Portaaviones y una nueva democracia de cañoneros
A partir de la disolución de los imperios transatlánticos europeos, se instaló una nueva modalidad de ejercer el poder político militar, sobre todo en las Naciones que tenían ex colonias, con las cuales mantenían relaciones comerciales y financieras que exigían garantías de pago suficientes, ayudado por medio de una particular estrategia política militar que se conoció como democracia de cañoneras. En la definición de un teórico militar esta significa: "como el uso o amenaza del uso del poder naval limitado no entendido como acto de guerra, para asegurarse ventajas o evitar pérdidas tanto en una disputa internacional como también contra ciudadanos extranjeros dentro de su territorio o en la jurisdicción del propio estado".
Parte de la estrategia de la Democracia de cañoneras, era poseer una fuerza naval capaz de navegar a los territorios ultramarinos, y exhibir una presencia no permanente pero amenazante. En su estrategia de control mundial, los Estados Unidos de América tiene diversas flotas o unidades mayores de su marina militar, designadas a cada uno de los espacios oceánicos o teatros de operaciones navales. En el caso del Atlántico Sur los Estados Unidos tiene lo que se llama la Cuarta Flota como parte de su Comando Sur. Esta flota se estableció en 1943 durante la Segunda Guerra Mundial, para proteger los convoyes que partían de América del Sur con suministros para la industria de guerra, de las empresas de Estados Unidos de América. Se mantuvo así hasta 1950, momento en el que el eje estratégico político de la Guerra Fría pasó al Atlántico Norte con la fundación de la OTAN. Pero esa flota fue reactivada en el año 2008 durante la presidencia de George W Bush, en principio como una respuesta a la declarada hostilidad contra los Estados Unidos de América del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez.
Se trata de un retorno a una forma contemporánea de la diplomacia de cañoneras. En efecto en su propia página web la cuarta flota declara: "emplea fuerzas marítimas en operaciones cooperativas de seguridad marítima para mantener el acceso, mejorar la interoperabilidad y establecer asociaciones duraderas que fomenten la seguridad regional en el área de responsabilidad del USSOUTHCOM” (En inglés United States Southern Command).
En principio parece una declaración casi de una asociación de socorros mutuos navales, pero la palabra clave es interoperabilidad y asociaciones duraderas. Porque esto involucra los intereses nacionales de Estados Unidos de América, sin los cuales no serían invitados los países de América del Sur. Y no ha de extrañar que la Argentina haya elegido un camino de Alianza absolutamente incondicional con los Estados Unidos de América, y que se sume en algún modo a estos objetivos de la cuarta flota, y básicamente al detentado control estadounidense del Atlántico Sur.
En este marco, el portaaviones nuclear estadounidense -el portaaviones USS George W. Washington- llega a América del Sur a ejercer esa suerte de presencia diplomática que oculta lo que los estrategas llaman el poder débil o soft power, en este caso en el marco de unas maniobras navales conjuntas denominadas ‘Southern Seas 2024′.
La presencia de fuerzas armadas supone un recordatorio de que el control del mar y por ende de las rutas comerciales ultramarinas está en sus manos. Y precisamente los portaaviones nucleares son el medio más explícito del control sobre territorios marítimos mundiales.
El problema es que la presencia de fuerzas navales estadounidenses en el marco de una competencia mundial entre un centro unipolar, y otros que pretenden discutir esa hegemonía pone al Atlántico Sur dentro del conflicto que se avecina hoy en el área Asia Pacífico. Y esto suma a la Argentina una preocupación adicional al conflicto ya existente con el Reino Unido de Gran Bretaña por las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur.
Por consiguiente, sumamos riesgos sin ningún beneficio y sin ningún pronóstico venturoso.