Sí fue magia
Capaz que está mal que justo a pocas semanas de que Cristina deje de ser presidenta me anime a discutirle. Pero la verdad que para mí fue un poco de magia. Aunque ella insista con “no-fue-magia” una y otra vez. ¿Por qué insiste tanto? Porque sabe que algo de magia hizo. A mí me tocó vivir en este país cuando era otro país. O quizá era este mismo país, aunque parecía otro. En realidad me tocó vivir en este país cuando no había país, sino un territorio donde unos llenaban los camiones de juncadela para llevarse todo y los demás sobrevivían. Yo no tenía país. En realidad tenía una larguísima melancolía por aquello de la patria y por el orgullo de la bandera. Esa bandera que usaban los mismos que habían saqueado todo. Es lógico, cuando un país es saqueado lo primero que se lleva el saqueador es su bandera para exponerla como una señal clara de su victoria. Para mí que hubo un poco de magia. Yo estaba acá cuando las rutas estaban vacías. Cuando los trenes corrían vacíos. Cuando los colectivos andaban vacíos. Y cuando las fábricas cerraban y quedaban los galpones helados, y todos los días era comentar en casa cuál negocio del barrio no estaba más. Cuando lo que abrían era remiserías y kioscos. Que eran los falsos emprendimientos de los nuevos desocupados. Y aparecían comedores en los barrios y después clubes del trueque. Y ahora viene Cristina a decir que no fue magia. Yo estaba acá cuando los jubilados iban al congreso a pedir no sólo que les aumentaran la jubilación, sino un poco de piedad. Iban a pedir que se los reconociera como ciudadanos, como seres humanos. Y eran muchos más los que pedían ser reconocidos como ciudadanos y seres humanos. Estaban en los piquetes, comiendo en ollas populares, vendiendo cartones, revolviendo en los basurales, y aspirando el humo de las gomas quemadas. Y yo que estaba mejor vivía con esa sensación de ser cómplice de un gran crimen. El crimen era aquel sistema donde las personas valían menos que las supuestas ecuaciones del Estado. La razón económica siempre es una razón inhumana y feroz. Y yo, que tenía trabajo, y tenía mucho trabajo, puteaba amargamente la mecánica de esa época en la que parecía no haber otra opción más que la maldita globalización. Y me sentía solo cuando preguntaba de qué vive un país que no produce nada. O cuando decía que el Estado está para cuidar a los ciudadanos y no para expulsarlos de la vida. Para hacerlos tristes. Así que algo de magia debe haber habido. Porque todavía nadie me explica de dónde salió Néstor, y cómo hizo Cristina. Cómo fue que Néstor murió y Cristina se aguantó todo y siguió adelante. Y Cristina se enfermó, y la operaron y siguió adelante. Y quisieron echarla de mil maneras, pero siguió adelante. Y llenó los caminos de camiones llenos, y llenó los trenes de gente que va a trabajar, y cambió los trenes, y cambió a esa gente. ¿No fue magia? Porque Cristina no tuvo un solo día de tranquilidad. No tuvo un solo día en que no la insultaran, en que no la atacaran, en que no se opusieran a sus decisiones que llenaban trenes y llenaban camiones, y llenaban los galpones con máquinas y gente trabajando. Algo de magia hubo. Porque yo era el tipo más desesperanzado del mundo. Y no militaba en nada porque nada tenía sentido. A veces escribía algo o me quejaba en la radio. Pero siempre como una forma de desquite, de bronca, de denuncia inútil que nadie iba a escuchar. Nunca pero nunca pensé que podía convertirme en oficialista de ningún gobierno. Y después en un militante. Y en una persona con esperanza en que las cosas se pueden cambiar y se pueden mejorar. Y que la riqueza en lugar de fugarse puede ser para todos, como la alegría repartida, como la felicidad de hacer ondear la bandera. Esa magia. Nunca se me ocurrió que podía llegar a pensar que este es el mejor lugar del mundo donde mis hijos pueden crecer. Mejor que Barcelona, mejor que Méjico, mejor que París- Londres-Nueva York. Como dicen los perfumes. Por eso creo que fue un poco de magia, además del trabajo permanente. Por eso creo que Cristina con sus esfuerzos y su tenacidad, soportando cualquier cosa, aguantando cualquier amenaza, rechazado cualquier extorsión, transformó mi mundo. Y me transformó a mí que estaba tan descreído de todo. Descreído de un país que no existía hasta que con Néstor y Cristina empezó a existir. Y eso sí fue magia.