Piña colada
El último en llegar fue el “rengo” López. Había ido al cine con la mujer para compensar su trasnochada con “los muchachos”.
Tardó como 15 minutos para sacarse todo el abrigo que tenía encima. El frío de la calle parecía muy lejano al clima que se respiraba en el bar.
Ya era medianoche y estábamos todos sentados dándole duro a la picada que Renzo se inspiró en ofrecernos para la reunión. Seriamos unos 15 o 16, porque el Colo tuvo que traer a su pibe para “hacerle el aguante”. El pendejo iba a ir a bailar y los amigos lo pasaban a buscar por la esquina.
Los últimos clientes hacia más de media hora que se habían ido. El lugar era todo nuestro.
La cantidad de botellas arriba y debajo de la mesa daban una clara muestra del ambiente de fiesta que se vivía en ese lugar. No había globos ni banderines pero las caras y el humor reinante lo decían todo.
Los chistes obvios y poco originales estuvieron a la orden del día. Era una tentación muy difícil de resistir. Un boxeador con nombre de supermercado peleando con nuestro campeón. No sabía donde se metía el pobre tipo.
Todos relojeabamos el televisor esperando una señal que nos avisara de que el momento había llegado. Todos menos el hijo del Colo, que no despegaba la vista de su smartphone. Parecía un zombi el pendejo.
En el lugar de privilegio, frente a la tele, se había sentado el Zurdo. El resto nos acomodamos alrededor de él. Era lógico. El Zurdo era el único de nosotros que sabía algo de boxeo. De joven había hecho varias peleas como amateur y dicen que era rápido y demoledor, que tenía una carrera promisoria. Pero pasó lo peor que le podía pasar. Su vieja se enteró de que estaba entrenando boxeo y lo fue a buscar al gimnasio. Le dió una paliza tan grande delante de todos que el Zurdo no volvió más a subirse al cuadrilátero.
– ¿Con qué cara querés que mire a los rivales? – nos preguntaba melancólico – Se me iban a cagar de la risa en la jeta se me iban..- y la verdad es que, viéndolo a la distancia, algo de razón tenía.
- Ahí sale, ahí sale - gritó exaltado Ricardo, el mozo, que ya se había acomodado como uno más de nosotros.
El silencio fue total. Sólo se escuchaba la transmisión y algunos sonidos que salían del celular del hijo del Colo.
Estábamos tan confiados en el triunfo del argentino que las apuestas eran sólo sobre en que round lo iba a tirar.
Pero la primera sorpresa llegó antes de empezar la pelea.
Al verlo subir al ring creo que todos pensamos lo mismo, solamente que el Ruben (sin tilde) de animó a decirlo en voz alta
- ¿Pero que mierda se puso este pibe? – preguntó sin esperar respuesta, para luego quejarse con cierto tono de decepción – ¡Parece un payaso de circo.! –.
Por la tele decían que el short grande era para tapar las rodilleras que se había puesto Maravilla Martínez.
- Parece que lo sacó de esas tiendas donde venden la ropa super extra large para los gordos – acotó Richard como chiste, pero con un dejo de realidad.
Sonó la campana y nuestros corazones empezaron a latir sincronizados. La vista clavada en la pantalla del televisor gigante que Renzo compró para ver el Mundial. Todo lo demás quedó en un tercer plano.
El primer grito fue como uno de esos que escuchás en la cancha cuando el delantero la estrella contra un palo. Fue como una especie de bramido que salió de las entrañas de la Tierra. Largo. Sostenido. Incrédulo.
- ¡Uuuuuuhhhhhhhhhh…!!!-
Nos paramos todos. Algunos se tomaban la cabeza. Otros se tapaban la boca. Nadie lo podía creer. La piña de Cotto se coló en la endeble defensa del argentino y lo mandó de lleno a la lona.
- ¡Ahora se levanta y lo recontracaga a trompadas! – grito el Pelado, como buscando apoyarse en los demás.
- Si, si… - ¡Claro! – ¡Ahora lo mata! – fueron algunas de las expresiones que empezaron a decir los muchachos, mientras sus ojos desorbitados exigían las respuestas de la pantalla.
Busqué con la mirada al Zurdo y me quedé helado. Fue como si, de repente, alguien hubiera abierto la puerta y el intenso frío de la noche porteña me hubiera roto la cara.
Notó que lo había visto y me miró fijo. No dijo nada. Tampoco hubo señas ni nada por el estilo, pero entendí todo.
La pelea siguió su curso y Maravilla cayó a la lona un par de veces más. Lo peor es que recién iba el primer round….
La desazón que se empezó a sentir en el ambiente me hizo acordar a la que vivimos ante el cuarto gol de Alemania en el Mundial de Sudáfrica.
A esta altura ya no sabíamos que nos ponía más nerviosos, si la paliza que se estaba comiendo el argentino o esos pantalones enormes que insistían en caérsele a cada rato.
En el medio de tanta tensión, el hijo del Colo empezó a esbozar unas risitas irritantes.
-¿ Se puede saber de que te reis, pelotudo ? – le dijo el padre mientras lo fulminaba con la mirada.
- De lo que están diciendo en Twitter, pá – contestó el adolescente
– Le están pegando más que en la pelea… - dijo y agregó para su desgracia – Acá uno dice que Maravilla agoto el stock de Piña Colada en Cotto -.
El teléfono celular voló diez metros haciendo “patito” en las mesas y cayó cerca de la ventana. La cara del Colo se había transformado. Era un asesino serial en potencia. Cuando estaba a punto de zamarrear de la ropa al pendejo un golpe metálico, como el de una llave sobre el vidrio de la puerta lo detuvo. Un grupo de adolescentes, casi clonando el aspecto de su hijo le hacían señas de que se apurara.
El pibe salió de raje. Agarró el celular del piso y se fue acomodando la ropa en la calle.
- Otro al que lo salvo la campana – me dijo el Ruben, mientras seguía mirando la pelea en el televisor.
Ahí fue cuando me di cuenta que mi noche había terminado.
Agarré mis cosas, le dejé la guita a Richard y enfilé para la puerta. Antes de salir, giré la cabeza. La imagen era devastadora. Lejos, muy lejos había quedado la sensación de festejo.
Me puse el gorro y salí. El frío empezó a congelarme las orejas y los huesos.
Puteé. Me hizo caer un par de lágrimas.
Aunque estoy seguro que no era por la helada.
Buenas Noches.