Un trabajador talentoso
Es difícil saber porque algunas muertes de personas que uno no ha tratado personalmente, pero que sin saberlo formaron parte de mis primeros años, producen en uno repercusiones diferentes. Arriesgo una hipótesis: la desaparición física nos remite a un momento de la infancia, que convoca al recuerdo de muchos de los familiares propios más próximos. En mi caso a mí madre y mis abuelos maternos que hace tres décadas largas se fueron de la vida. El último, el más rezagado fue mi padre que con 92 años murió en el 2006. Este 10 de febrero se fue un gran jugador, tal vez sin el suficiente reconocimiento porque convivió en River con un equipo notable que ganó cinco de seis campeonatos entre 1952 y 1957. Fue su recuerdo el que convocó una tropilla de reminiscencias que conté cuando escribí una nota, el día que Enrique Omar Sívori también abandonó el partido de la vida, allá
por el 2005.
Decía entonces: “Pasó hace más de cinco décadas. No me lo contaron. Yo estuve ahí. Fue el 18 de julio de 1954. Fue en Colonia López, una de las tantas colonias judías de Entre Ríos. Recuerdo claramente la escena. Un chico delgado, pequeño, de ocho años, pegado a la vieja radio que funcionaba con una batería de auto. La electricidad era un avance desconocido. Faltaban horas para que jueguen River y Boca en la Bombonera. Pero el chico quiere saber como va a formar su equipo. Algo ha escuchado. Parece que no van a jugar ni Walter Gómez ni Labruna. El uruguayo por estar lesionado. Angelito porque creo ahora recordar había fallecido su padre. El chico delgado no puede entender que el máximo goleador contra Boca no juegue por esa desgracia familiar. El mismo que entraba a la cancha de su adversario histórico tapándose la nariz.
Lo recuerdo bien. Yo estuve ahí. En esa cocina de campo donde la abuela de ese chico, Teresa, estaba (esto no lo recuerdo, me lo imagino) haciendo los varenikes de quesillo. Todo casero. La masa, el quesillo y la crema. Pero al chiquilín le importan poco los varenekes. Lo importante es quienes jugarán por Walter Gómez y Labruna. Seguramente que por “el feo” entrará Enrique Omar Sívori, que debutó en el primer partido del campeonato, el 4 de abril ganando River a Lanús por cinco a dos……… El chico continúa pegado a la radio mientras el abuelo Jacobo con su castellano enrevesado no entiende esa locura de su nieto y recuerda algún pogrom de la lejana Odesa. Teresa sigue estirando la masa de los varenikes. Recuerda cuando un colono trajo la primera radio a ese lugar perdido de las cuchillas entrerrianas y no funcionó. Otro vecino convocado al evento exclamó sarcástico: “Como podes ser tan ingenuo para pensar que de ese cajón va a salir una voz”. Rosita y Elías, los padres del chico, que no se despega de la radio, lo contemplan con mirada comprensiva. El chico no come los varenikes de Teresa. El tío Mote, con una burla, intenta hacerlo engranar al hincha inapetente. A las tres de la tarde dan la formación de los equipos. Transmite Fioravanti con los comentarios de Besio y Cané. Debuta un pibe de diecisiete años, en lugar del uruguayo. Se llama Norberto Menéndez. Escuchen. Es la magia de la radio. Ahí rodeado de campo y soledad, la voz cristalina del relator anuncia: River saldrá a la cancha con Carrizo, Pérez y Guastavino, Tesouro, Venini, y Sola, Vernazza, Prado, Menéndez, Sívori y Loustau. Boca lo hará con: Musimessi, Colman y Edwards, Lombardo, Mouriño y Pescia, Aguilar, Baiocco, Borello, Fernández y Herminio González.
Los nervios devoran al chico. El partido agoniza cuando a los 42 minutos del segundo tiempo, el odontólogo Eliseo Prado convierte el gol de la victoria. Aún recuerdo como el grito del chico tapó el relato del gol de Fioravanti. No me lo contaron. Yo estuve ahí. Y luego en los comentarios los generosos elogios para Sívori y Menéndez.” Y también para el autor del gol, Eliseo Prado que murió hace unos días con cierto olvido de la prensa.
Ese partido, Prado lo recordó así: “En la noche del sábado, Minella vio que Walter no llegaba y lo mandó a buscar al Beto Menéndez, que tenía 17 años. Recuerdo que me quedé hablando con ellos dos hasta la madrugada, tratando de contarles mi experiencia y respaldarlos para que la presión de la Bombonera no llegase a desbordarlos. Hasta les sugerí que se colocaran tapones de algodón en los oídos, para controlar el grito de la hinchada boquense. Es una cancha jodida, pero muy linda para jugar. A mí la presión me agrandaba. Esos chicos demostraron tener una notable madurez, pareció que hacía diez años que jugaban en Primera división.
Esa tarde la delantera formó con Vernazza, Prado, Menéndez, Sívori y Loustau. Realizamos una exhibición de fútbol pocas veces vista. ¡La superioridad y el dominio eran absolutos! El problema consistía en que la pelota no quería entrar en el arco de Musimessi. Pasaron cosas increíbles, como que pegara el balón en los dos postes y en el travesaño y luego saliera afuera; teníamos que estar ganando tranquilamente por cuatro o cinco goles.
Faltando tres minutos para el final vino un centro de Guito Vernazza, me metí entre los zagueros Edwards y el Comisario Colman y marqué el gol entre las piernas de Musimessi. ¡No lo podía creer! Se formó una montaña humana, porque se subieron los diez jugadores arriba mío. Algo hermoso, irrepetible. Fue el triunfo de River. ¡En mi consultorio tengo la foto de lo que fue el festejo de ese gol!”
Empezó como numero 9 pero con ese puesto se quedó el botija Walter Gómez, un gambeteador con una cintura de mimbre y un pique corto excepcional. Prado pasó entonces como entre ala derecho, un peón de brega en el lenguaje de la época, lo que hoy se denominaría carrilero, que poseía una enorme llegada. Talentoso, con enorme despliegue, Eliseo jugó en River hasta 1958 y luego como una de las víctimas del fracaso del Mundial de Suecia de 1958, quedó libre en 1959 después de ganar cinco campeonatos, y desde ese año y en los cuatro siguientes jugó en Gimnasia y formó parte del gran equipo de 1962. Colgó los botines en Deportivo Italiano.
El 11 de febrero me enteré de su muerte en un recuadro muy pequeño del diario Clarín. Alguna lágrima incontrolada se me escurrió, porque en ese momento volvió el agradecimiento por su contribución a los cinco campeonatos, pero sobre todo por aquél gol inolvidable del 18 de julio de 1954, que vino acompañado con aquellos varenekis que quedaron impregnados para siempre en mis pituitarias, por la sonrisa comprensiva de esos abuelos que maltrataban el lenguaje pero no la ternura y por aquellos padres que alentaban una pasión que no compartían.
Gracias Eliseo, trabajador talentoso, por las alegrías que a la distancia compartimos durante muchos años y porque tu muerte me transportó a la infancia, que tal vez en forma exagerada, fue definida por el escritor checo Rainer María Rilke como “La verdadera patria del hombre”