La publicación de falsos ejemplares del diario Clarín en forma satírica, aunque tuvo creatividad no supera al Clarín original. No, porque para eso este último debería ser un diario serio. Un diario. En el supuesto de que todavía haya “diarios-diarios” y “periodistas-periodistas”.  Como hay todavía milagrosamente “artistas-artistas”.

Por eso imitar burlonamente a Clarín es un oxímoron. Como lo sería parodiar a la revista Barcelona. No hay burla sobre la burla. Porque ¿Cómo hacer reír burlándose de un cómico que nos mata a carcajadas en serio? ¿Cómo convertir en gracia al revés una auténtica gracia al derecho?  Para parodiar a Clarín habría que copiarlo por el opuesto: como si fuera un diario respetable. Y entonces no tendría gracia. Ya que  respetable debería ser el sentido y cometido natural de un diario. En igual condición de irrespetables están la Nación y Perfil y otros varios menos significantes de insignificancia. Y tantos programas de televisión y de radio obstinados en serlo. No se entiende que incluyan a humoristas y cómicos si ya causan risotadas los programas por si mismos. La parodia es un género extraordinario: Don Quijote es un emblema paródico de la leyenda de los antiguos caballeros andantes. Y ya que estamos con la locura del personaje de Cervantes, por ejemplo a Elisa Carrió para parodiarla habría que caricaturizarla hasta el paroxismo de lo desopilante. Tanta intensidad no hay parodiador  que la resista. Y si se la parodia como una política sensata sería irreconocible. Jorge Lanata es imparodiable. Una caricatura no inspira ser caricaturizada. Porque La parodia de la parodia es una redundancia.  Un claro ejemplo-aunque menor- es el de Nelson Castro al que en televisión acompaña su imitador muñeco paródico. Con la consecuencia de que el que hace reír a carcajadas no es el muñeco sino Nelson Castro. El actor a su lado fracasa: sus muecas nunca logran superar el ridículo de su protagonista. Otro caso es el de Eduardo Feinmann y su muñeco. Ambos empatan: el muñeco y el personaje. Ya que se parodian a si mismos. Y uno se plantea si sus respectivos públicos que los consideran serios no son sino parodias. Sí, de público. Una buena  parodia de esos públicos sería mostrarlos inteligentes. ¡Uy! Ardua meta de la batalla cultural. Es como aspirar a que las dos hinchadas de Ríver y Boca en el próximo clásico puedan estar juntas en el estadio. O como si el pedido del cardenal Poli en Luján, de que los argentinos sean fraternos, consiga fraternizar a los dolaristas. O a sus sinónimos: los golpistas democráticos. O es como sentarse a la mesa de Mirtha Legrand  con los cubiertos mal tomados, estando en contra del linchamiento y del fusilamiento por mano propia, y a la vez estando de acuerdo con la Cámpora y Kicillof y no sentirse en minoría plebeya discriminada. La batalla cultural- me remito a Borges- es ir modificando el desierto cambiando de lugar grano por grano de arena. Cacerola por pensamiento.

Los tahures tuercas de la BBC que fueron a “lanatear” a Tierra del Fuego fueron la parodia de la libertad de prensa amenazada. Y sus defensores argentinos son la rémora paródica del colonialismo extremo. La crónica del domingo de Morales Solá en su entrevista a solas con Francisco, en Roma, es una parodia de lo que podría ser una crónica d verdad a solas con el Papa. Fue una parodia del periodismo exhausto de sus relatos huidizos y furtivos.

La oposición en la Argentina es paródica. Aunque sin darse cuenta. Por eso se burla de si misma pensando que se reverencia.   

Modestamente, creo que con la parodia del falso  Clarín no habría que insistir. Porque son falsos el Clarín paródico y el Clarín original. Conforman una tautología.  ¿Para qué hacer uno falso si es falso el que se falsifica? Con el original es suficiente.