La grieta
Una grieta es una hendidura o abertura alargada que se produce en un cuerpo sólido. Por generalización se ha aplicado periodísticamente en los últimos años a la fractura social cuyo culpable sería el kirchnerismo. Esto es impulsado por periodistas orgánicos del establishment, esos que son expertos en reordenar prejuicios haciéndolos pasar por sesudos análisis, y por otros que en su juventud militaron en organizaciones de izquierda y que ahora hacen realidad aquella acertada observación de Juan José Sebreli en su ya muy lejana etapa de pensador, cuando escribió en la década del sesenta “Buenos Aires Vida cotidiana y alienación”: “Siempre habrá quien no pudiendo cambiar la sociedad de clases, decide cambiar de clase”. Son aquellos que dan lecciones de progresismo desde las distintas bocas de expendio de Clarín y La Nación, o de su hermanito menor Perfil que padece del Síndrome de Estocolmo. Estos asalariados privilegiados no pueden explicar porqué si todo lo realizado en la última década es mero relato, o como algunos sostienen un régimen feudal, o para los más benévolos un falso progresismo, sus empleadores, conspicuos integrantes del establishment se oponen visceralmente. Salvo que haya cambiado su naturaleza y a La Nación no la fundó el exterminador de dos tercios del pueblo paraguayo sino Vladimir Ilich Ulianov y al frente de Clarín, sus turbios negocios y su poder puestos al servicio de esos objetivos, no se encuentre Héctor Magnetto sino la reencarnación de Lev Davidovich Bronstein.
Pero el que ha escriturado a su nombre la expresión de “la grieta” es el periodista ultramilitante al servicio del grupo Clarín, el ingenioso showman Jorge Lanata. Como el fundador de Página 12 ha escrito libros de divulgación histórica, llama la atención que ignore una característica esencial de la historia argentina desde su nacimiento, que es la confrontación de dos proyectos. Sesenta años de guerra civil concluyó con el triunfo del puerto de Buenos Aires y de los hacendados bonaerenses.
La disputa fue atravesada por crueldades extremas y debates donde los contendientes no ahorraban adjetivos extremadamente descalificativos. El fusilamiento de Dorrego por Lavalle, incitado por la pandilla portuaria; el arrasamiento del norte argentino y el asesinato o el destierro de sus caudillos; la infame Guerra de la Triple Alianza para destruir el mal ejemplo del Paraguay, el estado más avanzado del siglo XIX, son apenas algunas muestras de una larga y sangrienta historia.
En la confrontación dialéctica, para tomar un solo caso, la polémica entre Sarmiento y Alberdi, además de la exposición de argumentos de ambos, el primero lo increpaba con descalificaciones tales como: “mentecato que no sabe montar a caballo, abate por sus modales, mujer por la voz, conejo por el miedo y eunuco por sus aspiraciones políticas”.
El proyecto agroexportador triunfante, con la vocación de colonia próspera complementaria de la metrópoli británica, necesitaba de población y de ahí nació la política de inmigración para satisfacer la necesidad de los servicios fundamentales y el consiguiente nacimiento de una clase media que encontraría su expresión política en Hipólito Yrigoyen que accedió al gobierno después de una larga y prolongada lucha que pasaba por la combinación de levantamientos armados y la abstención electoral. El caudillo radical la sintetizaba en la lucha de la “causa contra el régimen”. Y ahí apareció lo que en términos actuales se denominaría “la grieta” levantada por las clases altas ante la irrupción de las clases medias. La crisis de 1929 terminó con el primer gobierno popular y el establishment adoptó una política proteccionista para defender sus intereses y en contra de sus principios. Como consecuencia de la necesidad de mano de obra para la incipiente industria nacional, irrumpieron los descendientes de los derrotados de las guerras civiles argentinas, y cuando fue desplazado Perón, se movilizaron protagonizando un inolvidable 17 de octubre. La consecuencia: rescataron al futuro presidente, metieron las patas en la fuente y la historia hizo un clivaje. Otra vez, las clases medias y altas sintieron que la movilidad social ascendente producía una grieta en la sociedad argentina. Si los cabecitas negras accedían a muchos de los beneficios de las clases medias, éstas terminaban asimiladas a “los negros”, de los cuales necesitaban diferenciarse para reafirmar su identidad. La discriminación contra el cabecita negra ha atravesado las décadas y permanece viva hasta el presente. Lo que la fragmentación social ha producido, fruto de diversos cataclismos económicos, es la discriminación dentro de los mismos segmentos sociales. Lo que hace realidad aquel acierto del líder sudafricano asesinado Stephen Biko: “El arma más poderosa del opresor es la mente del oprimido”
Retomemos el hilo de la historia. Para volver las cosas a la pretendida ley natural del poder concentrado, se bombardeó Plaza de Mayo; y cuando ganaron en septiembre de 1955, se proscribió y fusiló, enarbolando banderas de reconciliación y republicanismo. Como la sociedad surgida del peronismo tenía una lozanía y resistencia admirable, se intentó brutalmente concretar el objetivo de volver al modelo vigente en el Primer Centenario, destruyendo el modelo de sustitución de importaciones mediante los golpes establishment-militar de 1966 y 1976. En este último quedó exteriorizado hasta dónde podía llegar el poder económico concentrado: secuestros, torturas, campos de concentración, apropiación de bebés y de las propiedades de los desaparecidos.
Es interesante señalar que la idea de “la grieta” estuvo presente en el peronismo pero no en la dictadura. Cuando gobierno y poder económico coincidieron como en el menemismo y la Alianza, nadie sostuvo la idea de la grieta. Renace con el kirchnerismo, cuando nuevamente los sectores populares tienen su primavera.
En términos económicos, cuando baja la tasa de ganancia del capital o crece la participación de los sectores populares en la distribución del ingreso, el establishment se acuerda de la grieta, seduce a los sectores medios y se inicia la ofensiva de desestabilización o cercamiento para desplazarlo o hacerlo hocicar.
Esto lo describe el economista Eduardo Basualdo en “Estudios de la historia económica argentina desde mediados del siglo XX a la actualidad” (pagina 52): “El principio del fin del gobierno peronista comenzó cuando la rentabilidad obtenida por las fracciones industriales dominantes comienza a descender. Entiéndase bien, a disminuir respecto de “la época de oro” (40% de rentabilidad sobre el capital invertido en 1949 por las subsidiarias extranjeras) ya que seguía siendo notablemente alta en términos históricos e internacionales (entre el 17 y 18% en 1952 y 1953). Ante esta situación, y tal como lo harán sistemáticamente en los posteriores, las fracciones dominantes del capital llevaron a cabo una ofensiva política, ideológica y económica, para instalar socialmente la convicción de que el problema radicaba en los excesivos gastos estatales y en el elevado nivel de los salarios”
Los gobiernos populares no crean la grieta, sino que la hacen visible.
En síntesis: “la grieta” es lo que determina la originalidad, la inestabilidad y la confrontación de la política argentina resultado de un equilibrio inestable entre dos modelos que se alternan pero no tienen la fortaleza suficiente para imponerse definitivamente uno sobre el otro. Cuando en este devenir accede un gobierno popular, “la grieta” aparece. Cuando sube un gobierno alineado con el poder económico, “la grieta” desaparece en el lenguaje de Jorge Lanata, Alfredo Leuco, Jorge Fernández Díaz, Jorge Sigal, José Antonio Díaz, Joaquín Morales Solá, Carlos Pagni, Marcelo Longobardi, Nelson Castro y adláteres.
Pero todos ellos no son el poder sino sus empleados. Detentan un siempre transitorio relumbrón prestado. Aunque muchos de ellos, cuando eran jóvenes, estaban más cerca de los sectores populares, un día decidieron cambiar ideales por bienestar económico y protección. Disfrazan su metamorfosis asociando gobiernos populares con poder excluyente. Para ocultar que son voceros de aquellos sectores que conservan imperturbables el verdadero poder mientras pasan los gobiernos.
Se presentan como “fiscales del poder al que identifican con el gobierno y defensores del hombre común”. Cumplen un papel que definía con precisión la escritora francesa Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los oprimidos”