Democracias con censura
Con más de 30 años ininterrumpidos de democracia cabe preguntarse: ¿se ha acabado la censura? De no haber sido así ¿quién es objeto de censura y, sobre todo, quién es el sujeto que censura?
Tales interrogantes sería deseable que los respondiesen los periodistas que han construido sobre sí una imagen de garantes de toda libertad de expresión más allá de que, en épocas de gobiernos dictatoriales, la censura ha alcanzado también y a veces especialmente, a artistas, intelectuales y a aquellos que, desde su lugar, osaron desafiar el poder.
Sin embargo, en la actualidad, debemos viajar a España, por ejemplo, para dar con datos serios acerca de la censura y las presiones que reciben los periodistas en plena vigencia de gobiernos democráticos. Allí, el último informe de la Asociación de Prensa de Madrid, arrojó un número que puede sorprender: el 80% denunció que ha recibido presiones. ¿Pero acaso estas presiones provinieron del poder político? No. Según denunciaron los periodistas consultados, provinieron de las empresas. Esto, desde ya, no es ninguna novedad pues el informe muestra que la tendencia se viene profundizando en los últimos años tanto como los despidos y la precarización laboral.
Si a esto le sumamos que las formas de la censura son diferentes y que, al decir de Ignacio Ramonet, hoy ya no se censura a través de recortes o limitaciones sino, por el contrario, a través de la sobreabundancia y la repetición de información inútil, caemos en la cuenta de que el afianzamiento de la democracia, tanto en el primer mundo como en la periferia, no acabó con la censura sino que produjo formas más complejas de ocultamiento de la información y, por sobre todo, cambió al sujeto que efectúa la censura. En otras palabras, frente a la lógica clásica del recorte, se erige el exceso de información banal y las agendas sobrecargadas de un puñado de noticias; y frente a aquel esquema en el cual eran los gobiernos quienes presionaban y limitaban las distintas formas de expresión, hoy son las propias empresas privadas, dueñas de los medios de comunicación, las que ejercen ese poder. Esto, desde ya, no quiere decir que no existan intentos de recortar la información a la vieja usanza o que hayan desaparecido por completo las presiones por parte de sectores de la política pero, sin dudas, estamos ante los signos de una nueva época en la que las amenazas a la expresión y los sujetos que impulsan esas amenazas, están cambiando.