El fútbol que yo vi y este Mundial
Cualquiera opina sobre fútbol. En la casa, la calle, un bar. Y está bien. Sobre todo, con la novedad de que hoy opinan las mujeres. Y no dicen pavadas. Pero muchos tipos, sí. Gritan su fanatismo en la tele y no pueden justificar lo que opinan. Hablan de rumores, no sobre la técnica del juego. A esa gente le falta potrero. Le apuesto: no saben parar con el pecho una pelota fuerte y dejarla muerta en el piso; o a otra que viene de alto ponerla bajo la suela con una sola acción del pie. Por eso no ven penales visibles y aceptan mansos que Argentina, desde 1993, no gana una Copa América. O que terminó cuarta en la última y de local, algo que en otro tiempo era escandaloso. Recuerde que tras ganar su primer Mundial en 1958, Brasil vino en 1959 a jugar el Sudamericano y lo ganó Argentina a pesar de Pelé, Didí, Coutinho.
Amigos pidieron que, como no me llaman para un panel, opine aquí de fútbol. No como escritor sino porque lo hice en “Clarín” en los ´60. Y entonces, no comentaba cualquiera. Sin “escuelas de periodismo deportivo”, había que ganarse el espacio.
Ahora Argentina se clasificó con fútbol trivial, provinciano, sin cuatro cosas que lo distinguían: gambetas, paredes cortas, pases al vacío y cambios de frente al estilo de Verón. Con buena onda, explicaremos por qué necesita un baño de humildad, pues no mostró creación ni llegada y fracasó su referente de área. Hay que prever.
¿Cómo me inicié en fútbol en “Clarín”? Era periodista sobre otros temas. Pedí una entrada para ver un partido. En el palco, lo comentaba con un gordo. Yo era joven y él mayor. Al final, preguntó dónde trabajaba. Le dije. Y al otro día me ordenaron en el diario incorporarme a Deportes. Me negué, no quería. Lo había ordenado el gordo: Alejandro Yebra. Un alto cargo cercano al dueño, R. Noble. Señaló que yo “veía y leía muy bien el fútbol”. Él había sido técnico de Primera y luego lo sería de Huracán y autor de “El fútbol que viví y siento”, una biografía de Adolfo Pedernera.
Está claro: no me la creí, otro me eligió. Hoy no entiendo a los menores de 40 que endiosan a Maradona y sólo vieron videos. ¿Cómo juzgar, así? En setiembre de 1984 debutó en Napoli. Yo estaba ahí pero no fui al San Paolo. Recorrí esa ciudad que amo: el teatro San Carlo, el Palazzo Reale y la Costa Amalfitana. He dedicado muchas páginas de “Presencias interiores” a Giuseppe Marotta, el autor de “El oro de Nápoles”. Y la última vez que fui cumplí el pedido de un amigo que trabajó en el puerto de Buenos Aires y no pudo volver: cruzar a su isla, Ischia. Por eso, quisiera saber cuántos argentinos que se llenan la boca lo vieron a Maradona allí, en esos 100x70. Hace 30 años, el prestigio de Di Stéfano era inenarrable, pero le confesé en Madrid que yo no podía opinar porque no lo vi en su mejor etapa. Y lo entendió.
Con la crítica, descubrí a talentosos que otros no sabían ver. Y gané el respeto de los técnicos, porque fui de los primeros en hablar con números (4-2-4, 4-3-3, etc) y relatar vestuarios con los famosos “dialoguitos”. No puedo decir que fui el primero. Juan De Biase (y un ex presidente del C. de Periodistas Deportivos) lo sabrían. Al último lo ayudé: le daba sin egoísmo datos para comentar en “La Razón” nocturna el partido que él no había visto y yo sí. Y se ganaba unos pesos extras. Al publicar el domingo de tarde su versión de lo que yo escribiría el lunes en “Clarín”, no faltó quien creyó que yo me copiaba. Lo lindo: Zubeldía (el técnico más interesado en la táctica en esa época) me confesó en el subte que leerme le servía. Cada semana.
¿Qué había antes? Técnica, belleza, y quien no lo vio, se lo perdió. Cuando Pelé dijo hace un mes que antes “había espectáculo” y hoy no, fue honesto. Sin olvidar que él se inició en 1958 y Pedernera me confesó en los ’60 (aún se jugaba mucho mejor que hoy): “Todo lo que veo ahora ya lo vi, pero lo que veía antes no lo veo más”. Supongo que se refería a los ´40, la gran época del fútbol argentino, y a los inicios de los ´50, cuando Grillo, crack de Independiente, dominó la década como el mejor 10 del país y ahora ni lo recuerdan los de su equipo. Esa época en que la Argentina arrasaba en los Sudamericanos. Con mis jefes y amigos Justo Piernes (me doblaba la edad) y Juan De Biase (también mayor), fuimos menottistas antes de Menotti. La pelota contra el piso era nuestro código. E irrenunciable: jugar bien.
Por una nota a Fleitas Solich (el técnico de Paraguay en las eliminatorias para el Mundial 1966) el técnico Minella me llamó. Le dije que no venían a defenderse. Y puso a Artime. Argentina ganó 5 a 1. Por otra que se me ocurrió (“Seis directores técnicos hablan de la Selección”) nombraron a uno de estos, Osvaldo Zubeldía, técnico de la Selección: había contado que plantaría en las prácticas dos equipos con dibujos distintos, algo original. Publiqué tres planes (dos míos) buscando que Independiente le ganara al Inter la Copa Intercontinental, y el gran técnico Manuel Giúdice perdió con el 3ro., el suyo. Al hacer una tapa del lunes del suplemento de Deportes, coloqué la foto de Doval (de San Lorenzo) y escribí que debía variar de puesto y no jugar más de 7: fundamenté que para mí era 9. El técnico Resquín lo puso de 9 y jugó toda su vida allí, años en Flamengo. En un boliche, lo agradeció.
Escribí sobre Pastoriza, de Colón, poco reconocido. Así lo compró Racing, pasó a Independiente y a la Selección. Tras charlar en platea con Menotti cuando jugaba en Boca (con Menéndez y Novello) puse un recuadro alegando que él no merecía estar afuera. Le reportó celos con el plantel. Sin embargo, luego se lo llevó Pelé a jugar al Santos, cuya canchita conocí años más tarde. Discutí con el genial Néstor Pipo Rossi (motivador donde jugó y en la Selección, porque alentaba con ironías que hacían reír al estadio y esforzarse al compañero) cuando fue técnico de Boca, pues escribí que Ángel Rojas (era 9 de punta) debía llegar desde atrás por su gran cintura. Quizás el mejor 5 de nuestra historia, Pipo Rossi, se molestó. Después me hizo caso y fuimos amigos. Rojitas abría los huecos. Y volvieron a ser campeones.
Ex campeón mundial con Italia, el técnico argentino Renato Cesarini se adelantó medio siglo en River: pedía cruzar el medio campo rápido y atacar. Algo parecido a Bielsa. Si bien fracasó, el tiempo le dio la razón. Le hice una nota en su casa al hijo de V. de la Mata (dicen que éste marcó el mejor gol de la historia, no filmado, frente a River en 1939: eludió a seis y le valió el apodo de “Capote”) y el padre (al que nunca le vi largar la pelota sin gambetearse antes a dos) estaba allí: yo pensaba que había ganado mucho dinero con sus 16 años en Primera, y apenas tenía una casita en Rosario. Debutó en la Selección a los 17, en la Copa Roca con Brasil: iban 1 a 1, entró 20 minutos y ganaron. Con dos goles suyos. ¿17? Hoy le dirían “un genio”.
Con una frase definió a su pibe (jugaba en la Selección): “Mi hijo es un sifoncito”. La usé como título en el diario. ¿Qué significa? Según de la Mata, en los 30 y 40 le decían así a los “troncos”. Era broma, con algo real. Ese chico, buen jugador, no hubiera podido integrar la Selección con Moreno, Méndez, Pontoni, Pedernera o Martino en la que de la Mata padre jugaba. Ninguno de ellos, Di Stéfano (o Pelé) gozaron la ventaja de Maradona: jugar con tarjetas. Se utilizaron desde 1970. Les pegaban muchas patadas si no saltaban; me lo contó Sívori, elegido en 1961 mejor jugador de Europa. A Pelé lo sacaron de dos mundiales: 1962 y 1966, en los que jugó un par de partidos y casi lo quiebran. Para expulsar a uno, tenía que pegarle un tiro al rival. Había que aguantar, ser guapo. Ningún jugador se tiraba al suelo a hacer comedia. No lo respetarían como hombre. En un video de Juventus, a Sívori le pegan de atrás, casi se cae y sigue. Otra patada, tambalea, sigue. Ni pitan falta.
Antes de referirme a este Mundial, vale contarles a los jóvenes que, como saben, en Europa juegan más negros. Son rápidos, hacen fierros y tienen más altura. Si bien antes el ritmo era menor, todos jugaban con la misma velocidad. La actual se logra fácil: con los entrenamientos. Según el film “Diamantes negros”, hay 20.000 africanos varados en Europa, que por su pobreza los representantes llevaron para probarlos en clubes. Son los que no entraron en ningún equipo. Los que juegan no son cracks, sólo ágiles con alguna destreza. Y quienes relatan los elogian de más.
Corren, sí. ¿Y? A veces un pase les rebota a dos metros: ni saben pararla. Otros cabecean para arriba, no hacia abajo. Tiran al arco o centros a las nubes y dice el relator: “Estuvo cerca”. Por rating. La mayoría no sabe poner el pie de apoyo, por eso su remate se va alto. Cuando era chico no había video para grabar la jugada, duraba segundos. El que no aprende ahora es porque no tiene ganas de hacerlo. Y el show de técnicos gritando en la línea de cal es verso, buscan cámara, no le sirve al jugador. Pedernera dijo que el técnico debe mirar desde la fila cinco de la platea. Por eso Menotti estaba sentado en el banco, fumando. No vendía humo. Para Di Stéfano un buen técnico influye el 15 %. Pero uno malo, el 75% en contra.
Uno puede ayudar a abrir ojos. En viajes en auto en Madrid en 1984 (yo vivía allí), Alfredo Di Stéfano escuchaba mi parecer sobre el Real Madrid (él era su técnico e iban 2dos) y sobre jóvenes de su 2do. equipo, el Castilla. De éste le recomendé a Butragueño y Vázquez y los hizo debutar en primera. Pero sin duda los tenía en la mira. Parece que no le erré, fueron figuras en Europa. Todos deben entender que, además de asimilar cosas de otros –para mí de Moreno y Pedernera- Di cambió el fútbol. Iniciaba su raid como un 5 o más atrás, pisaba el área, la pasaba o hacía el gol. Estudiaba al rival y motivaba a sus compañeros. No se vio desde entonces a alguien que hiciera lo mismo. En 781 partidos marcó 731 goles. Supo rodearse de grandes jugadores: el húngaro Puskas (10) y dos punteros: Kopa, francés y Gento, español; el uruguayo Santamaría (lo conocí) y dos argentinos notables: el arquero Domínguez y Héctor Rial (8). También los conocí. Los tres fueron amigos toda su vida. El brasileño Didí, campeón en Suecia (1958) se tuvo que ir. Detestaba correr.
Pocos saben que Futbolistas Agremiados surgió debido a la huelga de 1948. Eran contratos leoninos (jugaban cinco años y cobraban uno), obedecían o “colgaban” a jugadores desde la AFA, hasta que Pedernera abrió el camino a Colombia y Pipo Rossi y Di Stéfano (admirador de Evita) lo siguieron, desdeñando a las amenazas.
Es una pena que yo nunca haya visto, por cuestiones de edad y distancia, al Ballet Azul (Millonarios, de Colombia) cuando desde 1949 lo integraron Pedernera, Báez, Pipo Rossi, Di Stéfano y el colosal arquero Cozzi. “Hacíamos 5, y luego baile”. En 1953 ganaron la Pequeña Copa del Mundo de clubes. Incluso a Hungría y al Real Madrid ese año en España, y por eso Di Stéfano fue contratado. Sabe escuchar. Y sonreír. En su auto, lo cargué: “¿Te acordás en 1960, cuando volviste a Buenos Aires con la Selección española? El que la rompió esa tarde fue Coco Rossi”. Era cierto. Rossi, un gambeteador de novela, los bailó. Luego, no repitió su actuación. Incluso le recordé que la mayor derrota histórica del Real fue con el Independiente de Grillo (no ganó nada, sólo fue subcampeón de 1954 pero Prado –el 8 de Ríver-, decía que era el equipo que jugaba mejor dentro de una cancha) en diciembre de 1953: 6 a 0. Pero fue el primer año de Alfredo. Faltaba tiempo para su gran Real. Y para el Superbalón de Oro en 1999: Mejor Jugador de Europa entre 1959-1999.
Pero nunca señaló ser el mejor ni criticaba a los demás; siempre hablaba bien de Maradona (incluso antes del Napoli) y de otros. Algo seco con quien no lo conoce, sabe muchísimo: vino a la Argentina como técnico de Boca en 1969 y de River en 1981. Y sin conocer a ningún jugador, salió dos veces campeón. Comiendo tapas a las 13.30 en un bar cercano al Bernabeu, me contó uno de sus ex compañeros (Joseíto) que Di llevó a Europa (no sólo a España) el túnel (caño) y el taquito. “La pisaba y los hacía pasar de largo”. Vi sus goles de taco en films y tengo una foto a un metro y medio de altura, estirado: engancha de taco y gol. Cuando hicieron Ciudadano Ilustre a Di Stéfano en 2004, me confesó Domínguez: “Yo aún no vi a nadie, no mejor, igual a él”. Y narró algo notable que hizo en una final de Copa de Europa. Según Alfredo, no hay un “mejor” jugador. A lo sumo, se puede juzgar por década. Lejos de mí la estupidez de comparar a jugadores, vicio al que no estoy abonado.
Los jóvenes creen que nuestro rival histórico es Brasil (por las 5 copas del mundo) pero no es así. El mayor rival (piñas incluidas) siempre fue Uruguay. Como tuvo un tiempo largo sin títulos, la gente se olvidó. Pero al salir cuarto en el último mundial y ganar la Copa América, nos pasó: ahora tiene 15 campeonatos sudamericanos; y nosotros 14, pues hace 21 años que no ganamos uno. Brasil, tercero con sólo 8.
En 2006, luego de la magnífica Copa América de Basile, charlamos un rato con el médico del equipo, Raúl Madero (gran jugador) y justifiqué por qué Zanetti (quizás el mejor nro. 4 histórico de nuestro fútbol, superior a Lucho Sosa) debía integrar la Selección. Al despedirse, señaló generoso Madero: “Sos el único periodista con el que puedo hablar de fútbol, y un poquito con tal” (otro). Al otro partido Basile citó a Zanetti. Hace un año, fundamenté en Futbolistas Agremiados por qué Tévez debía estar. Y no escuché argumentos válidos sobre el motivo por el cual no integra la Selección. Sólo “me gusta” o “no me gusta” y chismes sobre la relación con Messi.
¿Son ciertos o no? En 1990 el francés entonces goleador (13) de los mundiales, Just Fontaine, publicó en Francia una solicitada requiriendo que a Ramón Díaz lo citaran. Maradona se opuso. Quizás perdimos ese Mundial 90 por tontos celos; se prefirió a Pasculli y el golcito a Uruguay. ¿Messi tiene celos? No debe, es el mejor. Pero a Tévez lo nombraron en dos partidos del Mundial 2010 el mejor jugador; y a Messi, en ninguno. En 1990 Bilardo, para callar a Fontaine, jugó con la Selección ante el Mónaco de Díaz y éste le ganó el partido solo, con dos goles. Maradona no la tocó. Bilardo enfureció. Pero no le exigió a Maradona limar diferencias con Díaz. Sabiendo que Messi hace posible lo imposible, prefiero creer que carece de celos. Enigma: un técnico patriota, ¿arma el mejor equipo o el que le reclama su estrella?
En este Mundial, de no ser por dos genialidades de Messi, pudimos perder ya dos partidos. El arquero Romero fue figura en ambos. Y el equipo no arranca, porque la elección de jugadores de Sabella –a quien respeto como persona, por su coraje político- fue errada. Amén de que carece de jugadas preparadas para las pelotas paradas –se remite a que patee Messi, sin engaños ni distracciones-, al equipo le falta un armador. Lo dije hace un año en F. Agremiados: debían citar a Cambiasso o Pastore. Incluso a Tévez, que al lesionarse hace meses Pirlo, cumplió la función eficazmente en Juventus, resignando goles propios.
El partido frente a Bosnia fue planteado con temor, a pesar de ser un rival mediocre. Con esa cautela bilardista iniciamos el Mundial. Argentina apareció monótona, sin ideas ni sociedades, casi abúlica, errando pases desde cerca por apresurada, sin coordinación e inhibiendo la creación. No vale sólo ganar, hay que buscar jugar bien. El consejo de Peucelle a Di Stéfano al debutar en Tercera dice que a un toque no juega cualquiera: “Hay que hacer pausas, no devolver la pelota como si quemara. La soltás muy rápido”.
La formación contra Irán fue ésta: 4-3-1-2; cuatro atrás (con dos carrileros, Rojo y Zabaleta), el doble cinco (Gago y Mascherano), con ayuda de Di María, luego uno armando (Messi, aunque no le gusta) y dos delanteros de punta. Casi al final, varió Sabella los dos delanteros, y las cosas mejoraron un poco. El equipo es previsible cuando se cierra un rival. No cambia de ritmo. O tira centros poco exactos, pelotas llovidas desde los laterales. ¿Pelotazos al área para petisos? En relación al primer partido, donde parecían de piedra, corrieron más; y eso tampoco garantizó nada. Este equipo de millonarios cansados por su temporada europea, lento al pensar, sin sorpresa ni funcionamiento, no perdió debido a aquellas atajadas de Romero.
¡Huevo, huevo! Sólo le sirve al que pega y juega mal. Irse todos arriba expondrá en la segunda fase al contragolpe. Ocurrió en el anterior Mundial. A este equipo le reprochamos dos cosas: ser confuso y patear poco. Se debe tener en cuenta que, aunque no pasa por su mejor momento, Messi es un goleador de 40 goles al año. Pero alguno lo debe abastecer. Él no está cómodo allí, pues casi todas las veces que jugó de armador (desde la era Basile) fracasó. Una opción posible es sumar a Maxi Rodríguez como armador, sacar a un delantero y poner en su lugar a Messi.
Y otra es un 5-2-1-2 con cinco atrás, incluyendo a Mascherano, que cumple dicha labor en el Barcelona; un doble cinco con Gago y Maxi Rodríguez; Di María en el armado, Messi y otro delantero de punta, sea Agüero o uno elegido por el técnico. No Higuaín. Con Messi rotando y jugando a menos toques. Pues en la Selección, antes de largarla juega a 2 o 3 toques como mínimo (y a veces la pierde), ya que si no hay una pared sigue o patea. En el Barcelona la pasa antes. Un ejemplo de lo requerido es Tévez, que juega siempre a un toque. Cuando le llega el balón ya pensó a quién darlo y sale el pase velozmente, de bajo. Es raro que lo haga mal.
¿Por qué hablar de quien no está? Porque este equipo no se desmarca, no hace pressing ni crea espacios. A Tévez en Juventus no le retornan (o en el City, salvo Silva o Agüero) balones de bajo. Los busca como puede. Y su gran repentización para jugar a un toque era necesaria. Cuando quiere, Messi lo hace. Persuadirlo es lo que aún falta. O que arrastre marcas y pase la pelota. La segunda fase será una prueba dura, pues los mundiales se ganan de atrás hacia adelante, con una mejor defensa que ataque. Argentina tiene que defenderse y contraatacar, porque si va hacia adelante con cuatro, recibirá contras letales. Le pasó en 2002 contra Suecia y en 2010 contra Alemania. ¿Aún no aprendemos? Un Mundial se gana pensando.
Pero aquí la gente no previene. Sigue creyendo que a Bosnia, a Irán y a Nigeria le hacemos cuatro, cuando la tele llevó el fútbol a 7 mil millones y cualquiera aprende a jugar. La prueba en este Munidal se llama Costa Rica. Hay otros ejemplos. Aquí en el Sur lo más valioso fue algo que, salvo Messi, todos olvidaron: la gambeta. Si su forma de jugar no cambia, el futuro de los millonarios argentinos es el regreso.