Zafarrancho en la Corte
Las veleidades literarias del redactor del acta del acuerdo en el que los integrantes de la Corte Suprema de Justicia decidieron la elección por cuarta vez consecutiva del Dr Lorenzeti como presidente del cuerpo, y la exagerada perspicacia del periodista Horacio Verbitsky –quien creyó encontrar un caso de falsedad ideológica donde sólo había creatividad y aburrimiento–, desencadenaron un proceso de imprevisibles consecuencias.
Enterado de que el doctor Fayt había firmado el acta en su domicilio particular y no donde el acta decía que lo había hecho, el periodista hizo también notar que en esa reunión en la que no se había hecho presente, el doctor Fayt había propuesto a la doctora Hayton para la vicepresidenta del cuerpo. El detalle fue considerado rigorista y desestimado por un secretario de la Corte –ostensible partidario de considerar la redacción de actas un nuevo género literario–, para quien lo importante no era eso, sino si el doctor Fayt se encuentra o no en sus cabales.
Más le hubiera valido a este secretario dejar la defensa de la creatividad judicial a escritores y críticos literarios o, en todo caso y sin mayores comentarios, ampararse en André Bretón, para quien “no será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación”. Pero no, el secretario tuvo que meter el dedo en el ventilador: ¿el doctor Fayt es o no es consciente de lo que firma?
Sin quererlo, el secretario llevó a un grupo de diputados oficialistas a preguntarse si a sus 97 jóvenes primaveras, Carlos Fayt se encuentra en condiciones psicofísicas de hacer su trabajo, interrogante al que no pocos periodistas y políticos consideraron fruto del prejuicio y la discriminación. No les falta razón: se duda de las condiciones psicofísicas del doctor Fayt básicamente en razón de su avanzada edad, olvidándose que el deterioro cognitivo y los trastornos conductuales derivados de una destrucción masiva de neuronas pueden manifestarse a cualquier edad. ¿Es justo, entonces, dar por sentado que –por brindar un ejemplo como cualquier otro– los demás integrantes de la Corte se encuentran en sus cabales tan sólo por no haber llegado a la edad jubilatoria prescrita por la Constitución Nacional?
El abogado Jorge Rizzo salió en defensa de Carlos Fayt. En su programa radial Gente de Derecho el letrado puso al aire un audio del doctor Fayt grabado por dos enviados suyos, a los que el juez reconoció sin asomo de duda: uno tenía cabeza y el otro barba. No es poco. Pero del audio y el relato de Rizzo surge un detalle inquietante: al estrechar la mano del juez, los enviados de Rizzo no notaron temblor alguno. Al no aclarar si además le sintieron pulso ni dar detalles respecto a la temperatura del cuerpo, llevaron a más de uno a preguntarse si tal vez no habría ocurrido lo peor.
Si bien estamos en condiciones de desmentir la especie, la empecinada negativa de la oposición a reemplazar al renunciante Raúl Zafaroni y las aviesas dudas respecto al estado físico y mental del doctor Fayt, colocan a la Corte Suprema en un pantano de incongruencias del cual, no obstante los denodados esfuerzos de Ricardo Lorenzetti, no consigue salir.
Sin ir muy lejos, la preocupación del doctor Lorenzetti por la estabilidad de las instituciones, comenzando por la presidencial, lo llevó a impulsar la muy anticipada elección de un nuevo presidente de la Corte. En tanto ninguno de los integrantes aceptó reemplazar al doctor Lorenzetti, el doctor Lorenzetti se vio obligado a reemplazarse a sí mismo. No hay nada malo en ello, pero herido íntimamente por las críticas del periodista Horacio Verbitsky, el doctor Lorenzeti le dio la injusta satisfacción de renunciar al cargo para el que había sido electo por sus colegas. Que los tres estuvieran en sus cabales o tan sólo lo estuvieran dos, es un detalle insignificante toda vez que, excepto en lo referido al funcionamiento de las instituciones democráticas, el doctor Lorenzetti es firme partidario del respeto a la decisión de las mayorías. Tendríamos así –y descontando que el doctor Lorenzetti no se haya votado a sí mismo– que de estar el doctor Fayt en sus cabales (recordemos que, muy arbitrariamente, es el único de los integrantes de la corte de cuya cordura se duda), tres votos a favor de la reelección de Lorenzetti y una abstención, y en el peor de los casos, dos votos a favor, una abstención y un no sabe/ no contesta, con lo que no hay razón alguna para impugnar una nueva reelección del doctor Lorenzetti al frente del cuerpo.
Las observaciones críticas de Horacio Verbitsky han sido tan injustas que, inmediatamente después de haber dado al periodista la injusta satisfacción de renunciar a su reelección, el doctor Lorenzetti procedió a renunciar a su renuncia. Si tan errático proceder pudo haber confundido al doctor Fayt, convengamos que su eventual perplejidad no puede ser considerada fruto de su demencia, sino, en todo caso, a la del doctor Lorenzetti. Pero puesto que la cordura del doctor Lorenzetti jamás ha sido puesta en duda ¿cómo explicarse la tan inmediata renuncia a su renuncia?
El temor del doctor Lorenzetti a dejar acéfalo un órgano de tanta importancia como la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y el hecho de que tal acefalía se hubiera producido recién en enero del año 2016, lejos de hacerlo objeto de críticas, no hace más que resaltar el carácter estratégico de su pensamiento. Pero ¿qué medió entre su meditada renuncia y su no menos meditada renuncia a la renuncia? ¿Qué ocurrió en esos minutos capaz de torcer la firme resolución del doctor Lorenzetti?
La doctora Highton. Como lo oyen.
Mediante la lectura de la nota de Horacio Verbitsky la doctora Highton habría descubierto que de ningún modo el doctor Fayt podía haberla propuesto para la futura vicepresidencia del cuerpo pues no se hallaba presente en esa reunión. ¿Quién la propuso, entonces? ¿Su elección pudo haberse debido a la galantería de sus colegas o a un simbólico respeto a la ley de cupo femenino, de cuyo cumplimiento, al igual que el de tantas otras leyes, el poder judicial se encuentra excluido?
La posibilidad de haber sido electa por razones estéticas –ya es sabido que una dama luce y adrona en cualquier sarao– o, peor aun, como consecuencia de la condescendiente caballerosidad de sus colegas, no podía más que herir la susceptibilidad de una jurista de su trayectoria ¿O acaso su elección no habría sido más que otro producto de la desbordante imaginación del redactor del acta de acuerdo? ¿Nadie, ni siquiera el doctor Fayt, fue capaz de pensar en ella como vicepresidenta del cuerpo?
Con semejante antecedente, es razonable pensar que ante la renuncia del doctor Lorenzetti la doctora Highton no aceptaría reemplazarlo en enero de 2016. Quedaría entonces el doctor Maqueda, quien no sólo se muestra renuente a aceptar la designación sino que, ante la resentida abstención de la señora Highton y debiendo –por razones éticas– abstenerse Maqueda de votarse a sí mismo, tan sólo contaría con el voto positivo del doctor Lorenzetti. Y fuera de distinguir perfectamente si alguien lleva cabeza o barba, que el doctor Fayt, ya es sabido, no sabe/no contesta.
Ese y no otro sería el núcleo del marasmo de la Corte sobre el que advirtió el periodista Horacio Verbitsky, quien de todos modos, tal vez cegado por las públicas desavenencias que sostiene con el doctor Lorenzetti, parece no haberse percatado del riesgo que, con altruismo sin par, mediante su renuncia a la renuncia, el presidente de la Corte se muestra decidido a conjurar: renunciado él, la abstención de la doctora Highton y la falta de apoyos de Maqueda habrían dejado el camino expedito a un tapado: el doctor Carlos Fayt.
Su elección como presidente de la Corte hubiera sido peligrosísima: nadie habría podido notar ninguna diferencia.