El clásico del barrio
Llegué a la esquina del bar y empecé a putear por lo bajo.
No estaba de humor para soportar ningún cumpleaños y el bar del gallego estaba lleno de globos blancos y rojos.
Entre sin rápido, sin levantar la cabeza. Realmente esperaba no ser el primero en la mesa.
Cuando levanté la vista y lo vi a Richard sentado, respiré aliviado.
Me desplomé en la silla y bufé como un caballo. Definitivamente estaba de mal humor. Caminar tantas cuadras bajo el sol del domingo no había sido la mejor idea.
- “¿De quién es el cumpleaños?” – le pregunté a Richard mientras levantaba la mirada al televisor.
- “¿Vos sos boludo natural o estas entrenando?” – me disparó con un tono sobrador. Y sin que pudiera reaccionar me preguntó – “¿No lo viste a El Colo ahí atrás?” .
Me di vuelta y entonces lo vi. Estaba con la camiseta de Huracán parado sobre uno de los taburetes altos que se usan en la barra. Trataba infructuosamente de enganchar el último ramillete de globos en el cartel de los precios.
Mantenía un equilibrio tan pero tan precario, que era un verdadero milagro que no terminara con toda su humanidad desparramada sobre el mostrador.
Cuando terminó la proeza, se vino hasta la mesa.
Parecía que acababa de salir de un sauna, colorado, sin aliento y todo transpirado. Pero nada de eso le importaba. Tenia una sonrisa en la cara que lo hacia parecer un nene el día de Reyes.
- “¿Te gusta como quedó la decoración?” – me preguntó
- “Hermosa” – mentí sin ganas – “Quiero ver donde te los guardas después del partido” – sentencié contundente mientras en mi se boca dibujaba una mueca parecida a una sonrisa.
La escalada de chicanas siguió hasta el comienzo del partido.
Para ese momento el bar explotaba y la banda “homenajeaba” una picada monumental que Ricardo, el mozo, sabía traernos para estos magnos acontecimientos.
Tengo que reconocer que disfrutaba verlo sufrir al Colo. Cada ataque de San Lorenzo lo hacía tragar saliva de una forma particularmente curiosa.
De repente, de la nada, un escalofrío me corrió por la columna vertebral. Toranzo nos vacunaba… en nuestra casa… y a los 15 minutos..!!
Lo vi al Colo de refilón. Se despegó de la silla como en cámara lenta, mientras la boca se le llenaba de gol. En el medio del festejo volaron algunos ingredientes de la picada y el porrón de cerveza de El Ruben se estrello en el piso.
Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no recagarlo a trompadas cuando se me paró adelante besándose la camiseta. Pero hice la Gran Sidarta Kiwi, me “enyoguisé” y conté hasta mil.
Te lo juro. Solo paré cuando casi me muero de un infarto en la jugada del “penal” a Huracán. Pero fue hasta mil, eh. Posta.
Si me acuerdo que iba por el 999, cuando vi que entre 50 rivales Matos recibía del cielo un centro, que le debe haber mandado Dios, para dejársela servida al Pipi que entraba como corriendo a un motochorro y ahí si, me liberé… GOOOOOOOOOOOOOOOL…!!!!!
Si hasta me acordé de una prima lejana que el Colo tiene en Israel, y lo mandé de visita a su genitalidad…
Lo que vino después ya es sabido. Toque, goles y como corresponde al Ciclón algún sobresalto.
Papá San Lorenzo otra vez le pinchaba el globo a los de Huracán. Fueron cuatro años de espera, pero la historia volvía a ser la misma.
Para cuando terminó el partido yo me sentía otro tipo. Había desaparecido el mal humor y la angustia. Estaba pleno.
Fue ahí cuando lo busqué al Colo al otro lado de la mesa pero no lo vi. No estaba. Busqué su camiseta en el tumulto de tipos que se iban del bar y tampoco lo encontré. Pregunté si había ido al baño, pero nadie sabía nada.
Entonces llegó Ricardo, el mozo. Venía con la cuenta en la mano.
- “Me dijo el Colo que hoy invitaba usted” – y me puso el ticket en la cara.
Lo dijo en un tono lo suficientemente alto para que escucharan todos en la mesa. Si hasta creo que percibí un brillo burlón en su mirada.
- ¿Cuánto..?? ¿Pero que pasó? ¿Estoy pagando lo de la mesa o la consumición de todo el bar..?? – pregunté furioso.
- “Te cagó bien, hacete cargo” – dijo el Pelado mientras se paraba y se ponía la gorra para irse.
Mientras vaciaba todos los bolsillos para encontrar la plata que me faltaba sentí la mirada de El Ruben, que con una amplia sonrisa, me dijo:
- “¿Viste como son las cosas, no? A veces la felicidad, sale carísima “– filosofó.
Salí del bar del gallego más malhumorado de lo que había entrado.
Mientras caminaba, masticando bronca, una sensación de placer fue tomando cuerpo.
La revancha iba ganando espacio en mi mente.