El Estado se hace clandestino
A 40 años del asesinato de Rodolfo Ortega Peña
No se sabía, pero la esperanza y la tragedia convivían en la Argentina de julio de 1974. En la memoria ha quedado impresa la sensación inenarrable de estar protagonizando la historia, en un período donde la revolución parecía estar a la vuelta de la esquina. La amplia gama de organizaciones políticas que hablaban y actuaban con el lenguaje de los cambios, exteriorizando más entusiasmo que inteligencia, no dimensionaron la reacción de los sectores dominantes.
La noche estaba en las tinieblas del poder. El porvenir, se había pensado, aterrizaría en Ezeiza. Pero la fiesta se convirtió en drama y la primavera camporista se consumió en 49 días.
Una llovizna fría caía sobre Buenos Aires, ese miércoles 31 de Julio de 1974. Una lluvia intensa había acompañado la muerte y el velatorio de Perón, treinta días antes. La temperatura había descendido ese último día de julio.
Un hombre joven, de apenas 38 años, calvicie avanzada, gruesos anteojos y bigotes frondosos, toma un taxi en Santa Fe, entre Callao y Riobamba. Es Rodolfo Ortega Peña. Diputado Nacional, cuya independencia intelectual lo lleva a conformar un bloque unipersonal. Divulgador histórico, abogado, defensor de presos políticos y partidario de “la lucha de posiciones en el marco de las instituciones republicanas“, como dijo su amigo entrañable Eduardo Luis Duhalde.
En el vehículo lo acompaña su compañera Helena Villagra. El taxi recorre las pocas cuadras que lo separan de Pellegrini y Arenales. No se sabía entonces, tal vez sólo se intuía, que estaba por detonar el ingreso raudo de la política en la ley de la selva.
El taxi se detiene. La pareja baja. De un Ford color verde, como un trágico anticipo del futuro, tres sicarios con sus rostros cubiertos por medias de mujer, fusilan a Rodolfo e hieren a Helena. Son las 22 y 15 de esa noche fría y desapacible del 31 de Julio de 1974. La barbarie oculta sus facciones, pero firma sus crímenes con una A por triplicado. Ha nacido la Alianza Anticomunista Argentina. Ha muerto un pensador democrático. El frío de la noche, la lluvia, calan los huesos de la historia. La esperanza se pierde en el horizonte de la mano de la revolución. Ya no se la encontrará a la vuelta de la esquina. En su lugar aparecerá un Estado que apaña y patrocina bandas asesinas. El ministro y consejero de la viuda de Perón, el siniestro José López Rega, desatará la caza de brujas. Y se entrará en ese terreno miserable, en el que el jefe de la Policía Federal, comisario Alberto Villar, es a su vez, el jefe del operativo de la siniestra organización clandestina.
Tres meses después, los Montoneros asesinaron a Villar, haciéndolo estallar con su lancha. El crimen como política ocupando en los diarios la sección de policiales. La Triple A se convertirá, 20 meses más tarde en las Tres Fuerzas Armadas, que tomaron el poder el 24 de Marzo de 1976.
No se sabía, solo se presentía ese 31 de Julio de 1974, que la Argentina se precipitaba hacia los años de plomo.
Han transcurrido cuarenta años en la tumultuosa historia argentina. Con dolores inenarrables, con crisis de una dimensión oceánica y con agradables y esperanzadoras primaveras acechadas por permanentes inviernos. Con sus más y sus menos, el presente es mucho más estimulante y optimista que aquél que se abrió con el asesinato de Rodolfo Ortega Peña.