Cualquiera sea el Dios al que recemos
Con las palabras del título habló la Presidenta Cristina Fernández. Las terminó: “jamás puede justificarse la destrucción de vidas inocentes”. Alguna gente (ejemplo, Israel) supone que inocente solamente es ella. O que perseguida ha sido y es sólo ella. No le importa lacerar a Gaza, busca “seguridad”. Abre los ojos a su memoria, pero los cierra ante los hechos presentes. Trae a colación el genocidio del nazismo (sobre el cual he escrito ampliamente en los capítulos sobre dos judíos italianos, Primo Levi y Giorgio Bassani en mi libro “Presencias interiores”) y no estima criminal la matanza de civiles que produce hace décadas. Otro Israel es posible. No el que descarta el deseo de lograr paz y acentúa su expansión (Gaza tiene petróleo y gas) unido al escarnio del pueblo. Un buen gobierno, en lugar de excluir puede incluir con justicia social.
En estos días EE.UU. aprobó entregar 225 millones de dólares a Israel para su escudo antimisiles, la munición de lanzagranadas y las piezas de mortero de 120 milímetros, como los que dieron lugar al crimen de 19 personas (la mayoría niños) y más de 100 heridos en una escuela de refugiados de ONU. La condena internacional dice que Israel puede haber cometido crímenes de guerra. Aún impunes, sin fallos a cumplir.
Los altos el fuego de Israel son irrisorios: 12 horas, o 4 horas, el breve lapso para reabastecerse el pueblo de comida, con el peligro de morir. El miércoles atacó otra escuela y el jueves acordaron una tregua de 72 horas, por un llamado de la ONU en el “área de desastre humanitario”. La población civil de Gaza recibió alimentos y enterró a sus muertos. Pero Israel rompe treguas: afirma que lo hace para destruir los túneles de Hamas, que gobierna Gaza, de los cuales dice que anuló un 80 %.
Siglo XXI. Gaza es la cárcel a cielo abierto más enorme del planeta. Israel dispara y les prohíbe entrar a levantar a los heridos. Por ello, los hallan atrapados entre los escombros, con algún hilo de vida. El lunes hallaron 32 cadáveres. Destrozados, ni sus parientes los identificaron. “The Independent” de Gran Bretaña dice que en las morgues nadie ve resistentes de Hamas sino mujeres, niños y ancianos que no hicieron nada. Un médico de EE.UU señaló que el 70 % de los heridos quedará discapacitado de por vida. Alguien dijo: “Aquí estamos atrapados, no podemos ir a ninguna parte por este bloqueo, si quieren nos matarán”.
El domingo, con “tregua” Israel se ensañó con otra escuela de ONU de 3.000 refugiados. Hubo 10 muertos. El secretario general de la ONU lo llamó “un acto criminal y un ultraje moral”. El lunes rompió otra, atacó una casa, murió una niña y hubo 30 heridos. Luego rompió otra más y mató a 18 personas. Israel tirotea al servicio de ambulancia de Hamas. Afirma que lo hace para cazar “terroristas”, las cree el refugio para sus enemigos. Pero Hamas está en bancarrota: sus hospitales sin medios, con cadáveres de niños (según la BBC) apilados dentro de neveras para helados; los médicos, desesperados, arriesgan la vida sin salario.
Bombardea Israel un hospital, o una mezquita, o un edificio con civiles en el techo, sin ninguna piedad. Afirma que estos civiles son “escudos humanos” de Hamas colocados allí para disuadirlos. Sin pruebas. En una hora Israel destruyó un barrio entero. Y si alguien censura el cruel accionar, en los grandes medios internacionales lo tildan: “antisemita”.
Israel usurpó tierra ajena y busca poseerla íntegra, sin compartirla. Las armas que le procura EE.UU. son a cambio, entre otros motivos, de ser el único otro país que aprueba el bloqueo a Cuba. Éticamente, es injusto e inmoral el ataque. Para el jurista judío Beinusz Szmukler (en 2001 integró el informe de la ONU: “Israel viola los derechos humanos y civiles del pueblo palestino y el derecho humanitario”) el actual es un genocidio: “Suprimir a un pueblo o a una parte de ese pueblo”. Afirma que la comunidad de países protesta pero no asume ninguna medida. Existen “ejecuciones sumarias y detenciones ilegales”. Se “vive en un territorio ocupado por militares extranjeros”, Dice: “Hay discriminación, problemas en la vida cotidiana; les manejan el agua, la luz, el trabajo”.
Excusa para atacar: crimen de tres jóvenes israelíes. Anhelan que la gente emigre, les prohíben entrar a los víveres de la ONU y evitan que tomen agua. Lo dijo el único cura católico de Gaza. Argentino, cuida a discapacitados y sostiene que la gente bebe aguas servidas y de mar. Ajeno, Israel no admite que mata de hambre y sed. Pero debió aceptar que uno de aquellos tres jóvenes murió en la acción. No lo asesinaron.
Con el mismo libreto, halla pretextos (incluso su Constitución aprueba la tortura) para eludir la cooperación pacífica. Es la tercera operación de “limpieza étnica” contra Hamas desde 2007. Su patético rótulo es “Margen Protector”. Hay ya 1.800 víctimas palestinas civiles, 400 niños y 9. 700 heridos (2.500 niños). Debieron abandonar su casa 250.000 palestinos. Los 2600 misiles de Hamas los derribaron: sólo 52 muertos de Israel, militares. Hay alerta pues surgieron enfermedades mortales. El martes surgió la tregua de 7 días (rota) para un cese final del fuego.
Analicemos la situación. Si bien Egipto y Jordania son hoy los únicos países árabes que firmaron la paz con Israel, el resto no lo reconoce. Tras la Primavera Árabe en Egipto, surgió allí temor a las fuerzas del Islam, y aunque el presidente actual fue apoyado hace dos años por la Hermandad Musulmana, pronto se desprendió de ella. Los palestinos perdieron el apoyo de los países árabes a causade Hamas, a la que armó y financió Irán, enemigo de aquellos. La lucha de Egipto contra el Islam político y la de Israel contra la militancia palestina, son similares.
Es la primera vez que los países árabes toleran la cruel destrucción de Gaza. Hoy las petromonarquías –Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unido- están alineadas con Estados Unidos. Todos tienen al islamismo como enemigo. Por lo tanto, por las muertes civiles en Gaza no culpan a Israel, omiten censurarlo. Egipto avanzó: cerró los túneles con Gaza, de donde ésta importa alimentos. De palabra condenan la violencia sin decir de quién, mientras EE.UU y la UE rehúsan negociar con Hamas, tildada de organización terrorista. Además musulmana. Coartada ideal.
Ejercitemos la memoria. ¿Qué era Palestina? A fines del siglo XIX una provincia del Imperio Otomano. Los judíos sufrían el antisemitismo de los pueblos de Europa y de Rusia tras el asesinato del zar Alejandro II.
El racismo lo padecían desde 30 siglos atrás. Shakespeare expuso los criterios pro y antijudíos en su obra “El mercader de Venecia”. Cuando en 1897 el sionismo aprobó crearse un estado para la diáspora (entre sus opciones estaba la Patagonia) decidió forjarlo en Palestina, cual si este lugar estuviera deshabitado. De ahí nació un falso eslogan: “Una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra”. Esa tierra estaba habitada.
Sus ocupantes palestinos eran semitas, igual que los judíos. Con otras costumbres. Y tampoco los judíos, aunque según ellos son “el pueblo elegido” por Jehová (algo parecido a la idea de “raza superior” de los nazis) pertenecen a “otra raza”, como argumentaba falaz el nazismo. No existe una raza judía, es solamente otra religión, con ritos propios.
Así, los judíos empezaron sus migraciones hacia Palestina, que en los principios del siglo XX habitaban medio millón de árabes musulmanes, 80.000 cristianos y 25.000 judíos viviendo en convivencia normal, con 672 pueblos agrícolas. Pero en 1910 ya la población judía se triplicó y tenía 75.000 hectáreas de tierra. Al iniciarse en agosto1914 la Primera Guerra Mundial, varias potencias coloniales deseaban apoderarse del Imperio Otomano. Gran Bretaña envió a Lawrence (luego llamado de Arabia) para convencer a los árabes y judíos de combatir a los turcos.
Como es sabido, Lawrence le prometió a los turcos la independencia. Terminó la Guerra Mundial, cayó el Imperio Otomano, y los árabes no lograron lo prometido. En cambio, el banquero judío Rotschild, que fue financista del sionismo y de los británicos, logró su aval para realizar en Palestina “un hogar nacional para el pueblo judío”. La paz colonial de Versalles le adjudicó Siria y el Líbano a Francia, y Palestina a Gran Bretaña. El objetivo de la tierra exclusiva judía todavía estaba en duda.
Aunque los sionistas tenían una cuota anual para emigrar a Palestina, arribaban con singular desprecio hacia los palestinos y una mentalidad muy cercana al colonialismo inglés. Frente a luchas internas, surgió la Gran Revuelta árabe entre 1936 y 1939, con guerrillas y huelgas, a las que los judíos apoyaron. En julio 1937 el Informe Peel propuso dividir el terreno en tres franjas: una árabe, otra israelí y una central británica.
Los árabes se negaron y comenzó la Segunda Guerra. Gran Bretaña firmó el Libro Blanco para restringir la inmigración judía y así lograr el apoyo árabe contra Alemania. El sionismo se inquietó, pero lo toleró. Sabemos cuánto sufrieron el Holocausto los judíos. Escribí sobre ello.
El Papa Pio IX llamaba en 1860 “perros” a los judíos. Hitler a los tres meses de asumir en 1933 ordenó boicotear los comercios judíos; y el fascista Mussolini declaraba: “Son mis mayores enemigos”. Heidegger delató a profesores colegas por “filojudíos”. Pero Himmler pensó igual que Israel: “Nosotros no matamos hombres, matamos judíos”. Para los israelíes, ¿son los palestinos hombres, mujeres y niños? Las leyes de Nuremberg de 1935 les quitaron a los judíos la nacionalidad alemana.
Como luego los israelíes a los palestinos. Copio un párrafo de mi libro “Presencias interiores” al referirme al escritor judío Giorgio Bassani: “Tras la anexión de Austria por Hitler en marzo de 1938, se convoca para el mes de julio una conferencia de 32 países en Francia; allí Gran Bretaña y EE.UU. rehúsan proteger a los judíos y aplazan en favor de su provecho político el interés humanitario. A Groucho Marx le ocurre en Hollywood con su hija de 8 años. Un amigo la invita a la piscina de un club y el director la saca de allí: “No permitimos judíos aquí”. La niña vuelve llorando y Groucho llama al director: “Mi hija es sólo mitad judía. ¿Qué le parece si va y se mete en la piscina hasta la cintura?”. La II Guerra Mundial crecía. La falta de ayuda permitió el Holocausto. El Papa Pio XII dijo: “sufren porque mataron a Cristo”. Piadoso. Como si Cristo no fuese judío y los sacerdotes que criticaba de esta religión.
La Haganá (nombre del barco que llevó a judíos a Palestina en 1920) era una milicia sionista que al mando de David Ben Gurion (laborista, fundador y primer ministro de Israel) combatió con 30 mil hombres en ese frente aliado contra los nazis. Y adquirió habilidad militar, en tanto la inmigración clandestina proseguía. Otras milicias hebreas (el Irgún, de Menajen Beguin, de derecha y luego premier de Israel) atentaban contra posiciones árabes y británicas, aún durante la Segunda Guerra.
La tensión continuó, pero el conocimiento mundial del Holocausto hizo que muchos judíos buscaran huir hacia Palestina. Y no podían: Gran Bretaña mantuvo sus restricciones. Los devolvía a Europa o a la isla de Chipre, cercana y quizás lejana para sus sueños de tener un hogar.
Todo cambió cuando en julio de 1946, un año después del final de la II Guerra Mundial, el Irgún atentó contra el Hotel Rey David, el cuartel general militar británico, y lo demolió, como pasaría aquí con la AMIA. Hubo un centenar de muertos ingleses. Y el sionismo se alió a EE.UU.
En tres meses el presidente Harry Truman pidió la partición y en 1947 Gran Bretaña afirmó que se iba en un año y se sometió al arbitrio de la ONU, que en noviembre de ese año, por la resolución 181, ordenó: el Estado judío ocupará el 54 % de Palestina con 500.000 judíos y cerca de 400.000 árabes; y el 45 % será para árabes que sumaban 700.000. Jerusalén era compartida, con la gran población de 200.000 personas.
Y el 14 de mayo de 1948 se proclamó la creación del Estado de Israel, que el Gobierno de Perón fue el segundo en América en reconocer. Si bien los palestinos rechazaron duros esa división, en pocos meses el sionismo expulsó a más de 600.000 árabes, arrasando a 400 aldeas. El socialismo humanista que proclamaba lo convirtió en menosprecio.
La limpieza étnica está en la matriz de Israel, que con el Plan Dalet de 1948 se apropió de la vía Jerusalén a Tel Aviv que no le correspondía. Varios historiadores judíos (Ilan Pappé o el sionista Benny Morris) han reconocido que hace 66 años se inició aquella limpieza, para lograr un Estado con mayoría judía. Los palestinos de Gaza son descendientes de esos expulsados. Viven en un castigo continuo. Israel decide quién y qué productos entran a la Franja. A veces cierra una calle y la gente no puede salir de su casa. Matan a miles, causando la huida de otros.
La concepción de Estado judío la mantiene por esa supremacía legal y demográfica de su población. Sabe que si no hace la limpieza étnica a menudo, de no practicar su habitual y cruel segregación legalizada (es decir, un apartheid represivo), debería reformarse democráticamente. No lo tolera. Crear un Estado judío lo asumió el primer ministro David Ben Gurion, tras recolonizar las tierras mediante el terror. Luego, en 1950, se aprobó la hipócrita Ley de los Bienes Ausentes, que daba el traspaso a los judíos de las casas y bienes inmuebles de palestinos.
No sólo de los que habían huido fuera de las fronteras israelíes, sino de los reubicados dentro. Los titularon bienes “abandonados”. Saqueo del vencedor. Con otras leyes, se prohibió la venta o transferencia de tierras, para garantizar que no retornaran a los palestinos. Autorizaron decretar la expropiación de bienes “por interés público” o declarar una superficie “zona militar cerrada”, lo cual impedía a los palestinos que fueran propietarios de las mismas, reclamarlas como suyas. Con ello, en 1958, 64.000 viviendas de palestinos ya eran propiedad de judíos.
Durante 1967, la Guerra de los Seis Días (ataque relámpago de Israel a los árabes utilizando la técnica nazi “blitzkrieg”, para destruir a casi 400 aviones de Egipto en tierra), les otorgó veloz e inusitada victoria y el resto del territorio. Luego es historia. Ese 1967, se apropió de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este. Cualquiera que conozca el actual bello Israel tendrá una visión parcial de los hechos. Hicieron un vergel en el desierto, y su gente vive con más derechos que los de los palestinos.
Viendo los mapas, es fácil descubrir que Israel se apropió del territorio íntegro entre los años 1949 y1967. Pétreo, luego sólo aceptó en Israel a 150.000 palestinos (el 15% del total) porque en 1952 accedieron a la ciudadanía. Recuerdo que en 1965 entrevisté al agregado israelí en el país. Dijo que los árabes querían lanzarlos al mar y cortarles el acceso al Jordán. Se decía algo así. Exhibió mapas, busqué fuentes, hice una nota en la revista “Gente” y defendí su posición. Luego escribí sobre el espía Eli Cohen, judío que se hizo pasar por árabe en la comunidad de Argentina, viajó a Siria, fue amigo del presidente e informó de aviones, etc. y facilitó el ataque de Israel. Un héroe. Descubierto, fue ahorcado.
La cultura restrictiva palestina con sus propios ciudadanos, y más con las mujeres, es vastamente conocida. El muro está allí, grisáceo, pero del otro lado en la pequeña Gaza hay hacinados 1.800.000 palestinos. Los ataques israelíes son presentados como “defensa” contra Hamas. Lo cual aprueba el 90 % de los israelíes, engañados por la publicidad. Les cambiaron el cerebro a las nuevas generaciones. Antes, sostenía Levi, no eran así. Para Israel, invadir es un acto progresista. ¿Acaso no es similar a la excusa aria nazi, invadir para lograr “espacio vital”?
Nunca cumplió Israel la resolución 194 de las Naciones Unidas, que se ratificó en 1974 con la 3236, y ordenaba el derecho de los refugiados a retornar a sus hogares o recibir indemnizaciones. No las han recibido.
Su trato es similar al de los nazis con judíos. Los ven como “blancos” o “cosas”, quizás como “parásitos” a extirpar. Esto enseñaba el nazismo.
Atacar diciéndose atacado (o en forma “preventiva” como ahora) era la hábil táctica nazi. E iniciaron la II Guerra Mundial el 1° de setiembre de 1939. Mintieron: dijeron que Polonia los agredió. Algo similar señaló el presidente Lyndon Johnson en 1964 sobre Vietnam. La voladura de un barco de guerra estadounidense, gatilló un aumento feroz de tropas y aviones. Más tarde, se averiguó que al barco lo atacó, adrede, EE.UU.
A Israel le encanta presentarse como un país pacífico (aunque posee armamento nuclear) que es “atacado por asesinos fanáticos”. En una época eran los sirios, luego Arafat (nunca olvide la masacre que Israel hizo producir en Sabra y Chatila, sobre la que Alberto Cortés escribió una emotiva canción) y hoy es Hamas, que lanza sus cohetes. A una mayoría de ellos los destruye en el aire con un escudo antimisiles, el Cúpula de Hierro, que le financia EE.UU. Se defiende de “terroristas”.
Pero para la ONU son “Territorios Palestinos Ocupados” militarmente. Un mapa de 2005 demuestra que Israel se apropió de Palestina salvo parte de Gaza (que abandonó ese año) y Cisjordania, tras ocuparlas 38 años. Para aniquilarlos, ahora Hamas es la excusa imprescindible.
Lo cierto es que el pueblo palestino (mucho del cual sale día a día de Cisjordania para trabajar en Israel) no sólo sufre un apartheid similar al africano, sino que es agredido a menudo por colonos judíos armados con ametralladoras (recuerde el crimen en masa hecho por uno en una mezquita) a los que protege brutal el ejército israelí. Un palestino no puede cruzar el muro. Sólo mirar a Jerusalén desde lejos. De paso, le confiscan el agua y arrasan cultivos de olivos. En Hebrón, los sádicos colonos tiran basura a los palestinos, que no salen de noche por temor a los conflictos. Al ser segregados, no pueden caminar por algunas de sus calles. Lo prohíben. La violencia psicológica, cotidiana, aterroriza.
Y los bombardeos también. En los diarios occidentales, sólo critican a Hamas. Como ocurrió con la guerra de Vietnam. ¿A quiénes les gusta vivir ocupados? No a los palestinos. La estrategia israelí (usada desde hace siglos) es “victimizarse”. Le adjudica la culpa de sus crímenes a Hamas, por poner a suicidas escudos humanos. “Es responsabilidad” del ocupado, lo que también señalaban los nazis. Mataban a los rusos y violaban a mujeres (pasó al revés al ocupar los rusos Berlín) porque los rusos peleaban del lado equivocado. Bombardear un edificio donde hay civiles de escudo (si es cierto, no creo que las familias sacrifiquen a los suyos) no es un derecho. Pero no justifico la ideología de Hamas. Es confusa y está contra la Revolución Francesa. ¿Desechan las tres consignas que cambiaron este mundo: libertad, igualdad, fraternidad?
Monstruos no. Cuando la filósofa judía y ex amante del nazi Heidegger (estudiaba con él) Hannah Arendt, escribió tras el juicio a Eichmann su célebre libro “Eichmann en Jerusalén” varios judíos (más en EE.UU, la mayor comunidad fuera de Israel) la acusaron de ser una “judía que se odia a sí misma”. A Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, le dijeron lo mismo en sus conferencias en EE.UU por censurar al Israel sionista. Lo que ocurre (lo sabemos quienes vivimos la dictadura argentina) es que cuanto Arendt apuntó al sugerir que Eichmann no era un monstruo sino un hombre común que cumplía órdenes, es verdad. Cualquiera se convierte en un criminal sin culpa (los israelíes) si lo educan para ello. Hace 35 años el film “I…como Icaro” imitó la indagación que lo prueba.
Nadie aprende la lección. Los turcos que realizaron el genocidio de los armenios no eran monstruos. Las atrocidades de los procesistas aquí (violar mujeres, ponerles ratas en las vaginas, llevarlas de paseo a las “putas guerrilleras” y luego asesinarlas, o hacerlas parir y robarles sus hijos) las hicieron seres humanos, como un médico con el cual parían: huyó durante años, lo condenaron, y una Cámara hace días lo envió a dormir plácido en su casa. Los genocidas siempre tienen defensores.
Juran defenderse de ataques: en la dictadura eran los de “peronistas y marxistas contra la patria y la propiedad privada”, decían. Al enemigo, reducirlo a la nada. Eso hacían: anulaban la condición humana. Como Roca con los indios, a fines del siglo XIX, en su elogiada Campaña del Desierto. Terminó el trabajo de los españoles, que aún festejan el Día de la Raza (acotemos que “Raza” se tituló el vanidoso film cuyo guion escribió Franco) por eliminar a los indígenas. Esas tierras, he escrito, fueron a manos de latifundistas amigos del roquismo. Pues si eran de los indios, para ellos no pertenecían a nadie. La lógica que usa Israel.
El genocidio económico que realizó el neoliberalismo con el ruin plan menemista, destruyendo el empleo, los ahorros y la vida de millones de argentinos, lo realizaron dos personas comunes: Menem y Cavallo. Hubo dos estafas, megacanje y blindaje. A Cavallo no se lo cuestiona.
Tampoco al premier israelí Netanyahu nadie le exigirá jamás cuentas. Como ocurrió con los militares norteamericanos en Vietnam. Y como sucedió con el nazismo. Los aliados sólo juzgaron a pocos cabecillas. Cuando comenzó el litigio con la Unión Soviética y Churchill proclamó que había entre ambos una Cortina de Hierro, liberaron en 1950 a los nazis que debían ser juzgados. Para que combatieran al comunismo. Los soviéticos “defendieron” su sistema con el Muro de Berlín en 1961, que cayó en 1989 unido al derrumbe de un capitalismo de Estado sin justicia social. ¿Cuántos han sido los SS y nazis a juzgar? No pocos: 792.000. Occidente los prefirió de su lado. ¿No será también fascista? Quizás. Disfrazados, hoy avanzan los neonazis (con votos) en Europa.
La autodefinición de Estado judío excluye la ciudadanía universal. A la larga, si aceptara como ciudadanos a los palestinos de Cisjordania y Gaza, que siempre controla, esa idea de Estado judío correría peligro, dado que la población judía dejaría de ser mayoritaria. ¿Por qué? Por la elevada natalidad palestina. Ahora, dentro de la titulada Línea Verde (fronteras antes de la guerra de 1967) los judíos llegan al 70 % de su población, y calculan que en veinte años se reducirán al 50 %. Temen, si dan derechos, perder el poder que los politólogos llaman etnocracia: un nacionalismo étnico que retiene el gobierno, aun siendo minoritario.
Otra polémica ley, la del Retorno, concede la ciudadanía israelí a los judíos de todo el mundo y también a sus hijos, nietos y cónyuges. El privilegio incluye a quienes se conviertan al judaísmo. Curiosamente, excluye a los judíos convertidos al cristianismo. La ley no deja regresar a los palestinos expulsados de su hogar, ni a sus descendientes. Algo arbitrario, que permite a un argentino convertido al judaísmo residir en Israel, lograr la ciudadanía e incluso acceder a la ayuda económica del Estado para estudiar o conseguir vivienda. Más aún, un europeo que se case con una israelí tiene derecho a residir y a la ciudadanía. Pero en 2003 surgió otra traba: la Ley de Ciudadanía y Entrada en Israel. Dice que los palestinos de Cisjordania y Gaza (ellos, menores de 35 años; y ellas, menores de 25 años) no pueden residir en el territorio israelí, aunque se casen con un/a israelí. Discriminación al desnudo.
Los colonos son parte ideal de un ejército paramilitar. Pueden invadir y ocupar, por razones políticas, religiosas o la primordial: económicas; pues el Estado brinda préstamos y subvenciones a los hebreos que se instalan en tierra palestina. Si bien en Cisjordania habitan más de dos millones de personas, los 450.000 colonos judíos consumen alrededor de 620 metros cúbicos de agua anual, y los palestinos sólo 100 metros cúbicos, porque los primeros se apropiaron de parte de los acuíferos.
Sólo los colonos pueden portar armas, y con la protección del Ejército, que legitima así la ocupación. El Estado regula la tierra en Cisjordania. Por lo cual hablar de un factible futuro Estado palestino allí es ingenuo.
Dado que es una zona acordonada, con pueblo y ciudades separados entre sí. Apenas son islotes rodeados por controles militares y colonos judíos asentados. Un Estado palestino en la Cisjordania de hoy, amén de muy pequeño, no tendría conexión territorial y habría fronteras por doquier. Cada colonia israelí es una frontera y limita sus movimientos.
¿Cómo? Con arrestos arbitrarios y la Ley de Detención administrativa, que permite mantener encarcelado a un palestino dos años sin cargos ni juicios (como hace EE.UU en Guantánamo), impide a los palestinos salir del pueblo (o tardar horas en hacerlo), prohíbe la construcción de viviendas y si las hacen las demuele por no tener permiso de construir. Que invariable, les deniega. Círculo perfecto del sistema de exclusión.
Israel se guía por la ley del talión, unida a la impunidad. Si matan a un israelí, el Estado (como en la dictadura argentina) cree que el presunto culpable “algo habrá hecho”. No lo juzga democráticamente, por la vía judicial. Se venga derribando la casa de su familia, torturándolo a él, a sus amigos o familiares, o decidiendo una ofensiva militar en su barrio o en otro. Todo ello es posible porque, si bien Obama acaba de exigir sin éxito que Israel termine esta matanza, es una condena sólo verbal, pues Estados Unidos y la Unión Europea tienen a Israel como un socio comercial, le venden armas y le dan apoyo diplomático. Por esa razón, Israel pudo desconocer decenas de condenas de las Naciones Unidas.
La guerra es el espejo entre dos comunidades agresivas que se odian. Y los palestinos se sienten mártires. Sus niños a veces tiran piedras y los soldados israelíes los matan sin lástima. Porque los judíos tienden a pensar que todos los palestinos son terroristas. Al menos eso dicen. Ambos bandos buscan matarse, pues a menudo tienen algún pariente, lejano o cercano en el tiempo, muerto por la otra parte. Los palestinos están divididos en grupos o tribus que a veces se agreden entre ellos.
El terrorismo es una aguda contraseña (más que para dar terror), para demostrar a su pueblo que no se han rendido, que resisten. Un cohete de Hamas es apenas un arma subversiva, no muy efectiva. Se aprecia por la escasa cantidad de víctimas en Israel. Pero los judíos, ¿son tan inocentes como dicen? ¿Por qué no comparten la vida con los árabes?
La táctica de Israel es antigua: dividir para reinar. Evita que los grupos islamistas derrotados, Hamas y Al Fatah, se unan como dijeron harían pronto. Cuando luego informaron que denunciarían a Israel ante varios tribunales internaciones, la respuesta fue este ataque. Israel no admite que se cuestione el carácter judío de su Estado. Sin saberlo, retorna a su ghetto previo a la Segunda Guerra. Al excluir a los palestinos, esos judíos se excluyen a sí mismos. “El precio de la paz es más pequeño que el de no tenerla”, dijo Rami Elhanan, israelí que perdió a su hija en un atentado de Hamas. Esto inquietó a los radicalizados extremistas israelíes. Se vengaron atacando a otros israelíes que salían a la calle pidiendo paz y libertad para los palestinos. Decía en 1969 Golda Meir (laborista) que discutiría la paz. Luego fue más dura. Con los sin nada.
Parece similar al racismo nazi. Según el semiólogo Walter Mignolo, el racismo es una decisión de quienes poseen el poder para “clasificar y evaluar el grado de humanidad de los otros con el objetivo de controlar y dominar”. Inclusive una académica israelí, Nurit Peled, detallaba que Israel, “se declaró oficialmente un Estado de apartheid y se distingue por lo que fue siempre el método de racismo más exitoso: clasificar a los seres humanos”. La ambición de Israel de conseguir más, evita un acuerdo que daría sosiego a su población: admitir un Estado palestino, con sólo el 22 % de la Palestina inicial. El costo sería ínfimo: ordenar salir de Cisjordania a cerca de 450.000 colonos judíos. No lo aceptará.
La paranoia persecutoria de Israel sigue. Su gobierno de ultraderecha no es representativo de la cultura judía, que durante siglos consagró a mentes preclaras: piense en Marx, Einstein, Scholem Aleijem, Freud y decenas de Premios Nobel en todas las ramas del saber. La madre de todas las desgracias es la ambición de poder. Lo ilegal se convirtió en un derecho. Desconfiado, el judío cree a los palestinos una comunidad marginal. Si bien las dos religiones son estrictas, los sabe muy pobres.
Gente que está fuera de lugar y debe irse. Así los juzgaban los nazis a ellos. El estigma de los palestinos es su miseria, creada por sus malos gobiernos. Pero los palestinos son los outsiders en esta feroz historia. No hijos descarriados que no valen nada. Guerrean dos partenaires en un baile criminal que lleva un siglo. Abandonen ambos, ahora, el ansia de revancha. Y ese deseo enfermizo por doblegar la voluntad del otro.
El odio y el crimen se contagian. Al enterrar a un asesinado, los judíos rezan: “Dios vengará su sangre”. Es verdad que los palestinos utilizan métodos terroristas. Parecidos a los de judíos en los años ´40 contra los británicos, cuando no poseían el armamento sofisticado que tienen ahora. Existe una incomprensión en los hebreos: nunca admitirán que si bien estuvieron allí hace tres mil años, el mundo se renovó y no son ahora los dueños exclusivos de ese espacio disputado. Hoy hay 7 mil millones de seres en el planeta. Y todos deben tener iguales derechos.
Hitler ocupó Europa sólo 6 años. Israel hace 47 que penetró en Gaza y Cisjordania, las controla. De víctimas pasaron a ser victimarios. La paz sería, como dice el gran músico Baremboim, maravillosa. ¿Pero puede haber paz si uno tiene todo y el otro nada? Falta algo de generosidad. Sabemos que aunque sufre y muere gente de las dos partes, esto no sucede en la misma proporción. Si Israel lo admite, vencerá en la paz.
Otra gente siente que la injusticia y la desigualdad pueden derrotarse. ¿Cómo se puede vivir, trabajar y amar, matándose durante décadas? Dijo Samuel Johnson sobre quienes ejecutan carnicerías humanas: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”. Me resisto a creer que uno de los más nobles principios humanos, la compasión, haya tal vez expirado en los israelíes. Podrían no mortificar más a miles de civiles.
Si alguien se toma el trabajo de identificar a las víctimas, ubicándolas en tiempo y espacio, entenderá esa dimensión del horror. Los israelíes en su país no sufrieron ni la décima parte que los palestinos. Estos ya pasaron media vida encerrados en los campos. O toda. Hoy los judíos no refrescan su pasado. Ni lo valoran. Deberían recobrar su memoria.
Señaló el Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu: “Si eres neutral ante situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”. No olvidarlo. Ni crear olvido, triste modo de obligar a borrar la memoria del corazón.