Gaza y Villa Crespo
Debería escribir algo sobre los fondos buitres y dejarlo pasar. Gaza es un tema espinoso. Escribir “la masacre de Gaza” me traería seguramente algunos problemas con quienes creen que criticar a Israel es disparar sobre la comunidad judía. No debería decir nada sobre las matanzas que Israel realiza sobre los palestinos con una frecuencia que va calculando según planes estratégicos. No debería recordar que la política sionista desde antes de la segunda guerra, desde antes del holocausto en Europa, ya tenía las características de la limpieza étnica. Quizá debería olvidarme de las 500 aldeas arrasadas después en 1948, olvidarme que en aquel año desplazaron al 85% de la población palestina a esos dos corralitos donde viven hoy. Y debería dejarlo así y escribir “viven hoy” para no ofender a Israel y evitar decir que los palestinos -desde que el sionismo decidió crear un estado- dejaron de vivir y sobreviven. Sé que no debería mencionar las matanzas, las viejas ejecuciones y las nuevas, los atentados terroristas de la Stern, el Haganá, el Irgun, sin mencionar inmediatamente a los grupos palestinos que en inferioridad de fuerzas los atacan (ni soñando escribiría que se defienden o responden a la violencia con violencia). Tampoco debería plantear que los ataques palestinos tienen la causa de cualquiera que vea a su pueblo arrasado y humillado. Debería dejarlo así para que parezca que los palestinos atacan a Israel porque son malos y resentidos y también antisemitas.
Vivo en Villa Crespo. A pocas cuadras de mi casa hay varios templos y escuelas judías, un barrio donde es fácil encontrar comida kasher, donde Hilda que vive justo enfrente es quien se encarga del catering casero para los cumpleaños de mi familia: knishes, pletzalej, bohios y burekas son parte natural de nuestra vida. Su hija y los hijos de su hija, viven allá en Israel. Y mi hija de nueve años, por influencia de este hermoso barrio y por la religiosidad que está ausente en nuestra casa, creyó durante años que la religión –toda religión- es la judía. Que cualquiera que crea en Dios y sea devoto es judío, como sus amigas, como ocurre en las sinagogas por las que pasa caminando todos los días. Mi hija se queja porque no hacemos nada en Pesaj ni en Rosh Hashaná y la mandamos igual a la escuela. Tuve que explicarle que además hay otros que también creen y adoran a Dios y que se llaman católicos y otros musulmanes. Cosas de la hegemonía barrial que rompe con la hegemonía esperable y que me divierten. Y vuelvo a pensar que sería más fácil no complicarme con estas cuestiones. Por miedo a que Eva, Alejandro, Darío, Diego, Hugo y otros amigos queridos puedan sentirse incómodos o dolidos conmigo por decir que los palestinos no dejan de ser víctimas de un estado violento y criminal por más que caven túneles y que disparen cohetes. Que a estas alturas, después de décadas de desnudarlos, de matarlos y de quitarles sus casas y sus tierras, Israel es una fábrica de odio interminable. Qué otra cosa podrá sentir un pueblo donde cada uno de sus integrantes tiene un amigo, o una madre, o un tío, o un primo, o un hijo muerto por la violencia incansable y expansiva de ese estado. Qué otra cosa puede sentir un pueblo que ha vivido en condición de refugiado de guerra durante generaciones. Y no tendría que meterme con estas cuestiones que quizá no entienda del todo por ser goi. Porque después termino preguntándome de qué puede estar orgulloso el pueblo de Israel. Orgulloso de sus líderes históricos que construyeron su nación arrasando a las poblaciones que vivían en la tierra que ellos pretendían. Orgullo por sus líderes que han inventado en los foros internacionales una debilidad que nunca tuvieron.
Se sabe que los estados se construyen con sangre. Así lo vio la humanidad y así lo vimos nosotros acá mismo. Nuestra historia cuenta “la campaña del desierto” igual que la historia israelí contó que Palestina era un páramo a donde los colonos irían a transformar la soledad de la piedra muerta en tierra fértil y habitada. Mentiras las dos. Y ahí están los Roca de Israel atacando al enemigo de su patria. En Israel todos los próceres parecen Roca, no sé si habrá algún San Martín, un Belgrano, o un Moreno. Si los hay, el sionismo se habrá encargado de hacerlos invisibles para mí.
Los números a veces esclarecen las cosas: si por cada soldado muerto de un bando hay veinte niños muertos del otro, es difícil pensar en una guerra. Esta operación que Israel llama “Margen Protector” lleva en su nombre la pretensión de querer ocultar un crimen. Porque de qué puede estar protegiéndose quien mata a 1.400 personas (entre ellas 200 son niños y la gran mayoría civiles) mientras en su propio terreno mueren 56 soldados y 2 civiles. Parece razonable que con esa capacidad de daño cualquier ejército se daría por protegido. Salvo que la idea sea que el costo por eliminar a 1.400 sea ninguna baja propia. Rara idea de protección, y rara la explicación de que Hamas utiliza civiles como escudo cuando eso –de ser cierto- provocaría el apoyo de los civiles palestinos al gobierno israelí, y pedidos desesperados de que los salven de la locura de sus crueles compatriotas que los mandan a la muerte. Porque nadie entrega la vida de sus hijos con dientes de leche por ninguna causa. Y la profunda tristeza que da saber que de estas cosas es mejor no hablar. Porque el antisemitismo está vivo todavía y esperando la oportunidad para volver a las andadas. Porque es real que muchos judíos temen que los vergonzosos actos de Israel den pie a tanto nazi apenas disimulado por ahí. Y por eso la tristeza. Porque los judíos no se merecen tener que estar explicando las acciones salvajes de un estado que hace las cosas que los estados hacían hasta el siglo XIX, cuando “el método” era tolerado por un mundo sangriento que expandía sus fronteras hacia el futuro del capitalismo. Cuando todavía no existía la declaración de los derechos del hombre, ni la consciencia suficiente. Los sionistas de Israel llegaron tarde para aplicar esta metodología que hoy es insoportable. Y la tristeza por los palestinos sin derechos humanos se suma a la tristeza por mis amigos. Con quienes me llevo bien no por sus orígenes ancestrales, sino porque son gente sensible y con ideas parecidas a las mías. Bien lejos de esa derecha brutal que entiende que la prosperidad de los pueblos se construye con bancos fuertes y tecnología militar avanzada. Ellos no se merecen que este Israel militarizado, ultra-derechizado, y amenazado por su propio expansionismo los invite con los brazos abiertos. No se merecen siquiera que alguien les pregunte qué piensan sobre estas cosas. Porque la mayor extorsión de Israel no es con quienes tememos al recrudecimiento de sentimientos antisemitas, ni la extorsión de que se nos acuse de antisemitas por señalarlo. La mayor extorsión de Israel recae sobre mis amigos, sobre su pueblo, sobre mis vecinos de Villa Crespo. A ellos, en silencio, y sabiendo que la historia es una amenaza, Israel les pide complicidad.