No se trata de la ociosa comparación entre la vida de un héroe, un ídolo o un genio y la de un ser cualquiera medroso, desconocido y mediocre. Eso es fácil. Se trata de comparar vidas con viditas.

Personalmente lucho para que la mía no sea una vidita con la ilusión de poder agrandarla. Muchos lo intentan. No sé cómo será la de cada uno de quienes pudiesen leer este escrito.  Por lo general la tentación es favorecerse a si mismo. Hay que tener cuidado de creerse que por darse el lujo de comprar un huevo de Pascua caro es más lindo y merecido el festejo.  

Las viditas son el opuesto de las vidas. Estas pueden ser las de un maestro rural del desierto dando clases sobre piso de tierra a alumnos que caminan una legua sin ver otra alma que el de una cabra o un pájaro; de un gremialista pobrísimo bajo presión de una corporación planetaria que trata de dominarlo domando a sus compañeros; de una empleada doméstica que viaja diariamente cuatro o cinco horas para llegar y volver de la casa donde trabaja y es puntual y eficiente; de una jubilada de un solo sueldo que ayuda a sus nietos niños y se alegra de quedarse con nada para que ellos tengan algo; de un colectivero que cuando termina el turno de diez u once horas se tiene que despegar de las nalgas la cuerina plástica del asiento; de un albañil al amanecer en invierno, metido entre la helada y el cemento en lo alto de una torre sin terminar; de una estudiante de la universidad que además trabaja y que duerme cuatro horas (si es que no tiene exámenes) porque si no solo duerme en el subte y el tren y aprueba con nota excelente; de un militante de base que ayuda a los necesitados sin pedir reembolso ideológico; de una madre de cuatro hijos pequeños, sin marido, calentando a la noche las camas o los catres con lo que puede y si no con diarios, y que sin instrucción sabe distinguir entre un impostor enrevesado y retorcido, y un inteligente sensible y auténtico; de un pobre que ayuda a otros pobres aunque se quede más pobre; de un artista con talento probado que no acude a los medios luciendo alguna provocación banal para ser difundido, y que es feliz con o sin público; de una cocinera de comedor escolar exigiéndose tener manos de chef para que cuatrocientos chicos coman con gusto, y que se queda dolida si no les cumple; de una cajera de supermercado o de tienda controlada por cámaras y horarios y supervisor, hasta el umbral del bidet, cuidándose de no dar mal un vuelto porque si no se lo descuentan del sueldo y cobra la mitad,  y que aún así, es amable y sonríe al que le toca atender y se enfrenta a a la caja con cara de oyente de un programa que le inyecta basura; de un ex desocupado de izquierda que ahora consiguió un puesto municipal y que entiende que jamás debería equivocarse de lugar para no darle fuerza a la derecha; de los que pasan delante de la miseria deseando que se termine sin querer exterminar a los miserables;  y de tantas mujeres y hombres anónimos que con saber o sin él se dan cuenta de lo que es bueno darse cuenta. Estas que enumeré son vidas, vidas. Entre ellas no encajan las viditas de quienes gozan de privilegios económicos y sociales (legítimos o no) pero que al menor pellizco de la vida se desconsuelan y se enfurian contra Dios , el diablo y la política; y hasta hay quienes publican libros obscenos de mendacidad y ganan fortunas y tienen programas de radio y televisión de contratos altos, y propagan miedos que a ellos no les llegan porque están protegidos por aquellos a quienes sirven y lamen. Queda claro que las vidas son esas que aparentan ser chiquitas y que, al contrario, las viditas son las que en apariencia lucen voluminosas.

En los medios de comunicación que dominan la escena esa calificación se tergiversa y se tuerce y se cuenta al revés. Son capaces de decir que un eclipse es por falta de previsión de energía argentina o que el gobierno nacional es marxista y de derecha, montonero y reaccionario, chupacirios y hereje. Y de fogonear a la muerte más mortal para que asuste y aterre a la vida, porque ese es su negocio.

Las viditas, si además son ricas, tienen el poder del disfraz y logran a veces simularse como vidas. Se soban entre ellas porque todavía son dueñas del sobamiento mediático.    

Pero estamos en las Pascuas; tengamos Fe en las próximas urnas. En la resistencia popular  a tanta alteración episódica. A tanto acecho felón y deslealtad inesperada y a tanta amnesia sin reconocimiento del daño reparado. 

Y se logre que los votos de las vidas sumen más que los de las viditas.