La palabra y el Bla Bla
Me remitió de inmediato. Fue un viaje abrupto a aquellas semanas que tanto le gustaban construir a las coberturas periodísticas de aquellos años noventa: mucho Bla Bla y poca palabra. Todo el circo posible sobre las olitas de superficie y poco -o si era posible, nada- del conflicto de fondo.
El domingo temprano empezaron batiendo el parche con una información que les encanta, que aman comunicar: el delito sufrido por alguien del riñón o cercano al oficialismo. Esta vez le tocó a Aníbal Fernández. Y le dieron con munición pesada. Se les notaba: les corría la baba por la comisura ante el espectáculo que veían y brindaban, ese bacanal de miseria que se almuerzan cada vez que pueden.
El lunes, el analista estrella del diario que tiene casi la misma edad de la patria, instó, obligó casi, a la “unificación del espacio no peronista en una sola propuesta electoral”, a que no aparecieran con una “matriz de un futuro gobierno precario” y a que revieran las carencias en los encuentros con el macrismo, porque de no hacerlo corrían el riesgo de eliminarse unos a otros de la escena electoral.
A las horas nomás, vino el momento de hablar de “Los” empresarios -“Todos”- que se ponen en pie de guerra contra el gobierno. Los más poderosos, los voceros de los más poderosos, los satélites y los repetidores de los más poderosos, dale que va con el tachín tachín de una especie de grito de guerra de la burguesía argentina, ese inventado espacio que presentan como poseedores de la llave del futuro de progreso de la nación. Hasta La Nueva Provincia, cuyo director, dueño e ideólogo se ha convertido –sólo por el tesón y la valentía de algunos- en la punta del piolín que puede desovillar todo el entramado de asociación de lo mediática con el terrorismo uniformado, presentó a los ejecutivos como la reserva moral de la república. “Después de una presencia secundaria o casi inexistente, los empresarios están resueltos a volver a tener un rol más activo en la vida institucional”, publicaron.
Comentaron la prisión sentenciada a María Julia Alsogaray sin guirnaldas, ni alaridos, ni escándalo, ni dimensionamiento del símbolo que ello implica. La situación judicial de Ricardo Jaime fue llevada hasta el extremo para que roce bien de cerca a Cristina Kirchner. Con la legisladora porteña Gabriela Alegre hicieron la del ejemplo del manual de periodismo indicado en el ítem Lo que no se hace en periodismo. Y en esas tardes programadas en televisión para que el sopor, el hartazgo y la pesadez nos tome por completo y no podamos diferenciar vida de proyección, la referente máxima del odio vuelto denuncia junto a dos de las voces más chillonas e ignorantes del comentarismo argentino se cansaban de decir que lo que está escrito en un texto legal, en realidad, no existe. “La AUH es incompatible con el trabajo doméstico”. Que sí, que sí, que sí. Leen. Y que no. Pero no importa. Porque no se trataba de palabra, sino de puro Bla Bla.
No tuvieron entidad de temas centrales de la vida política ni que el propio gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica apoyó a la Argentina en la patriada contra los buitres, ni que YPF ya tiene las manitos desatadas para explorar y explotar soberanía, ni que la flota nueva del San Martín ha sido el emblema más poderoso para batirse con aquel “ramal que para, ramal que cierra”.
Como decía, mucho Bla Bla y poca palabra. Porque cualquier cosa se puede decir, expresar, afirmar, denunciar y vociferar. Porque a ellos no se les cobra ser adictos a la banalización de las promesas realizadas. Mientras tengan efecto –aunque más no sea cortito, de ocasión- se los disculpa y, por supuesto, se los celebra. No se mide la herida de la adjetivación. Mientras sirva al caos, bienvenido el Bla Bla, mientras hiera de muerte a la palabra.
Ese jueves 24 de abril, casi a la madrugada mi cabeza estaba tomada por otra instancia del hablar, por esa palabra que iba a tener que poner Vicente Gonzalo María Massot nada menos que en una indagatoria. Volaba de aquí para allá en mis delirios y en cómo a veces los términos y los significados históricamente impuestos le hacen un favor a lo justo: no podía dejar de pensar en cómo allanamiento, que es bucear entre papeles y objetos para encontrar prueba, en algunas oportunidades también es allanar, pero caminos para que se liberen ríos contenidos de necesidad de justicia.
Estaba a minutos de subir a un avión rumbo a Bahía Blanca para poder hacerme una camiseta con la inscripción “Yo lo vi tener que presentarse a indagatoria” y en la radio del taxi ya había comenzado a hablar el médico.
Uno se acostumbra, porque nos da pasto. Él ya había afirmado, rotulado y sostenido que la presidenta padecía ese inexistente síndrome de hubris, lo había diagnosticado a distancia y nunca, ni a él ni a ninguno de los chirolitas, les dio vergüenza que la ciencia a coro se les riera y los desmintiera en la cara. Y ya se había metido con el cerebro de la mujer más representativa de la política argentina. La supuesta lobotomización lo enamoró y, conociéndolo, uno sabe que ni ese será su límite. Porque sabemos que el Bla Bla les encanta y no hay nada que los espante más que la palabra con sustento.
Así que, con el cuero duro como estamos, no me sorprendió la opinión, pero sí la manera envalentonada y el juicio terminante y categórico: “desde el punto de vista comunicacional es algo muy importante porque mintieron, como lo hace siempre este gobierno”. Hay que sostener la frase, con el siempre y lo de la mentira, lanzarlo a un gobierno completo, sin particularizar y con generalización.
Porque se animan a todo y a todos. Con tal de bla bla para tapar la palabra, dale que va, insulto y a la bolsa. Se les desarma la operación con 5 minutos de cerebro, pero sigue siendo asombroso el poder de propalación que tienen de la mentira.
Aníbal Fernández se cansó de mostrar y demostrar con papel, documento y archivo que no había sido él quien inventó aquello de la “sensación” sino que sólo comentó un informe reproducido en La Nación, de la Universidad de Belgrano. La primera nota data de abril de 2002, o sea, la era pre K. No importa, porque no se mide el peso de la palabra, sólo vale el Bla Bla.
Los de FAUNEN, en los actos, los ámbitos por antonomasia de la política no hablan. Video y comentario fuera del centro de la escena. La palabra no la dan y el Bla Bla, todo en la arena mediática. Eso les encanta.
Lo hicieron siempre, pero en esta oportunidad -por primera vez, me atrevo a asegurar- les salió peor de lo que suponían. Llevaron adelante la opereta, pero les quedaron unos jirones en el camino. Se habían acostumbrado a eso de conformar una entidad empresaria, hacer de cuenta de que ellos no estaban ahí, juntarles la cabeza a los ejecutivos más poderosos, alinearlos y hacerles decir. O sea, construir el hecho, protagonizarlo, relatarlo falsamente, comentarlo como ajenos a eso construido y hacer Ole cuando se les señala la mentira. Porque ahí sí que de palabra, cero. Bla bla en estado puro.
De María Julia, apenas la individualización. Nada de contexto. Ella, presentada como una especie de marciana llegada de Neptuno que decidió sola y por su cuenta rifar el pasado y el futuro del Estado nacional. No hubo Menem, empresarios sonrientes y socios de ese menemato, privatización como cultura imperante y concentración de la economía. Apenas un acto de corrupción. Ni mención a la década perdida. Porque la palabra, robada. Junto con las reservas, la soberanía, los fondos, las jubilaciones y el futuro. Y ahí el periodismo hizo su parte y nos robó el contexto, de modo que nosotros quedásemos lobotomizados: nos convencieron de que no era importante preguntarle a un acontecimiento por qué.
A Gabriela Alegre la relatan gritando “pelotudos” y la propia herramienta sobre la que el soporte de la colonización se sostiene, como es la filmación, muestra que la de la palabrota no es otra que la jefa de la bancada del PRO. No importa, inventan orden del día, sesión y oradora. Esto sí, Bla Bla por los cuatro costados.
Mientras tanto, en una ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires, la más militarizada en términos de cantidad de hombres y en el orden de la cooptación cerebral, un dueño, un civil, un ideólogo, un socio, el que más se atrevió a arengar, nuestro propio nazi inteligente, era llevado por las convicciones que no dejaron en la puerta un grupo de jóvenes fiscales atrevidos, corajudos y valientes a prestar declaración indagatoria. Le tiró basura a su mamá muerta y llegó al juzgado con 119 páginas hirvientes de amenaza. “La defensa de Massot –publicó La Nueva Provincia en su edición del viernes 25- aportó, además, 119 copias de páginas de los diarios Clarín, La Nación, Río Negro, Ecos Diarios, La Capital, La Voz del interior y La Tarde, donde se publicaron notas coincidentes con algunas de las publicadas por La Nueva Provincia durante el período 1975-1976”.
Si prueban que hubo delito de acción psicológica, parece haber pensado el instigador bahiense, la culpa no va ser sólo mía. Y si caigo, me llevo a unos cuantos, indica su accionar que decidió. Ya habían tomado nota sus colegas. Primero silencio de radio. Desde hace unos días, defensa corporativa. Le pusieron a ADEPA, a CEMCI, a la dinosáurica Academia de Ciencias Morales y Sociales y le pondrán a todos los que hagan falta. Ellos también se acuerdan de que en ese video sacado del arcón por 678, -ese en el cual el contador Magnetto festeja con Neustadt la privatización menemista de los canales- sentadito al lado y también celebrando porque se quedaban con TELEFE estaba Alejandro, un Massot. Acá sí. Nada de Bla Bla. Pura palabra.
Me gusta horrores esa idea de Aldo Ferrer de que hay empresarios que, con tal de no perder poder, son capaces de perder dinero. Porque apunta de lleno al corazón de la cosa política, del poder en estado puro, de la disputa por lo ideológico. Porque no se queda en el billete, que es sólo una parte de lo necesario para ser poderoso. Va al nudo de la batalla cultural. En la que el Bla Bla y la palabra siempre se baten a duelo.
A Luis Alberto Quevedo cuesta llamarlo así, porque es Beto. Es un uruguayo 24 sobre 24 aunque viva acá desde hace rato. Y con esa parsimonia tan bien adjudicada a los orientales lanza Exocet que parecen caricias, porque no le pone el tono encolerizado de la porteñidad argentina. Lo dice como al pasar. Pero es cero Bla Bla; es palabra en dosis concentrada. “Cristina –dijo Beto, pero que llamaremos Luis Alberto y le agregaremos el Quevedo para subirle el tono académico y ponerle más peso a lo político- produjo un desacople respecto de los medios hegemónicos: promovió una ley democrática y les quitó el poder de imponer agenda política”.
En esa venimos desde hace un rato. Por eso es que a cada acto, a cada política y a cada palabra la quieren matar. Asesinarla y desaparecerla para que en el aire sólo quede eso que a ellos tanto les sirve, el ya insoportable e insostenible Bla Bla.