La victoria de la magia
Para los onas la montaña tiene espíritu y se llama Huepen Mhe. En el noroeste argentino y en Bolivia saben que Runa Uturunco es un indio viejo que por las noches se convierte en puma. Los pobladores antiguos de la pampa también conocen que los indígenas poseen el poder de hacerse águilas, avestruces, zorros y hasta, en caso de ser perseguidos, consiguen transformarse en niebla.
¿Por qué occidente desprecia la magia de las culturas ancestrales, por qué su ciencia clasifica, irremediablemente, a seres y cosas, mientras que la sabiduría de Indoamérica (como la oriental) nos enseña que todos somos el mundo, que cada uno es la totalidad? Es decir, un hombre es hijo la Pachamama, es su Huayra Tata, su amante, y a la vez, es la Pachamama misma. ¿Por qué la cultura occidental nos confina a ser inmutables seres?
Mientras en Occidente la alquimia tenía como objetivo principal transmutar los metales en oro, en Oriente la alquimia intentaba dar con el elixir que permitiera alcanzar la inmortalidad. Del mismo modo, mientras occidente reduce la “realidad” a lo racional, el conocimiento de los antiguos de esta tierra, nos invita a habitar “una realidad aparte”, como bien supo describir el escritor Carlos Castaneda, al camino del chamanismo indígena: “Cuando un hombre se embarca en el camino del guerrero se hace consciente, de una manera gradual, de que la vida ordinaria ha sido dejada atrás para siempre. Los medios del mundo ordinario ya no son un amortiguador para él; y debe adoptar un nuevo modo de vida si quiere sobrevivir” Gabriel García Márquez en su discurso de aceptación del premio nobel, recordó: “Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo...Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen…” El conquistador tuvo la necesidad de darle un espejo al nativo, pero éste que ya se reconocía en el reflejo del agua, se conmovió ante la imagen que le devolvía el espejo, no porque nunca haya recuperado la imagen de su rostro, sino que en ella no cabían todos sus (otros) reflejos, el indígena veía su imagen en el pájaro, en el monte, en el viento, en la lluvia. El espejo sólo lo apresaba en una imagen, la de un gigante. No había posibilidad de ser el mundo, con ese espejo llegaban los límites, las fronteras del ver. El hombre era sólo un hombre, no un hombre lluvia, un hombre rayo, un hombre custodio de los pájaros. Y así los cartógrafos europeos encarcelaron a la Pachamama en un mapa, y a los dioses como Kasogonagá, dueño de los rayos, según los tobas y Jachuká, la diosa solar de los mbya guaraníes, el dios luna, el hombre de fuego, y tantos otros dioses nativos los desterraron (y los descielaron) y los reemplazaron por un solo Dios, que tenía un representante en la tierra, que en 1537, no tuvo más remedio que reconocer que “los indios también tienen alma”
Volviendo a Carlos Castaneda, Octavio Paz definía su obra como la derrota de la antropología y la victoria de la magia ante la ciencia, ya que Castaneda era un antropólogo que fue a investigar a don Juan, un chamán yaqui, y terminó convertido en un hechicero yaqui: “Somos hombres y nuestra suerte es aprender y ser arrojados a inconcebibles nuevos mundos. Un guerrero que ve energía sabe que no hay fin a los nuevos mundos para nuestra visión” Es decir, el poder de la tierra y de su sabiduría: ¡Cuidado con los ríos que enseñan otras músicas! ¡Cuidado con los desiertos que enseñan otros silencios! ¡Cuidado con los vientos que recuperan ancestrales idiomas! ¡Cuidado con los ojos que tienen para prestarnos los cerros, el horizonte, el árbol y aquellos humanos que no se resignaron a las fronteras políticas, biológicas y culturales, y se asumieron parte de otra dimensión.
Mientras la publicidad nos convence de que el mundo se compra y se vende, mientras el turismo nos hace creer que es posible alquilar paisajes espirituales (por cinco días y cuatro noches) mientras nos invitan a estudiar sólo para ocupar un puesto laboral, hay otro misterio latente, un conocimiento silencioso, un camino donde la antigua sabiduría de esta tierra nos invita a hallar una nueva manera de ver la vida, lejos de la “vida” (producto) que el dios mercado propone.