Xi Jinping y una gira histórica
El pasado martes finalizó, en La Habana, la gira que el presidente chino Xi Jinping realizó por América Latina. ¿Qué resultados arrojó su visita a Brasil, Argentina, Venezuela y Cuba? ¿Qué perspectivas de relación se abren con el gigante asiático, quien a fines de 2014 se convertirá en la primera potencia económica a escala mundial? ¿Cuál será el papel de China en el Banco de Desarrollo que acaban de crear los BRICS?
“Histórica” fue la palabra que los medios chinos eligieron utilizar para describir el reciente viaje de Xi Jinping a la América Latina. No es para menos: en una semana visitó Fortaleza, Brasilia, Buenos Aires, Caracas y La Habana, firmando con estos gobiernos de corte posneoliberal diversos acuerdos. Además, el presidente chino tuvo un papel notable en la creación del Banco de Desarrollo de los BRICS: si bien la distribución inicial de fondos para el banco es equitativa entre los miembros, en el esquema de reservas para contingencias aprobado en Fortaleza, China aportará 41.000 millones de dólares -muy por encima de los 18.000 que desembolsarán Brasil, Rusia e India; y de los 5.000 millones de Sudáfrica-. Posiblemente esta influencia pueda explicar que la sede del nuevo banco -catalogado por diversos analistas como una alternativa al Banco Mundial y al FMI- sea en Shangai.
En Argentina, las cifras de los acuerdos que Xi firmó con su par, Cristina Fernández de Kirchner, hablan por si solos: 4.800 millones de dólares en inversiones en ferrocarriles -el ex Belgrano Cargas-, agricultura, industria naval, entre otros tópicos. Además, el Banco Central de la República Argentina firmó un “swap” con el Banco Central de la República Popular de China, por un monto equivalente a 11 mil millones de dólares -el BCRA podrá solicitar a su par chino desembolsos de hasta 70.000 millones de yuanes, y depositar luego su equivalente en pesos, hasta 12 meses después-. Sin dudas estas medidas, en momentos de asedio de los fondos buitre a la economía argentina, resultan de una importancia que hay que destacar, y muestran el “nuevo momento” de la relación entre ambos países.
Al llegar a Venezuela, y tras visitar el mausoleo de su “amigo” Hugo Chávez, Xi Jinping renovó con Nicolás Maduro una línea de crédito por 4.000 millones de dólares, tendiente a lograr un financiamiento conjunto de proyectos sociales y de infraestructura en el país caribeño. Además, el Banco de China firmó un convenio con PDVSA, para financiar la investigación de depósitos minerales en Venezuela, para lo cual emitirá un préstamo de 691 millones de dólares. Por último, ambos mandatarios firmaron 38 acuerdos en diversas áreas: tecnología, industrias, finanzas, transporte, vivienda, agricultura, entre otros.
La última escala del viaje de Xi, Cuba, significó también un momento especial desde lo simbólico, ya que pudo reunirse con Fidel Castro en la casa del histórico dirigente en La Habana: el presidente chino aprovechó la ocasión para hacer una férrea denuncia del bloqueo norteamericano sobre la isla. “Cuba ya se encuentra impulsando de forma integral la actualización del modelo económico, lo cual constituye nuevas e importantes oportunidades de desarrollo para los lazos chino-cubanos”, fueron las palabras del presidente chino al conocer los cambios que se van dando, sin prisa pero sin pausa, en la isla. Educación, salud, ciencia y tecnología, industrias, finanzas fueron algunas de las áreas en las que se suscribieron protocolos de acción entre ambos gobiernos.
Llegados a este punto, nos permitimos una breve reflexión sobre la vinculación de China con nuestros países. En primer lugar evitaremos caer en la simplificadora visión que habla de un “Consenso de Beijing” en la región, haciendo una analogía a lo que alguna vez fue el “Consenso de Washington” y las relaciones con EEUU. ¿Por qué? Porque en términos diplomáticos, la posición adoptada por China en nuestro continente en las últimas décadas difiere años luz de lo sucedido desde la Casa Blanca -sobre todo en cuanto a la intervención política en nuestros países, una práctica sistemática de EEUU que el “gigante asiático” no ha tenido-. Esta mirada, que no pocos analistas han plasmado estos días en sus editoriales y columnas, nos llevaría a cerrarnos a una interrelación que efectivamente es distinta a las vinculaciones con los centros de poder hegemónicos que hemos conocido.
Dicho esto, también hay que mencionar que desde América Latina es necesario vincularnos de forma autónoma, con nuestras propias especificidades, sin olvidar las características comunes de nuestros países que por ejemplo toman parte en organismos como Unasur, ALBA o CELAC. Un ejemplo: a partir de la creación del Banco de Desarrollo de los BRICS, no hay que “dar por tierra” el Banco del Sur -que justamente se va a constituir formalmente en estos días, en Buenos Aires, con los aportes de capital y el nombramiento del directorio ejecutivo-. Ambas instancias deben buscar una relación que pueda, a su vez, apoyar a la creación de un nuevo orden financiero y económico mundial, acorde a tiempos donde Washington va a dejar de ser el “hegemón” en soledad, tal como lo hemos conocido desde la caída del Muro de Berlín a esta parte.