Pase por mesa de entradas
Cuando la política grande -la de verdad y no la reducida a contiendas electorales, pegatina de calendario de comicios o alianzas de comité- recién empezaba a desperezarse y amanecía de la larga siesta que había sido obligada a dormir por décadas, una de las medidas, de las decisiones, que Néstor Kirchner tomó fue que las paritarias volvieran a ser el ámbito de discusión de las mejoras salariales de los trabajadores. Empresarios, representantes sindicales y Estado, sentados otra vez como los vértices del único triángulo que –mínimamente- garantiza algún grado de equilibrio. Ya no más aumentos o condiciones a piacere del poder económico y cabeza gacha de los delegados gremiales.
Hoy ya hemos naturalizado estos encuentros. Lo positivo de esto es que parece asumirse como derecho adquirido y, entonces, uno puede sospechar que se le complicaría a quien pretendiese hacernos volver atrás. Pero al mismo tiempo, al asumir como signo dado estas reuniones, no terminamos de dimensionar lo que costó, y lo que sigue implicando como potencial conflicto, que un Estado no sólo vele, sino que pugne para que estas paritarias sigan siendo parte de la vida cotidiana de los trabajadores. Son de esas ganancias que veremos con el tiempo cuán a la altura de ellas está el pueblo argentino.
Pero por aquellos días en que ni imaginábamos la posibilidad de naturalizar conquistas, sino que éstas apenas si eran anhelos de un pueblo abatido y de un puñado de dirigentes gremiales que no habían hecho de las agachadas su modo de ser, ver a delegados, sindicalistas y representantes de los trabajadores llegar a la sede del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de la Nación para sentarse frente a frente con los dueños de la plata y con los funcionarios gubernamentales como árbitros de un debate justo, no era del todo común. A tal punto, que quienes llevaban la voz de los laburantes a estos escenarios se sentían –y así lo contaban por aquellos años- sapos bien de otro pozo. Bichos raros en ámbito desconocido. Como diríamos en fútbol, visitantes. Y sin hinchada.
Subían al ascensor y los abogados de algunas de las ramas de la industria, por ejemplo, conocían el nombre de pila de los que apretaban alguno de los botones. Los apoderados de las empresas daban un beso amable a secretarias del Ministerio y un fuerte apretón de manos a funcionarios de planta, saludos éstos que marcaban la familiaridad. Los mozos, que bajaban la tirantez obligada del encuentro con el servicio de ocasión, hasta conocían cómo le gustaba el cortado a la mayoría de los capangas de las empresas. Fútbol otra vez para dimensionar el estado de la política: no había duda quiénes jugaban de locales en los pisos, pasillos y oficinas del ámbito oficial.
Porque ¿cuál había sido el ardid? Dejar en estado de agonía a la –y permítaseme la redundancia- “política pública”, silenciar los espacios que nos pertenecen a todos, seguir jugando a la política grande para tomar las, obvio, grandes decisiones en los espacios pequeños y fuera del alcance de nuestras miradas y copar el Estado con personajes que fueran los poderosos en miniatura, con cerebros clonados del método hegemónico.
Por esto, porque podemos dimensionar lo que significan las supuestas pequeñas escenas de la vida cotidiana de la política diaria, es que entendemos la importancia que tiene lo ocurrido hace apenas unos días en Suipacha 765.
¿Qué sucedió? Ocurrió que un hombre, un señor de nombre Leonardo José y apellidado Tezanos Pinto debió conducir su auto, tomarse el trabajo de encontrar un espacio para estacionar en este centro porteño cada vez más imposible, caminar algunos metros por las –parecieran- dinamitadas arterias que antes fueron veredas gracias a las ganas de Mauricio de que todo sea peatonal, anunciarse, dirigirse a Mesa de Entradas y presentar una actuación en nombre del grupo Clarín ante las autoridades estatales y públicas de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Este hombre tuvo que esperar el sellado, conocer que su número de trámite iba a ser el 9561, llevarse su copia y esperar de allí en más la resolución del Estado Nacional.
Es decir, una escena repetida para todos y todas aquellos que día a día hacemos la vida de los simples mortales de esta Argentina a veces injusta hasta para el más sencillo de los trámites. Eso, que para nosotros es la cotidiana, para las empresas es morder el polvo; humillación; es lo que les hacen llamar a sus medios “embestida”.
Porque parece una escena menor, pero de eso se trata el verdadero poder: de poder no hacer lo que para las mayorías es la única alternativa posible.
“¿Entonces, estás queriendo decir que es más importante esta escena absolutamente menor de la vida burocrática del Estado que lo que presentaron en sí?”, me zumba la parte cínica del análisis.
No, quiero simplemente, no naturalizar lo que hasta poco, muy poco, no era sólo nada corriente, sino impensable. Porque antes –hace apenas algunos añitos- a los mandamases de todo lo poderoso o se los invitaba a sede gubernamental para que dejaran claras las órdenes y las coordenadas en que los gobiernos debían timonear la vida pública o se les enviaba cadete estatal para que hicieran llegar su documentación. Nada de andar encargándoles trámites. No fuera a ser cosa que algo los incomodara.
Era, sepámoslo muy bien -dimensionemos y no naturalicemos con tanta facilidad- un Estado manejado a control remoto desde los despachos de los CEOs del poder privado de la Argentina.
Pregúntele a Carlos Menem, si no; interroguen a Fernando de la Rúa si quieren; recuerden las broncas de Raúl Alfonsín, si les parece. Y, ¿saben qué? Busquen en los papeles viejos si estos poderosos de traje y corbata y uniforme civil no se atrevieron, incluso, a meterles un patadón en el traste a los uniformados de la picana cuando éstos ya no les fueron útiles.
Vayan, busquen lo que dejó escrito el representante del Estado militar en Papel Prensa cuando a él, como a Guillermo Moreno o a Axel Kicilliof, le cerraron la puerta en la cara porque ya habían podido a apoderarse de la empresa y pretendían o dejar afuera a ese más de 30% estatal, o ponerlo de mayordomo.
El entonces capitán de Navío Alberto D´Agostino, designado por decreto 2414/77, dejó constancia de que había patoteros que pretendían amilanar a los mismísimos creadores de la patota. “Con fecha 30 de agosto –escribió en un documento sellado en el margen derecho de la hoja con la palabra “CONFIDENCIAL” en imprenta- se realizó la reunión y ante el mantenimiento por parte de los señores Ricardo Peralta Ramos, Bartolomé Mitre y contador Héctor Magnetto, dela posición de no permitirme el acceso a la misma, el suscripto levantó un acta ante escribano público dejando constancia de la situación”.
Así se manejaron y así intentan seguir actuando: al representante del Estado Nacional –y no les importa si uniformado o ungido por la voluntad popular- un portazo en medio de la jeta.
Entonces, la información pura y dura de estos días es que el grupo Clarín presentó un intento de adecuación con alguna diferencia respecto del primero; que Herrera de Noble y Magnetto eligieron la caja antes que la nave nodriza de construcción editorial; que no se animaron a la trampita de traspasar acciones a herederos con la fórmula de la herencia; que parece que tienen comprador para el pedazo dos o tres en que dividirán al grupo; que es información pública que las suscripciones a Cablevisión y Fibertel representan el 71,4 % de las ventas netas del Grupo ($ 2.988 millones sobre un total de 4.192 millones); que el poder económico de Clarín se basa principalmente en la televisión por cable y el acceso a internet; que en otros segmentos productivos del holding, como “impresión y publicación” no hubo ganancias en el primer trimestre del año; que las ventas en relación al 2013 aumentaron sólo un 13,4 %, por debajo de los costos y los gastos; que en el ítem “producción y distribución de contenidos” la rentabilidad estuvo en el orden de los $ 62 millones (10 veces menos que Cablevisión y Fibertel) y que el aumento fue principalmente el resultado de mayores ventas de publicidad en Canal Trece y Radio Mitre; que antes de participar de la inauguración de una radio pública en el Municipio bonaerense de San Antonio de Areco, Martín Sabbatella se reunió nuevamente con el titular de la CNV, Alejandro Vanoli junto a los equipos técnicos de la AFSCA y la CNV para controlar el proceso de desconcentración de Clarín; que se está analizando la documentación y verificando que no existan incompatibilidades y que también interviene la Unidad de Información Financiera y la Comisión de Defensa de la Competencia.
Todo esto ocurre, es dato, es información valiosísima y nos permite conocer el detalle, el día a día y entender el proceso. Pero el haz de luz debe seguir iluminando la zona de la política grande, la de verdad y no la reducida a contiendas electorales o pegatina de calendario de comicios o alianzas de comité. Esa que ya se ha despertado y que obligó a que un señor de nombre Leonardo José y apellidado Tezanos Pinto condujese su auto, se tomase el trabajo de encontrar un espacio para estacionar en ese centro imposible que es el Down town porteño, caminase algunos metros por las dinamitadas arterias de Mauricio, se anunciara como cualquier hijo de vecino, se dirigiera a Mesa de Entradas y presentara -porque así lo dictan las leyes y normas de la democracia- la propuesta del grupo económico y en términos políticos más poderoso de América Latina para adecuarse a lo que habían decidido, ya no tres o cuatro CEOs, sino los millones que votaron y mandataron a sus representantes en el Congreso y en el Poder Ejecutivo de la Nación.
Un acto burocrático administrativo de cualquier estado moderno; un triunfo sin igual de la democracia sobre los poderes de facto de la historia de la República.