Nadie duerme bien
Desde el 25 de octubre que nadie duerme bien. Esta es mi última participación en la campaña. Estamos en veda, pero cómo hacer para suspender la actividad política en estos días. Días en los que aprendimos que “campaña política” no eso que hacen las agencias de publicidad a cambio de un montón de plata. Campaña política es lo que nos salió de adentro, del corazón y de las tripas, para que nuestro candidato gane. Para que nuestro candidato salve al país de los tipos que mientras juegan a las elecciones no paran –nunca pararon- de querer quedárselo de nuevo sin que nadie los elija. Desde la radio tuve la suerte de darme cuenta pronto de lo que pasaba. Los corazones de miles que habían mirado el partido desde afuera, hinchando por un equipo, se metieron en la cancha a correr. “Acá va a pasar lo que ustedes quieran que pase” dijo Cristina. Y aquel día, creo que fue el 25 de mayo que parece que fue la semana pasada, no pude entender todo lo que significaba. No entendí la fuerza y el dramatismo de esa predicción. Y otras palabras de Cristina “no hay apellidos, lo que hay que defender es el proyecto”. Que tampoco entendí del todo, en realidad no creí del todo, porque siempre pensé que los nombres son importantes para mí, y sobre todo para “la gente común” que atiende más o menos, y por eso entiende más o menos lo que pasa. Y otra vez, otro prejuicio sobre lo que entiende “la gente común”, que me encontré estos días militando en las plazas, y entendiendo todo, entendiendo qué significa devaluar, abrir importaciones, o no cobrar retenciones. Cosas que antes eran un complicado conocimiento de pocos expertos, y que de pronto cualquiera sabe que la macroeconomía se mete enseguida en tu casa: en el kilo de pan, en la cuenta de la luz, en la mochila de los nenes. Dí algunos discursos en algunas plazas. Por primera vez en mi vida. Como otras personas que nunca habían hablado en esa lengua y también lo hicieron. Para defender “el proyecto”, eso que antes me parecía demasiado etéreo como para llevar de bandera. Y entonces la gente que me mostró sus campañas personales. Sus papelitos, sus volantes hechos a mano. Sus confesiones sorprendidas “yo no soy kirchnerista”, mientras disponían de su tiempo de descanso para no descansar y salir a convencer a alguien que tampoco era kirchnerista. Convencerlo de que no podemos perder lo que conseguimos con tanto esfuerzo. Nadie duerme bien desde el 25. Efectos colaterales de vivir en campaña de corazón y tripas: el vino no emborracha. Llegar a casa alterado por tanta montaña rusa emocional y querer relajarse tomando vino. Vino de más. Irse a la cama con esos vinos de más y despertarse a las cinco horas como si nada. Fresco, energizado, alerta, para seguir militando con corazón y tripas. Muchos me contaron que les pasó lo mismo. Muchos nos contamos muchas cosas en estos días. Unidos y Desorganizados nos dijimos. Porque cuando vivimos desde adentro la necesidad y las ganas de organizarnos nos acercamos a la realidad. Y la realidad es que nunca las cosas son muy organizadas. No tanto como creemos que son cuando las vemos desde afuera. Y entonces nos parece caótico lo que es así, lo que siempre es así. Las cosas se van armando como se puede, los actos se hacen como se puede, como podemos, como podemos cuando no somos una empresa de organizar actos. Cuando no hay profesionales, sino corazón y tripas. Y la radio, mi programa, que lo convertimos en parte de este emprendimiento, promoviendo los puntos de encuentro, charlando con militantes, de los organizados y de los nuevos y sueltos. Militantes salvajes, dije un día. Militantes emocionales, me corrigieron. La radio para advertir de las operaciones diarias, esas que nos dieron por perdedores, esas que nos declararon muertos, esas que nos aseguraban que no había nada que hacer. Pero hubo mucho qué hacer, y lo hicimos. Siento que lo hicimos y dejamos en eso todo lo que teníamos para dar. Los informes de situación, informes de inteligencia: convencí a mi suegra. Ya conseguí a tres compañeros de laburo. Estoy viajando cien kilómetros para hablar con mis hijos que votaron en blanco. Hablé con un tachero. Trabajos de hormiga, trabajos gigantes que nadie nos pidió. Una tarea que asumimos con alegría y con seriedad y sin experiencia y sin pruritos. Pasarse información vital: los métodos, los argumentos, las formas de encarar al otro, descubrir que enojarse no sirve, que acusar no sirve, que vanagloriarse no sirve, que afirmarse en una identidad no sirve. Descubrir que para tocar hondo al otro hay que ser suaves, descubrir qué siente, qué le pasa, qué le molesta, qué está pensando, y qué no está pensando. Amigarse con ese que creímos que no nos quería y que a lo mejor sólo está buscando la solución que no es. Y los científicos, los sindicalistas, los médicos, los artistas, los actores de la tele, y los políticos que decidieron estar en la campaña de los que dormimos mal. Cada uno por su lado, y también mezclados. Cada uno con su consigna, y con la consigna del otro. Con los carteles de nuestros hijos pintados con marcadores de colores, y los oficiales, los serios y prolijos y aburridos. Fueron días en los que dormimos mal. A lo mejor porque no tenemos sueños que soñar, sino una realidad para vivir despiertos. Una realidad que ya soñamos antes y que sabemos que para cuidarla y cambiarla no podemos quedarnos dormidos. Fueron días de poner el cuerpo, de dar, de inventar, de organizar, de apurar los minutos, de hacer trucos. En mi caso mi truco fue no leer los diarios. Es sábado por la mañana. Desde el martes que no los leo. Para evitar las piñas traicioneras y administrar mis energías que –para qué negarlo a esta altura- fueron mermando con los días. Energías que cuidé para mantener el buen humor y poder reírme y hacer reír hasta el último momento. Y la lucidez, la que tengo que no es tanta, cuidarla para no caer en tonterías intelectuales que quitan entusiasmo al entusiasta y voluntad al voluntario. Porque estos días fueron los días de la voluntad, fueron una larga batalla contra nuestra melancolía, fueron una pelea dura contra nuestra angustia. Y esa batalla, compañeros, ya la ganamos. Hasta la victoria mañana.