Whitman y Yupanqui, el destino del canto humano
Hay muchas cosas que unen a los hombres: la nacionalidad, la lengua, la religión. Aunque, curiosamente, son las mismas cosas que los separan. Sin embargo, hay muy pocas cosas que unen a los hombres sin separarlos, una de ellas es el canto. El canto une a los hombres, porque el canto llega al corazón humano, sin pagar el impuesto del pensamiento. El canto no pide permiso, porque sabe que el alma jamás le pide documentos, sabe que la semilla del espíritu humano está hecha de pasión, y el canto es el cuerpo de la pasión humana. Cuando hablo de canto, también hablo de Poesía, ella nació para ser cantada: ¿se imaginan a los primeros hombres que sintieron esa necesidad de cantar? ¿Se imaginan a esos hombres sintiendo extrañas cosquillas, padeciendo esa sensación de que sus muertos y sus recién nacidos, de que sus miedos a la noche y su fervor por el amanecer, de que sus amores y sus odios, de que su hambre y sus banquetes salvajes, podrían ser cantado?
El hombre canta para conocer la verdadera dimensión de su voz, canta, para encontrar en su voz, todo lo que el silencio sembró, a lo largo de siglos, en él. Siguiendo ese camino, quiero unir a dos hombres que le enseñaron a la humanidad a cantar, uno, Walt Whitman, el poeta que nació en Estados Unidos, pero en realidad, nace en cada hombre que abre los calabozos del mundo, y nuestro Atahualpa Yupanqui, el trovador que nació en Pergamino, aunque nace en cada uno que entiende, el más allá del canto humano.
Whitman es hijo de la Biblia, Yupanqui del Martín Fierro, el viejo Walt escribe su poesía en forma de salmos, don Ata urde sus coplas en forma de canto desesperado, a lo José Hernández, a lo Santos Vega. Walt pertenece a la corriente trascendentalita, movimiento que anunciaba la llegada de una nueva era, donde la intuición del hombre sería una nueva religión; Atahualpa pertenece a la cultura popular argentina, un espacio donde se une la guitarra traída por el conquistador y la caja heredara de una cultura ancestral
Whitman escribió Canto a mí mismo, mientras que Atahualpa Yupanqui creó Destino del canto, cada uno retrató en su obra, como nadie, la desnudez y el ropaje de sus países, ambos son claves en la cultura universal: mientras Whitman es el padre del corazón de los poetas de versos libres, Yupanqui es el padre del canto de los trovadores del continente
En Whitman, vida y hombre, son lo mismo, en Yupanqui, pueblo y hombre, son similares. Whitman fue un profeta, en su poesía se canta la Norteamérica venidera; Yupanqui fue un poeta, en su obra se comprende la Argentina ancestral, la patria de la raíz. Whitman le cantó a los estados; Yupanqui a las provincias, sin embargo, ambos, cantándoles a sus lugares, le cantaron a la creación y la humanidad entera, porque en la obra de estos artistas: los ríos y los mineros, los hacheros y los pobres; porque mientras Whitman, le cantó al albatros , Yupanqui al Kakuy; cuando el lírico norteamericano celebró el cedro , don Ata el algarrobo; Atahualpa se inspiró en el arriero y Walt en el granjero,
Whitman exclamaba: “...comienzo a cantar hoy/ y no terminaré mi canto hasta que muera. Que se callen ahora las escuelas y los credos./ Atrás. A su sitio./ Sé cuál es su misión y no la olvidaré; que nadie la olvide./ Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,/ dejo hablar a todos sin restricción/ y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza/ desenfrenada”
Yupanqui hablaba del Destino del Canto: “Sí, la tierra señala a sus elegidos/El alma de la tierra, como una sombra, sigue a los seres/ Indicados para traducirla en la esperanza, en la pena/ En la soledad./ Si tú eres el elegido, si has sentido el reclamo de la tierra/ Si comprendes su sombra, te espera/ Una tremenda responsabilidad./ Puede perseguirte la adversidad,/ Aquejarte el mal físico,/ Empobrecerte el medio, desconocerte el mundo,Pueden burlarse y negarte los otros/ Pero es inútil, nada apagará la lumbre de tu antorcha,/ Porque no es sólo tuya”
Ambos son cartógrafos de lo humano, topógrafos de cada una de las cosas que merecen trascender el silencio y alcanzar la jerarquía del canto.