Sin ser golpeadas y abusadas también nos queremos
Un rejunte de ideas y pensamientos que no son noticia pero sí descarga y un pequeño debate sobre el fútbol, el fanatismo ciego y la violencia de género.
En los últimos días quienes creemos que las mujeres merecemos respeto y los mismos derechos que los hombres, no sólo derechos legales sino (clave) sociales, andamos una vez por día enojadas si no tenemos redes sociales, cada cinco minutos si las tenemos.
Es que se mezclaron dos temas difíciles de digerir juntos: la conciencia de género y el fútbol. Que haya esa mixtura está buenísimo porque, primero, se pone a prueba el nivel de termo de muchos hombres fanáticos, segundo porque es genial que empiecen a hacer ruido esto temas en uno de los ambientes más misóginos, sexistas y homofóbicos que hay y tercero porque es un debate que nos debemos.
Pero no todo es color rosa (cuac), aprendizaje y parámetro positivo para distinguir mamarrachos, pues el tema es que esos tres puntos a favor tienen en contra muchos más y cuando empezás a ver lo contaminado y lo torcido de los argumentos a favor de un posible hecho de violencia machista dentro del fútbol, te das cuenta de que estás a punto de tocar un terreno complicadísimo en el que nada de lo que digas para fundamentar lo estudiado, lo estadístico, lo pensado, juega en algún punto. Nada, porque la pasión, señores y señoras, es la puerta de entrada al fanatismo ciego y el fanatismo ciego pone al hincha de un equipo a justificar violencias que poco tienen que ver con la lógica y son más parecidas a la religión que a la ciencia.
"Son todas gatas", "A Centurión lo necesitamos en Boca, las minas son re jodidas", "las feministas no tienen argumentos", "esto lo inventó para tener fama", "es una villera qué esperás", "trabaja en un boliche, nada bueno puede salir de ahí", "no hay pruebas para mi está mintiendo, quiere ser famosa". Son algunas de las cosas que se ven a la hora de asomar un poquito la nariz en la denuncia de la posible violencia machista sufrida por parte del jugador.
Cuando me tocó hacer la primera nota respecto al tema, puse una foto de Centurión con el cartelito de Ni una menos, la misma que repito en este artículo. Fue un guiño irónico y trágico para los y las lectoras pero también un pequeño debate interno, ¿cuánto sirve la viralización de estos asuntos si muchos de los golpeadores levantan el cartel? Porque, claro, cuando un concepto quiere llegar a muchos lugares, el título ganchero de Ni Una Menos funciona. El Vivas nos queremos resuena, interpela desde el fondo a muchísima gente que jamás en su vida se sentó a cuestionarse de qué están hechos los entramados sociales, por qué se llega a donde se llega, por qué pedimos que no nos maten. Cuando se masifica el mensaje, sólo llega que el femicidio está mal, que matar está mal, que es un horror, que cómo van a empalar a una chica, qué qué feo cómo la descuartizaron.
¿Pero todo el resto? ¿Cobrar menos? ¿No poder ser dueñas de nuestros cuerpos y nuestros placeres? ¿Tener menos opciones que los hombres y más tareas? ¿Que todavía se crea que somos propiedad privada? ¿Que nos juzguen y nos busquen culpas cuando somos las víctimas? ¿Y cuando nos golpean? ¿Y cuando abusan de nosotras? ¿Y cuando tenemos miedo porque nos enseñan que somos presas de caza? Todo eso y cientos de otras cosas que nos atraviesan y nos condicionan como mujeres quedan afuera de lo que llega cuando alguien entiende por primera vez Ni Una Menos.
El resto se lo exigimos y se lo debemos al Estado. A un Estado ausente que no aplica sino que recorta, que no hace cumplir las leyes sino que las silencia, que no capacita a su gente, más bien avala el machismo y la misoginia de, por ejemplo, las fuerzas policiales.
Un cartel es necesario, un logo y un concepto ganchero también lo son, la masividad superficializa y ese es su precio, ok. E tema es que cuando la consigna llega a lugares a donde de otra manera no hubiera llegado, aprovechar el envión ya ganado (que es mucho y es poderoso) y transformarlo en cambio real es fácil si y sólo si hay voluntad política para hacerlo. Profundizar la idea, respetar a la maravillosa Ley de Educación Sexual, hacer cursos obligatorios para todas las personas que trabajan en el Estado o que responden a la ciudadanía, hurgar, cuestionarse, aprehender y enseñar. Tocar las razones, hacerle cosquillas a las fibras más finitas de una cuestión que no tiene que ver con un pedido de vida sino más bien con la dignidad, la igualdad y la justicia de todas y cada una de las mujeres.