien abajo.
Por San Isidro hubo una masiva campaña de adhesión a José María Campagnoli, el fiscal hipervictimizado por los medios más poderosos porque era quien –supuestamente- investigaba la –supuestamente- cometida extorsión por Lázaro Báez.
Nada se dijo, porque es laxo y bien flojito, que la jueza que llevaba esa causa, María Gabriela Lanz “fue imputada por presunto lavado de dinero a pedido de la justicia en lo penal económico por su vinculación con el principal condenado por narcotráfico en la causa denominada Manzanas Blancas´´”, la más grande incautación de cocaína de la historia criminal argentina.
Lanz es pareja de un empresario que se llama Valentín Temes Coto y que fue condenado a 20 años de cárcel por contrabandear 3300 kilos de cocaína en cajones de manzanas para mandarlos a España.
Previo al juicio, Lanz había intentado ofrecerse como garante de Temes Coto en su condición de magistrada para lograr su libertad. Ahora la convocaron como testigo y está sospechada de haber actuado como una suerte de testaferro de los activos que la organización debía blanquear. Hay plata en el Standard Bank, cheques de más 250 mil pesos, una cuenta en el Banco Provincia, transferencias en el Banco Supervielle, venta de cheques de viajeros y compras de dólares y euros por más de un millón de pesos y la obtención de una finca en Entre Ríos de aproximadamente 500 mil pesos.
De eso no se dice nada. Entre ellos las tierras se compran. La plata, esa plata, no importa de dónde viene. Porque hay millones y porque ellos no se llaman Temes, son Temes Coto. De los habilitados por el doblete.
“Nordelta remitía a la naturaleza”, dice Patricia Rojas en su libro Mundo privado. “Acá no había tradiciones que respetar”, pero hablaba de Norte, y en eso sí el hábito se muestra: “el norte es la localización preferencial de las clases altas”.
“En 1973, esas tierras pantanosas a diez kilómetros de la desembocadura del río Paraná eran propiedad del ingeniero civil Julián Astolfini. Él soñó una ciudad que no tuviera los vicios del Estado ni fuera producto de la especulación privada. Nordelta fue concebida como una ciudad abierta. El Estado iba a participar de ese primer Nordelta, no sólo regulando la actividad privada sino promoviendo actividades, haciéndose cargo de los espacios públicos y generando infraestructura de servicios. En julio de 1992, el entonces gobernador Eduardo Duhalde le otorgó aprobación provincial a la creación de un nuevo núcleo urbano con el decreto 1736. Con esto se aumentó el valor de los terrenos y es lo que permitió que en Nordelta se entregasen títulos de propiedad, a diferencia de lo que ocurre en muchas urbanizaciones privadas”.
Mapuche es un club de campo y pudo comprar de lotes, pero además calles públicas y espacios fiscales. Pagó apenas 2 millones de pesos e hizo privado lo que no se vende y antes no lo era. Reforma estatal y reestructuración económica permitieron que el Estado se desentendiera del proyecto y que la privatización del espacio público –para quienes tenían dinero con que quedárselo- ya no fuera delito sino moneda corriente.
Nada se dice porque ahí es todo un poco más laxo, más liviano. Flojito.
Zigmunt Bauman escribió sobre el hábitat. En el capítulo Refugiarse en la Caja de Pandora de su libro Vida líquida afirmó: “desde los antiguos pueblos de la Mesopotamia hasta las ciudades medievales, las murallas, los fosos y las empalizadas marcaban la frontera en el nosotros y el ellos”. Muros y barrios privados. Una costumbre bastante de zona Norte.
Fue en un verano que lanzaron la propaganda de El Dalvian. “´No hay peligro, no hay peligro´, cantaba un nene sin pronunciar la erre. Décadas después se hizo público que este barrio está construido sobre tierras fiscales que pertenecen a la Universidad Nacional de Cuyo. Dice Martín Caparrós en su libro El Interior: ´alguien me cuenta que un barrio llamado Dalvian, una de las zonas más caras para nuevos ricos en Mendoza, está en tierras fiscales, que esos sí son okupas de lujo y que, por supuesto, el Grupo Vila tiene que ver con eso. Los expedientes se perdieron y que nunca más se supo´”. Desde que en 1896 el Estado Nacional donara parte de esas tierras a la provincia de Mendoza, hasta la jueza vecina, esa tal Olga -no tan Pura- de Arrabal que le dio espacio a la primera traba a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, el conflicto por ese predio viene judicializado.[i]
Pero ahí no hay ni cámaras de televisión, ni escándalo, ni progresistas con la vara del deber ser, ni horrorizados por la llegada de intrusos. Porque aunque hay ocupas, el tono es bastante más flojito.
En octubre de 2012 los más poderosos de la provincia de Buenos Aires se espantaron por una ley de promoción del hábitat que hizo dos movimientos. Modestos, pero a la luz de lo que pasa, casi la reforma agraria. Por un lado, echó luz sobre las tierras ociosas y por el otro, exigió a los countries o barrios cerrados que otorgasen el 10% de su superficie o el dinero equivalente para la construcción de viviendas sociales.
“Expropiación”, gritaron. “La ley de acceso al hábitat que vulnera la propiedad privada”, escribieron. E, incluso, se animaron a poner como cita de autoridad a otro ocupa, pero de la Capital para que diera su exclusivísimo, impoluto e impecable punto de vista. Recurrieron a Eduardo Constantini, ese a quien graciosamente le hemos cedimos una plaza en plena avenida Figueroa Alcorta para que tenga donde ubicar su colección privada. A cambio, él generosamente, nos cobra para que la contemplemos. “El gravamen de esta ley –sostuvo el, como lo llaman, emprendedor inmobiliario- es absolutamente excesivo”.
Paradojas. Singularidades. O más bien la impunidad de los que por la vida andan flojitos.
“¡No!”, gritaba la piba mamá de una de las criaturas. “Ahí, así como está no se puede estar. Pero nosotros necesitábamos que nos vieran, que nos prestaran atención”. Y lo decía frente a otros, a los que han hecho del anonimato un estilo de vida. A esos que se van a vivir a barrios alejados. A los que hablan pausado y sólo pueden ser si no hay ojo público que los mire. Porque desde el fin de los tiempos han erigido imperio, linaje y prosapia sobre terrenitos –y que le pregunten a Roca si no- que esos sí que anduvieron livianos. Porque esos que son gente BIAN, gente bien, pueden andar livianitos, de responsabilidad y de papeles. Son BIAN y están autorizados para andar bien, flojitos. Porque hay intrusos y hay gente bien.
[i] Toda la información de estos últimos cuatro párrafos e incluso frases textuales fueron tomadas de Mundo Privado, libro citado en la nota escrito por Patricia Rojas.