Una épica que se agiganta
No sólo libraron una lucha épica y desigual, sino que hasta violentaron las leyes de la física. Caminando en círculo llegaron muy lejos y han sido conocidas y reconocidas en todo el planeta. Las motorizó el dolor insondable e inimaginable de la pérdida de sus hijos e hijas. Dieron vuelta alrededor de la Pirámide de Mayo rodeadas de indiferencia y acompañadas casi exclusivamente por el recuerdo de sus ausencias queridas. Otro hecho con pocos o ningún antecedente la tienen como protagonistas: parieron a sus hijos y luego a través de su desaparición fueron paridas por ellos.
Las inclemencias de un funesto tiempo histórico, las arrancó a muchas de ellas de sus cocinas y las precipitó a la vida pública. Amas de casa mayoritariamente, golpearon infinitas puertas que se cerraban a su paso.
La justicia, los partidos políticos, el periodismo, salvo honrosas excepciones, le dieron la espalda en la medida que fueron cómplices y muchas veces socios o beneficiarios de la dictadura establishment-militar.
En el prolongado tiempo en que la Plaza de Mayo permaneció vacía, ellas la ocuparon todos los jueves con sus dolores y esperanzas, superando el miedo, las amenazas y la represión. Se identificaron con un pañuelo blanco en medio de la noche más negra del país. Sus pies cansados gastaron las baldosas alrededor de la Pirámide, la misma que Pancho Ramírez y Estanislao López la usaron de palenque en 1820. Sus manos buscaron respuestas en un país sumido en el miedo y el terror. Fueron calificadas “Las Locas” por los que se autoproclamaron “derechos y humanos.” El escritor uruguayo Eduardo Galeano escribió: “Las madres de Plaza de Mayo, mujeres paridas por sus hijos, son el coro griego de esta tragedia. Enarbolando las fotos de sus desaparecidos, dan vueltas y vueltas a la Pirámide, ante la rosada casa de gobierno, con la misma obstinación con que peregrinan por cuarteles y comisarías y sacristías, secas de tanto llorar, desesperadas de tanto esperar a los que estaban y ya no están…….. Las llaman locas. Normalmente no se habla de ellas. Normalizada la situación, el dólar está barato y cierta gente también. Los poetas locos van al muere y los poetas normales besan la espada y cometen elogios y silencios. Con toda normalidad el ministro de Economía caza leones y jirafas en la selva africana y los generales cazan obreros en los suburbios de Buenos Aires. Nuevas normas de lenguaje obligan a llamar Proceso de Reorganización Nacional a la dictadura militar.”
Su inclaudicable lucha nacional e internacional erosionó la fortaleza de esa dictadura salvaje. Esas mujeres débiles y desprotegidas, pero con la fortaleza de la razón y que nunca convocaron a la justicia por mano propia, constituyen una de esas sorpresas con que la historia gratifica, la repetición bíblica inusual de David venciendo a Goliat.
Desde hace 40 años, esos rostros doloridos y al mismo tiempo esperanzados con la vida, están en cada acto, en cada manifestación en que se reivindica un derecho, se denuncia una carencia o se reacciona contra una injusticia. Muchas han muerto, algunas reconfortadas por el mejor regalo que sus hijos les dejaron, los nietos, apropiados como botín de guerra por el terrorismo de estado, y restituidos por la otra lucha épica y constante, la de las Abuelas de la histórica Plaza. Otras vigilan las luchas actuales desde sus cenizas dispersadas en ese histórico predio, donde sus pies movilizaron sus esperanzas, entre ellas la de Azucena Villaflor una de las catorce fundadoras, señalada para ser asesinada por el Judas contemporáneo Alfredo Astiz.
Son locas porque se negaron a asociarse a la locura. Como pronosticó Eduardo Galeano: “Ellas serán un ejemplo de salud mental porque se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia.”
Protagonistas involuntarias de una tragedia argentina, encarnan con su accionar y presencia aquella expresión que Shakespeare puso en uno de sus dramas “La lucha contra la muerte y el olvido.”