Lo que suma un puñado de votos
Se supo: Cristina ganó en la provincia de Buenos Aires.
Lo primero que a uno le gustaría saber es qué harán quienes ensayaron sesudas teorías casi geopolíticas partiendo de la impresión de su derrota. ¿Elaborarán ahora diferentes teorías o relativizarán el triunfo de la ex presidenta aduciendo que se trata de “un puñado de votos”?
Es que en verdad es un puñado, aunque un puñado bastante mayor que los 6 mil votos a favor de Cambiemos al interrumpirse el escrutinio provisorio.
Con esos magros 6 mil votos, fue a demasiada gente a la que se le hizo creer que Cambiemos había arrasado, tanto en la provincia de Buenos Aires como en el resto del país.
Arrasó en la CABA, eso es también es verdad. Y por primera vez en muchos años, el radicalismo obtuvo la victoria en Córdoba.
“Radicalismo”, dijimos, lo que debería llevarnos a ensayar algún intento de precisión.
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Se ha querido presentar, desde los espacios más disímiles, a la elección del 13 de agosto como una suerte de consolidación de Cambiemos como “partido nacional”. Se trata de una tergiversación o, cuanto menos, una confusión: Cambiemos no es un partido sino una alianza entre la Unión Cívica Radical, el PRO, algunos círculos provinciales de talante oligárquico y ciertos remanentes del intento noventista de transformar al peronismo en una liga de partidos conservador-populares.
Por la sola alianza con la UCR, ya en 2015 Cambiemos tenía proyección y alcances nacionales. La pervivencia de la sumisión radical a las políticas macristas no es un fenómeno del otro mundo sino algo de lo más natural: sólo De la Rúa (y en circunstancias muy particulares, de crisis terminal del modelo de convertibilidad) fue capaz de destruir tan rápidamente la alianza que lo había llevado al gobierno un año y medio antes. Un record difícil de empardar.
De trazarse un panorama general –cuyo resultado sería alarmante para cualquier fuerza política que no fuera el PRO–, en momentos en que aun debería perdurar el “romance” con sus votantes que lo llevó al gobierno (y, al impulso inicial, “enamorar” a un par de vecinas), a ojo de buen cubero Cambiemos retuvo su caudal, pero, contrariamente a lo sucedido con todos los gobiernos de 1983 hasta ahora (excepto, nuevamente, el de De la Rúa), en su primer test luego del triunfo, noincrementó el número de seguidores.
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En esta primera versión de las elecciones legislativas de este año, Cambiemos ganó en Entre Ríos, San Luis y La Pampa. Se dirá con asombro: se trata de provincias “peronistas”. Pero resulta ser que ya había ganado en esas provincias en el balotaje de 2015.
También lo había hecho en Catamarca, donde ahora fue derrotada por el Frente Justicialista para la Victoria.
Habituado como está a ciscarse en las formalidades que algunos insisten en llamar legalidad, al PRO (y en consecuencia, a Cambiemos) no le interesan mayormente los resultados electorales, sino su efecto publicitario: no gobierna con el parlamento sino en base a la colonización judicial, la manipulación informativa y la ayuda de los poderosos. Si acaso no bastara con la “noticia” para confundir y hasta paralizar críticos y adversarios, es posible apelar a la cooptación, el soborno y la extorsión. Y sino, que lo digan el señor presidente de la Corte Suprema, unos cuantos legisladores y más de un dirigente sindical.
Hasta el momento, el resultado de estas elecciones muestra que Cambiemos no ha podido crecer en número de votantes, aunque sí que consiguió batir a un par de gobernadores de tradición peronista, casi invictos en sus provincias; que cree haber “frenado” a Cristina y que consiguió dar la impresión de un triunfo que, de observarse en términos político-legislativos, tiene más de frustración que de otra cosa.
Al PRO, por si no hemos sido claros, no corresponde observarlo en términos político-legislativos, sino publicitarios.
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La pregunta pertinente sería: ¿qué ocurrirá en provincia de Buenos Aires en la elección de octubre?
De funcionar las “instituciones”, esas que extasían a un arco que va desde Elisa Carrió hasta Nelson Castro, la elección de octubre sería la de verdad, toda vez que en la del 13 de agosto, excepto para determinar los nombres de los candidatos a concejales en algunos distritos, no había en juego nada de nada, ni siquiera la preeminencia de algún sector en las PASO provinciales, que ninguna fuerza política de la provincia llevó a cabo. Ni siquiera lo hizo el sector de Randazzo, que de tanto reclamar las primarias abiertas, olvidó dárselas a Mario Ishii.
Mediante un bombardeo publicitario y mediático, sumado al esfuerzo de la gobernadora Vidal, Cambiemos casi consiguió empatar en este ensayo. Un mérito que nadie debería discutir, pero que llevó a cabo a expensas de Sergio Massa, que pretendía lo contrario: crecer en base a Cambiemos y así poder derrotar a Cristina Kirchner, su principal propósito.
Al menos, así lo aseguró el propio candidato: “Yo voy a frenar a Cristina”.
La evaluación política de la situación que hicieron Massa y su equipo fue aun más desacertada de que llevaron a cabo Florencio Randazzo, algunos intendentes peronistas y dos de los tres principales dirigentes del Movimiento Evita. Otros, acabaron integrando esa lista resignados y carentes de espacio o de mejores opciones dentro de Unidad Ciudadana.
La política tiene estas cosas: muchas veces uno no está donde quiere sino donde puede o lo dejan. De ahí que nunca es aconsejable tomarse algunas diferencias tan a la tremenda.
Para la elección de verdad en provincia de Buenos Aires, en la que el más pequeño puñadito de votos significa nada menos que un senador nacional, Cambiemos insistirá en una doble táctica. Por un lado, seguir difamando a la ex presidenta, acusándola ahora de matar a un evidente suicida en una remake de bajo presupuesto del “asesinato” de Juan Duarte, a la que sólo le falta Patricia Bullrich desvariando por los pasillos del Departamento de Policía con la cabeza del ex fiscal Nisman metida dentro de una bolsa de arpillera.
La otra línea de acción, estratégicamente costosa –en tanto Cambiemos no construye su poder en base a un arduo, en su caso imposible, crecimiento electoral, sino a través de la fragmentación opositora–, consiste en aumentar la polarización. De resultar exitosa, esta estrategia prácticamente borraría del mapa a Sergio Massa, único modo –y tal el costo– en que Cambiemos podría sumar los votos necesarios para revertir el resultado de agosto.
Las posibilidades de Unidad Ciudadana requieren de algo semejante: la autodilución del sector de Randazzo apostando –o más bien rogando– por que el temor a Cambiemos supere el rechazo que al parecer provoca Cristina. La apuesta sería a que ese rechazo fuera más de los dirigentes que de la masa de votantes.
Paralelamente, existe en Unidad Ciudadana la tibia esperanza de que la eventual implosión arroje para ese lado algunos restos massistas y randazzistas. Pero hasta el momento nada de esto estaría teniendo lugar. Si Randazzo, aun viendo desgranarse el mundo bajo sus pies, insiste –como puede sospecharse que insistirá– en mantenerse en carrera, en una vidriosa apuesta hacia el futuro, con mucha mayor razón Massa redoblará sus esfuerzos para conservar su caudal electoral y, de serle posible, hasta recuperar algunos de los votos perdidos.
¿Por qué descartar esa posibilidad? Todavía quedan un par de meses y algunos tarifazos hasta entonces. Y también Massa es consciente de que el paso del tiempo será siempre un factor adverso para el oficialismo. Muy especialmente, para esteoficialismo.
Del incierto resultado de las elecciones de octubre dependerán numerosos espacios legislativos en todas las instancias –sin olvidar que en provincia de Buenos Aires estará en disputa una banca del senado nacional–, pero ¿tiene eso alguna importancia en las actuales circunstancias, frente a un poder económico y mediático que se ha hecho gobierno? ¿Qué es lo que entonces importa? ¿Un senador que, sin ser despreciable, no supondrá nada muy diferente a lo que ya hay? ¿O acaso la disputa no consistirá en dirimir quién ejerce el liderazgo opositor y la determinación de cuál sería su estrategia?
De acuerdo a los resultados, podría decirse, en primer término, que en el plano nacional –y de atenernos al ensayo de agosto en varias provincias, como Santa Fe, Río Negro, Chubut, Tierra del Fuego y hasta Salta–, el “fenómeno” liderado por la ex presidenta –que con singular pereza intelectual algunos analogan al Frepaso– está ciertamente lejos de encontrarse en vías de desaparición. Pero no es de menor importancia el hecho de que sin partido político y con todo en contra, la porción mayoritaria de los votos bonaerenses fueron, sin ninguna clase de confusión posible, a Cristina Fernández de Kirchner.
A otros sesudos analistas se les ha escapado que tal resultado era previsible: quienes poco tposeen y a quienes se ha privado de una mínima perspectiva de futuro no tienen otra alternativa que confiar sus esperanzas en quien, con los errores y defectos que quieran endilgársele, hizo que su vida cotidiana fuera un poco más agradable, llevadera y hasta feliz.
Al día de hoy y guste o no, el liderazgo de la oposición a este modelo de oprobio es expresado por Cristina Kirchner. Es difícil que esto vaya a cambiar de aquí a octubre.
Un recuadro
Vistas las dificultades gráficas y hasta conceptuales de hacer “recuadros” en formato electrónico, finalicemos con lo que debería ser un aparte.
“De haber Cristina aceptado las PASO –siguen reprochando muchos votantes randazzistas y no pocos kirchneristas– habríamos ganado en forma terminante esta elección bonaerense, y en octubre tendríamos dos senadores”.
Esto es indiscutible, pero cabe preguntarse: ¿es ese, el de un eventual senador más en un poder legislativo que no funciona, el principal punto en cuestión en el día de hoy?
Podríamos encontrar ejemplos o analogías si nos remontamos unos años hacia atrás.
Cuando a inicios de 1966, en el pináculo de su poder, Augusto Vandor impulsó como candidato a gobernador de Mendoza a un popular Alberto Serú García, desde la distancia, Juan Perón, que no tenía nada, excepto su nombre y el recuerdo que había dejado en millones de personas, así, como dicen los mexicanos, “por sus huevos”, le contrapuso la de Ernesto Corvalán Nanclares.
¿Era acaso Corvalán mejor que Serú? Además de viejos amigos, ambos eran fundadores del partido Tres Banderas, de esos peronistas sin Perón que, como se decía entonces, se habían puesto “los pantalones largos” y ya no aceptaban órdenes, en la convicción de que el nombre y la figura del exiliado constituían un límite, un impedimento para la recuperación del gobierno.
Las elecciones se llevaron a cabo el 17 de abril, siendo el conservador Partido Demócrata el más beneficiado por una oportuna división del peronismo que, se sostenía en círculos vandoristas y se regodeaban los radicales del pueblo, era consecuencia de un capricho y una muestra más de la megalomanía de Perón.
El segundo lugar, por poca diferencia de votos, fue para Corvalán Nanclares; el tercero para la oficialista UCRP y el cuarto para Serú García. Huelga decir que la suma de ambos candidatos peronistas superaba cómodamente los votos obtenidos por los Gansos.
Fuera de los diputados Paulino Niembro, Maximiliano Castillo y el propio Augusto Vandor, nadie tuvo mucho tiempo para reproches: un mes después, Arturo Illia era desalojado del gobierno por un golpe militar.
El episodio quedó en la memoria como la más significativa de las intervenciones directas a que se vio obligado Perón para conservar la preeminencia dentro de su movimiento y fijar la estrategia, que si para unos era de negociación, para otros debía ser de abierta confrontación.
Ya fuera por el golpe militar, se dirá, ya porque el tiempo acaba siempre por poner las cosas en su lugar, diferenciando lo principal de lo secundario, sostendrían los “combativos”, no se recuerda de este episodio la pérdida de la gobernación mendocina sino el principio del fin de la hegemonía vandorista en el peronismo y el movimiento obrero.
Se trató de una “interna” peronista dirimida en un espacio político más amplio, y en el momento en que a Perón le pareció oportuno. O que pudo.
*Publicado en Revista Zoom