No quiero ir a Brasil
Según la entidad ibérica que rige nuestros designios en cuestiones idiomáticas la palabra duda significa suspensión o indeterminación del ánimo acerca de un hecho. El hecho, en este caso, es el que comenzará el viernes a la noche cuando me encuentre tomándome un avión hacia Brasil para poder asistir a los tres partidos que disputará Argentina en la fase de grupos.
Nunca vi a la selección. Nunca fui a la cancha en un partido de mundial. Nunca tuve cerca a un tal Lionel Messi. Pero tampoco nunca miré un partido tan lejos de mi viejo, nunca me faltó el abrazo de un amigo en un gol, nunca hice un comentario y alguien me miró con cara de culo. Y quizás ahora todo eso cambie. Y justo antes de que todo cambie, unos segundos antes, unas milésimas antes, aparece el miedo, la incertidumbre, que en ese instante puede llevar a la parálisis, o a dar el ultimo paso hacia adelante.
Es extraño pensar que el próximo domingo en Río de Janeiro estaré pegándole un gran abrazo a alguien que hoy no conozco. O en el peor de los casos (y de los resultados) buscando en sus ojos el consuelo ante tanto error de nuestro fútbol. Es que al fin y al cabo es eso, fútbol. Mi vieja me lo gritaba desde su cuarto aquella madrugada en la que yo no podía creer que unos suecos nos habían dejado fuera del mundial. Teníamos tanto. Tanto como en el ´94 cuando de repente se volvió muy poco y sin “Diego”, sin “Cani” y sin amor chocamos contra Rumania. Y de frente. Y salimos perdiendo. Y si esta vez también perdemos voy a tener que conformarme con imaginar que a 1992 kilómetros mi hermano está diciendo que “Agüero es un burro”, que mi tío muy indignado no lo escuche y apague el televisor imprevistamente y que mi prima se pregunte si no hay revancha en esto que parece una escena tan injusta pero que tantas veces convive con el final de un partido de fútbol.
Es después de todas esas situaciones que rodean al campo de juego, que quizás estén a muchísima distancia del mismo o muy cerca, que uno se tiene que sentar a escribir. ¿Cuánto de pasión se le pone a esas hojas? ¿Será la misma que le metía el abuelo a putear a tanto referí descorazonado? Calculo que no me perdonaría silenciar la protesta de tanto argentino suelto. Por ahí hasta me atreva a soñar en que alguna de esas palabras contra la injusticia en tierras mundialistas se clave en el corazón del suizo Blatter.
Ahora sí quiero ir a Brasil. No podría quedarme con la duda, privarme de ese abrazo tan desconocido que me va a llenar de aliento, de contar la historia de ese pibe que hipotecó su bolsillo comprando la entrada en la reventa, de decirle a los jugadores que “daría la vida por verlos campeón”. Y que no me escuchen. Mucho mejor porque no sé si daría la vida. Pero sí muchas cosas, como las que voy a abandonar por un largo rato cuando me suba a ese avión.