Las locuras del rey Jorge
Hay y hubo varios. Pero el que mejor lo hizo fue Norman Mailer. Ese incómodo, incomodador, insatisfecho y aguigojeante newyorkino por adopción, bastante antisistema y creador de algunas de las páginas periodísticas y literarias más bellas, inteligentes y punzantes del siglo XX. Lo logró con “Marilyn: una biografía”, con “Picasso: la vida imita al arte”, con “Los ejércitos de la noche”, con “La Canción del verdugo”, con “Oswald” y hasta con una ficción: “El fantasma de Harlot”. Mailer pudo hacernos explorar una época completa, con sus luces y sus sombras, sus grises y sus contradicciones y hasta lograr que nosotros mismos nos interroguemos vistos en el espejo de esa etapa, a través de un personaje. Nunca la trascendencia del nombre propio o la extraordinaria vivencia del protagonista se comió a la realidad circundante. Lo bastante de izquierda era este fabuloso autor yanqui para saber que el individuo es lo que es sólo en su tiempo y que las respuestas a los por qué de lo que hizo se encontrarán en su contexto, con el que inevitablemente dialoga, interactúa, se adapta o se enfrenta.
Claro, la potencia de estos textos radican en Mailer, obviamente. Pero también en los personajes a los que les echó el ojo: la rubia que quedó congelada en la más cinematográficas de las bellezas; el artista que puso la pintura patas para arriba; los pocos y valientes que se enfrentaron a la guerra de Vietnam y al discurso belicista en pleno riñón del imperio metebala; la lógica que ve en la pena de muerte la única solución y el supuesto asesino del presidente más carismático y querido de los Estados Unidos tienen pólvora suficiente como para llamar la atención del mundo entero.
¿Entonces, puede hacerse algo similar con un personajito infinitamente menor? ¿Se puede emular el método Mailer y poner en el centro a un ser que más que marcar a una época aúlla necesitado de un reconocimiento que parece nunca serle suficiente? ¿Se puede contar una etapa de un país, un comportamiento y un cambiante sentido del humor social a través de un periodista? ¿Se pueden relatar las últimas tres décadas de la Argentina a través de Jorge Lanata?
Mailer, estoy segura, hubiera hecho una mueca. De desconfianza. Un periodista, para él, no hubiese sido eje suficiente como para a través suyo contar un pedazo de la historia de un país. Su profundo y justificado temor a lo que periodistas y periódicos pueden hacerle a la vida quedó grabado a fuego en dos de sus memorables páginas. escribió en "Los ejércitos de la noche": “Somos corderos. Ante ellos estamos indefensos. (…) Los periódicos no sólo distorsionaban sus acciones –algo ya bastante doloroso- sino que deformaban, mutilaban y tergiversaban tus palabras y frases hasta hacer que un buen autor sonara siempre en letra impresa como un idiota incohenrente y desmedido. Cuánto más tuviera uno que decir en una frase, tanto peor sonaría luego en el periódico. Henry James, en una entrevista actual, habría aparecido como un hippie que hubiera seguido un curso de dialéctica por correspondencia (...) Desde luego había un modo de lidiar con los periódicos. Si los oídos de los reporteros estaban programados para captar con precisión mediocres comentarios de hombres mediocres, lo que uno debía hacer era buscar declaraciones simples y llamativas, tan poéticamente vacías y tan irreductibles que acabaran clavadas en la mente del reportero como espinas”.
Pero en esta descripción suya; en esta capacidad, razón de ser, gen inherente o necesidad de coyuntura del periodismo -de volver título de 60 caracteres alguna de las grandes complejidades de la vida actual- quizás radique justamente el debate que cruza la vida pública de la Argentina de los últimos 30 años.
Me refiero y quiero decirlo con toda la claridad posible: si de algo necesitan la política, la filosofía, la necesidad de pensar los procesos políticos y la reflexión crítica es de una combinación de complejización y contexto que, justamente, el periodismo no puede darse el lujo o no quiere (por vago o por operador), según el caso, poner en primer plano. Porque el show, el impacto y la frase corta y sencilla son la ruta a la masividad. Y, a menos que el periodismo se acepte marginal, no podrá convivir sin tensión con los extensos discursos, las largas y espinosas parrafadas y la palabra no banal. No le será fácil escapar e cierta ligereza si quiere convertirse en dinero o en multimedio que capte –o coopte- la atención de millones.
Enojado, furioso y con esas rabietas que le agarran últimamente -y que uno no sabe de dónde vienen porque es un tipo exitoso, querido, millonario y admirado por cientos de miles- bramó por radio sobre los intelectuales en general, pero sobre Horacio González y Vicente Battista en particular. Hace poquito, en su micrófono de radio Mitre, junto a esa cofradía que le hace de coro, de claque, les habló: “Son unos viejos de mierda que nos han cagado la vida y que creen que porque llegaron al poder unos chorros más o menos parecidos a ellos, ellos llegaron al poder. Son unos fracasados. Horacio González es un incapaz. Un tipo incapaz de comunicarse con la gente y por eso escribe eso críptico que escribe. Cambia 4 o 5 palabras de lugar y cree que por eso es un intelectual. Para complicados, leo a Hegel... Son idiotas útiles de los chorros”.
Helada queda una. De una pieza. Porque tanto González como Battista habían planteado la necesidad de tener cuidado cuando uno convoca desde un medio de comunicación y la importancia de dar argumentos sólidos cuando se acusa. O sea, más o menos lo habían parafraseado a él, a este periodista vuelto rock star cuando en una fabulosa entrevista realizada por el antropólogo Marcelo Constantini hacenmuchísimos años dijo él mismísimo algunas cositas como las que siguen:
• “Hay un planteo moral alrededor de todo esto. ¿Puede alguien usar un medio para una calentura personal?”
• “Desde un medio y más desde un medio masivo, debemos tener algún censor individual, porque si no es todo un delirio, creo que no podemos ignorar que influimos en las conductas”.
• “La hinchada es microclima. El error que muchas veces cometemos es confundir microclima con opinión pública”.
• “Ningún producto que funcione en el circuito comercial tiene independencia absoluta”.
Todo esto y mucho más fue publicado en un también fabuloso libro titulado “La realidad satírica: 12 hipótesis sobre Página 12” y que fue escrito nada menos que por Horacio González.
Así que sí. Vemos cuánto la figura de Jorge Lanata –aunque la mueca imaginaria de Mailer siga allí- puede servirnos como el más claro, sutil y encumbrado exponente de qué le pasó a la sociedad argentina con SU periodismo –es decir, aquellos a quienes esa misma sociedad encumbró como fiscales, como veedores y como quienes dictan (¿dictadores?) lo que es bueno y malo para un país- en los últimos 30 años.
El Lanata de estos días lo dice de modo brutal, pero será cuestión de ir bien a fondo y preguntarnos si el Lanata de antes no fue siempre un gran exabrupto, aunque con menos enojo y, quizás, hasta con ideas que al contexto no le sonaban tan mal. Y no porque él dijese algo muy, pero muy distinto, sino porque era esa sociedad la que aquello quería escuchar. Quizás quién más cambió no fue tanto ese Lanata con el que demasiado –creo- algunos se enojan, sino la población. Y, en realidad, lo que ocurrió es que aquello que antes sonaba natural, hoy sencillamente resulta insoportable.
Hace un tiempo, para otra de esas obsesiones semanales o mensuales que suelen atraparme escribí esto: “En 1998, cuando algunos –pocos aún, hay que reconocerlo- comenzaban a despertarse de la anestesia de la convertibilidad y tomaban real conciencia de cómo el menemato había finalizado la tarea comenzada en 1976 y qué país nos quedaba luego de 10 años de destrozos hechos a fuerza de brutalidad consensuada, un libro se le animó a los estantes de las librerías. Era particular. No había un inicio y un fin para su lectura. Poseía en cada una de las páginas impares una réplica en blanco y negro de un diario o una revista aparecida durante la dictadura. Coronaban la edición algunos pequeños recuadros con opiniones y textuales de periodistas e intelectuales que o analizaban o debían empezar a analizar lo que otros se habían animado a escribir. Pero, además, no se trataba de un volumen de dimensiones habituales. Era pesado y más ancho y voluminoso que los ejemplares que uno acostumbra ver en las librerías.
"Al libro en cuestión lo habían escrito Eduardo Blaustein y Martín Zubieta. Llevaba el título “Decíamos ayer”. El subtítulo anticipaba las intenciones de esa investigación: “La prensa argentina bajo el Proceso”. Pero el copete no daba lugar a alguna doble interpretación: “Los 3000 días más trágicos de la historia argentina. Textos e imágenes con todo lo que diarios y revistas de la época dijeron, silenciaron o tergiversaron”. Claro, diáfano, evidente. Sin potenciales segundas lecturas.
"El libro tuvo cierta repercusión, sobre todo –si no exclusivamente- en las aulas universitarias y entre los preocupados desde siempre por la impunidad de los medios de comunicación argentinos que obtenían la disculpa a la cual no accedía ninguna corporación, grupo social, estructura o sector.
"Y aunque este juego de traer al presente los pasados sin vergüenzas de personajes que publicaban sin la más mínima ídem ha demostrado cuan bomba puede ser, este libro repleto de esta efectiva práctica, por aquellos días, no terminó de estallar. Circuló, incluso fue best seller, pero no le calló la boca a nadie.
"Me gusta decir que fue un libro que pidió explicaciones y nos dio argumentos respecto de qué habían hecho los medios con, para y desde la dictadura iniciada en 1976. Pero ahí se quedó. La Argentina sí explotó y el libro pasó.
"Digámoslo, para que nadie piense que no conocemos de qué va el operativo: los medios que pueden hacer de un libro un hecho político, obviamente, no amplificaron la salida de la publicación. Ahí puede radicar parte del por qué el debate sobre los aparatos de comunicación que hoy cruza la Argentina no surgió en aquellos años.
"Pero -y me arriesgo a una afirmación rotunda a modo de hipótesis que podrá ser discutida y/o denostada por quien quiera- la razón primordial para que el libro circulase por los mundos subterráneos más que por la superficie del debate político, tuvo que ver con que la sociedad argentina aún no estaba lista para asumir que el modo liviano y superficial de observar sus medios de comunicación fue la manera que encontró para no juzgarse con dureza a sí misma y a su comportamiento durante su historia reciente.
"No podía aún la argentinidad preguntarle a los medios sin tener que interrogarse a sí misma también. No podía, no quería, o no sabía todavía cómo atravesar ese proceso a través del cual había sido capaz de digerir el “Proceso””.
Como decía párrafos antes, el Lanata de estos días lo dice de modo brutal. Pero –insisto y repito- lo verdaderamente importante es ir a fondo y preguntarnos si el Lanata de siempre no actuó de manera similarmente frivola cuando a la mayoría le sobaba diferente. Y vuelvo: no porque él altri tempi dijese exactamente lo opuesto a lo que vocifera hoy, sino porque era esta sociedad la que eso quería escuchar. Era un país que con Lanata le alcanzaba.
Eduardo Blaustein vuelve a la escena porque se animó a responder en acto lo que le preguntábamos imaginariamente a Mailer y escribió hace poquito sobre Lanata para contarnos el periodismo que la Argentina supo darse. “Las locuras del Rey Jorge”, se llama el libro. Y como en la bajada de “Decíamos ayer” vuelve a darnos pistas de hacia dónde va: “1983-2014: Periodismo, política y poder. El ascenso al trono de Jorge Lanata”.
Tres extractos apenas para ver si aquel Lanata es tan ese y tan poco este o si el movimiento estuvo, en realidad, en otro lado:
Pedacito arrancado uno: “La nota de la deuda reciclaba información de la anterior, comenzaba con un estilo de crónica muy del Lanata de los primeros años de escritura, con su proverbial distanciamiento de lo político. ´Hace mucho calor y casi ninguno de nosotros los periodistas creemos en los discursos largos…´”
Pedacito arrancado dos: “Los modos de autopresentación de George ya entonces eran teóricamente a-ideológicos: apelaban al profesionalismo, a la idea de la independencia; a la palabra ´periodismo´, como si ´periodismo´ equivaliera a Aleph o a ´Hay un solo Dios y es Alá´”.Pedacito arrancado tres: “Dato llamativo que habla del Lanata de entonces y de siempre: busqué con particular atención qué decía George tras cada acto electoral y sólo encontré textos breves, más bien pobres, a veces resueltos apenas en el pirulo de tapa. En mi interpretación, esa ausencia de densidad y extensión habla del poco interés de George por la política en serio, por la política como proceso histórico, colectivo y complejo.
Pedacito no arrancado del libro de nadie, de cosecha mía, propia: estamos hablando del cinismo, ese que tantos equipararon y siguen igualando incluso hoy a buen periodismo.
Porque yo me lo acuerdo. Y eso no era ni progresista, ni alternativo, ni antisistema. Era estéticamente rupturista, creativo e innovador, pero también era la otra cara del menemato: el antimenemismo fácil lleno de canchereadas, egolatrías y de acentos puestos en quien pregunta más que en la respuesta. Equiparación de nombres de entrevistados con los de los entrevistadores; dedo en la llaga de los diputados, senadores y funcionarios y al curro de las empresas, silencio de radio; y mucha edición y burla a lo CQC.
Porque yo me la acuerdo. Y aquello no fue ni revolucionario, ni protector. Fue revulsivo, mero show y bien mediático. Y porque me lo acuerdo no se lo perdono: No se graban, transmiten, filman y ponen al aire las lágrimas de hambre de una nenita tucumana. Nunca. Ni con el rating por las nubes. Ahí se ve que aquel Lanata no er ni tan otro, ni tan diferente de este.
Y se la ve a una de sus discípulas confesar, o impune o inconsciente de lo que está revelando, lo que entiende por periodismo. Porque fue ella la que produjo la nota y la que entrevistó a la entonces nena Barbarita.
"A mí me pegó mucho, edite la nota yo misma. Y le había dicho a lo productores que tenía un notón. (...) Cuando (Lanata) vio la nota al aire, se dio cuenta de lo buena que estaba y la repitió. Al programa siguiente puso al aire a la nena para hablar con ella directamente. A mí me corrieron dale medio y la nota la siguió Lanata personalmente. Después en el documental que hizo -Deuda- yo aparezco 10 segundos, ni en los agradecimientos ni nada".
Como puede observarse, esta hoy mujer televisiva se presenta más preocupada por los créditos en una película que por revisar si hubo una pizca de ética en rascar en el dolor para lograr rating o si ese asco que ella llama nota no podría haberse realizado sin cruzar el límite de la humillación pública de la pequeña. Hoy tenemos, por suerte, una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que considera a los niños, niñas y adolescentes sujetos de derecho y no objeto de caprichos de movileras y, quizás, algún tábano la hubiera puesto a interrogarse.
Hoy, además de LSCA hay kirchnerismo y ese espacio político, el más importante de la Argentina actual está furioso con Jorge Lanata. Está que trina por tres razones básicas: porque es ofensivo h porque es eficaz, básicamente? Porque él es uno de esos de las frases cortas y de los razonamientos de espectacularidad que dejan un alo de sospecha certificada sin que importe demasiado la precisión de eso que se denuncia. Pero sobre todo porque parte de ese mundo K creyó, en otros tiempos, que Lanata era otra cosa, que el periodismo era otra cosa, que el progresismo (ese progresismo light o antimenenismo fácil) era otra cosa. Y no hay nada más doloroso que verse en el espejo y detectar que todo lo que uno pensó que era, no era más que fachada, máscara, embuste, porque no estaban sino buscando su propio reflejo en el espejo equivocado.
El 2 de abril de 2008 el editor general del diario Clarín Ricardo Kirschbaum respondía así en La Nación a la Presidenta luego de que ella cuestionara con enojo aquella caricatura en la cual Sábat le tapaba la boca: “El trabajo que nosotros hacemos en Clarín siempre intentó ser un reflejo de la realidad”.
ADEPA, esa entidad de dueños de medios a la que esos propietarios hacen hablar como si fuese un tercero, también tacleó a la Presidenta con el cínico y mentiroso “Noticias y opiniones periodísticas expuestas sin otro propósito que reflejar la realidad”.
Hace poquitos días, apenas 7 años después de aquellos textuales, el diario Clarín puso al aire un spot mientras funcionaba la Feria del Libro. En él dijeron: “Letras, letras que forman palabras, que forman oraciones, que forman historias, que forman cultura. Cultura que forma gente. Gente que forma un país”.
Nada de espejo, ni de reflejo. Nada de ascepcia, ni de independencia, ni de puro periodismo. Formación e influencia. O sea, política. Política pura y dura.
Puede parecer inconexo. Pero es urgente y oportuno. Porque se ha vuelto necesario hablar de Lanata, de aquel y de este. Pero no para hablar de él, sino para hincarle el diente al periodismo, o sea a los ascos presentados como crónicas televisivas y a eso del reflejo, entre otros tantos debates.
Hay que meterse pronto con aquel periodismo, pero también con éste. Porque es una de las necesarias formas de hablar de nosotros. De en qué estábamos cuando aplaudíamos la denuncia sólo con dedo acusador a la política; de en qué pensábamos cuando acompañábamos conmovidos el show del llanto televisado; de en qué andábamos cuando nos deglutíamos eso del “reflejo”. Y de cuánto hicimos para que tuvieran que sutilmente reconocer cuánto y por cuánto tiempo fueron quienes nos formaron.
Hablemos de Lanata. Pero nos llevará sólo un ratito porque de lo que vamos –porque debemos- a ponernos a conversar es de qué pasó y cómo aquello que nos sonaba natural hoy nos resulta, sencillamente y gracias a tanto avance, insoportable.