Buitres. The New Yorker es una revista, ya, mítica. En esa publicación, Truman Streckfus Persons -más conocido por adoptar como propio el apellido del segundo marido de su madre, un cubano llamado Joe García Capote- volvió objeto de carroña a una amistad de tiempo y cometió allí su primer acto público de traición.

Abusó de mi confianza. Le abrí mi corazón de amigo y él me lo devoró. No quiero tener nunca más trato con caníbales”. Así de terminante fue Marlon Brando luego de ser entrevistado en Tokio por su –hasta ese reportaje- entrañable Truman Capote. El escritor, cuenta Tomás Eloy Martínez, en una de las más memorables crónicas sobre este gigante de la non fiction, “tuvo con el actor un par de sesiones de ocho horas. Hacia el final de la segunda, el whisky los tornó íntimos y se internaron en una selva de confidencias. Brando habló incansablemente de las borracheras de su madre, que caminaba tras él, de rodillas, suplicándole que le hiciera el amor. Aún en aquellas épocas progresistas, el incesto asustaba como un monstruo de feria, sobre todo cuando alguien lo escribía”.

Brando hizo una demanda por calumnia. Capote demostró que sus “revelaciones podían ser canallescas pero eran ciertas. ´Jamás lo engañé -replicó-. Al menos un par de veces durante cada encuentro le recordé que yo estaba allí para escribir un reportaje. Es verdad que me alimenté de su carne humana. Pero fue él quien me la puso en la boca´”.

1965 fue, definitivamente, su año. “A sangre fría” lo volvió una estrella. Para los Estados Unidos eso que –sólo que no con acento en la psicología individual, sino en la poderosísima noción política de retratar a algunos para contarnos a todos- Rodolfo Walsh había hecho en la Argentina era aún ignoto en el Norte y Capote fue así para ellos el primero en surfear entre varios géneros. La crítica, escribió Tomás Eloy en 2004, “no entendía muy bien la piadosa comprensión con que Capote se acercaba a los asesinos de su relato, enamorándose de uno de ellos, pero se lo perdonaron, porque no había cruzado aún ningún límite”.

Capote pasó de largo de lo que su ex amigo Brando llamó traición y fue más lejos. Pero recién en 1984 terminó de darle acabada forma a lo que ya venía sugiriendo: “a la libertad con que vivía le faltaba mucho para ser absoluta. No había bebido suficiente ácido de los abismos. Se acercaba a la realidad con escrúpulos en lugar de mancharse de sangre”, dijo. “La moral de los buitres” fue el nombre que Tomás Eloy dio a esto que Capote terminaría de completar cuando respondió que: “Me gustaría reencarnar en un pájaro, preferentemente en un buitre. El buitre no tiene que preocuparse por su apariencia, ni por su habilidad para seducir y agradar. No tiene que darse importancia. Nadie lo querrá de todos modos: es feo, indeseable, mal recibido en todas partes. La libertad que eso ofrece es envidiable”.

El buitre se vuelve así sustantivo pero también atributo. Es la naturaleza obligando a actuar cuando la carne empieza a corromperse, pero es también ese sujeto cuya transformación hace que lo corrupto no sea sólo su alimento sino su propia alma y razón de ser.

Caranchos. Ernestina Laura Herrera de Noble no es de escribir mucho, aunque el diario le pertenezca. Saludos de ocasión en algún aniversario y aquella recordada carta luego de que el entonces juez Roberto Marquevich se atreviera, allá por 2002, a poner patas para arriba lo más firme de lo imperante. Después de que la irregularidad de la llegada de los antes bebés pasara de ser secreto mencionado en voz baja a sospecha nacional, se guardó.

Héctor Horacio Magnetto tampoco hace muchos textos públicos. Él da órdenes y de las que no se dictan por escrito. Pero en 1997 cuando la impunidad y la inmunidad parecían conquistas ya selladas, los dos nos dieron clase de valores a través de lo que dieron en llamar su “Manual de Estilo”.

Ha pasado más de medio siglo desde que Roberto Noble sentó las bases de un diario en el que la independencia de criterio, la seriedad profesional y el compromiso con el país fueran los pilares de su propuesta periodística”, escribió la viuda. “Este Manual resume lo que es el periodismo de Clarín. Detalla nuestro compromiso editorial con los argentinos. Explicita de qué manera asumimos cotidianamente la ética, el rigor profesional y la calidad periodística”, sostuvo el CEO. Páginas 12 y 14 de un libro inhallable, un material que se han ocupado de quitar de las estanterías, de esconder.

Se horrorizaron estos días porque un conductor todoterreno le dio minutos de aire a un chorro de los que andan en moto. Lo pusieron por escrito, en las redes sociales y el conductor del noticiero de la noche del canal de aire que manejan se mostró indignado por el accionar de su colega de América. Pero no les había parecido mal lo de días previos. Porque la paja en el ojo ajeno… ¿Y la viga? Bien, gracias. No la ven.

El 13 de septiembre -con la certeza en el corazón, pero sin el cuerpo aún como prueba- la crónica sin firma -o sea, la de un cobarde o de todos los del diario de las soluciones argentinas para los problemas locales- no se había privado de nada:

Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”, fue el título. “Melina es la mayor de cuatro hermanos. Su papá, ex policía, tiene poco contacto con ellos”, la bajada. La ilustración, una selfie sexy y con el pretendidamente absolutorio “la publicó la adolescente en uno de sus perfiles en Facebook”. Y la crónica arrancaba así: “La vida de Melina Romero, de 17 años, no tiene rumbo. Hija de padres separados, dejó de estudiar hace dos años y desde entonces nunca trabajó. Según sus amigos, suele pasarse la mayoría del tiempo en la calle con chicas de su edad o yendo a bailar, tanto al turno matiné como a la noche, con amigos más grandes. En su casa nadie controló jamás sus horarios y más de una vez se peleó con su mamá y desapareció unos días”.

Hacía poquito, demasiado poquito, habían comido carne putrefacta en la misma editorial, pero desde la ventanilla de MUY, oportunidad en la cual nos obligaron a ver a Ángeles Rawson muerta entre la basura. 25000 pesos les habían pedido por las fotos. 5000 terminaron pagando, según informaron los portales que se ocupan de este tipo de datos.

Formamos parte de una civilización en la que la violencia y la muerte han tenido un componente importante de espectáculo ejemplar. La pena de muerte se ejecutaba antiguamente en público para que sirviese de ejemplo, pero también porque era un gran espectáculo para el pueblo. El sustituto moderno de la guillotina o del garrote vil son hoy las imágenes que difunden la industria del cine y de la televisión destinadas a representar, con mayor o menor realismo, toda la gama imaginable de violencia entre las personas”.

Este párrafo pertenece a un trabajo de Monserrat Quesada, una catedrática de Periodismo de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona. En ese texto también se afirma que: “el mal es un gancho que atrae multitudes y eso se sabía desde siempre, pero (…) los récords de audiencia todavía nos siguen sorprendiendo. Cuanta más maldad encierra un mensaje más fascinación despierta. Y esa fascinación explica el que un canal de televisión acepte asistir y grabar la matanza de un psicópata asesino para después ofrecerla abriendo su informativo estrella. 0 que en Los Ángeles se ganen bien la vida los llamados stringers -reporteros buitres-, cuyo trabajo consiste en sobrevolar con helicópteros, equipados con potentísimas cámaras de infrarrojos. Estos reporteros buitres venden su material a las televisiones norteamericanas que no imponen ningún control ético a la información que compran. La difusión de esos reportajes a menudo infringe las normas más básicas del código deontológico de los periodistas y, lo que es aún peor, muchas veces también hiere gravemente la sensibilidad de los telespectadores al proporcionarles unas imágenes del todo innecesarias para considerarse y sentirse ciudadanos correctamente informados”.

El artículo es del año 2000 y Cristina Fernández no lo leyó. Seguro. Pero ella intuye bien. Porque es sensible y está atenta. En el mismo sitio donde hace unos años otro líder latinoamericano se atrevió a meterse con el mismísimo diablo y mencionar cuánto quedaba del potente olor a azufre aún después de que el humano Lucifer se hubiese retirado, la Presidenta argentina se metió con los buitres financieros. Pero dedicó tiempo también a la mecánica cinematográfica de la carroña: “Ahora es el ISIS –dijo ella- este nuevo engendro terrorista que ha aparecido degollando gente por televisión en verdaderas puestas en escena, que uno se pregunta cómo, desde dónde… Me he vuelto absolutamente desconfiada y veo que las cosas que pasan por televisión, en las series que tanto nos entretienen, son pequeñas ficciones al lado de la realidad que tenemos que vivir hoy como mundo”.

Lo de Melina había sido espantoso. Carroñoso. De buitre, o de –al decir de Noé Jitrik- “especies criollas de bastante bien ganado prestigio: chimangos y caranchos, también predadores y carroñeros, pero más pequeños”. No les había sido suficiente con hablar de fiesta para referirse a los últimos momentos de la adolescente. Lo pusieron en la tapa y sin comillas. Porque no pensaron en violencia. Pensaron en festejo, en celebración. Lo de sexual venía como secundario y ni siquiera sugerían que la piba había dicho que no y que por eso, probablemente, la habían molido a palos.

A ellos eso no les importa. Porque ellos sobrevuelan. Buscan la sangre, la de Melina o la de Ángeles. O si no alcanza con mujeres que desaparecen y se vuelven aparecidas entre la basura, vale otro espanto espectacularizado: “Un nuevo video muestra otra masacre del ISIS. Las víctimas son unos trescientos soldados kurdos capturados en el norte de Siria”. Servidito en la web; listo para darle play. Secuestrados semidesnudos y obligados a correr. Eso sí, antes de llegar al morbo hay que quedarse ante la propaganda (sí, propaganda, le digo, no publicidad, porque aquí si algo cabe es la definición leninista) de El Gran DT, un juego de la industria cultural del grupo que no es otra cosa aquí que un sponsoreo de los asesinatos.

Uno busca. Escudriña qué les provoca presentar así las noticias. Para ellos son situaciones, casos, notas, realidades. Pero toda esta sangre es de segunda categoría. No merece, según su criterio, un rinconcito bajo el paraguas temático –cintillo le decimos en periodismo a esa línea por encima del título que hace las veces de subsección- de la “inseguridad”. Esa gigante, inmensa palabra sólo abarca aquello –venga con homicidio o no- vinculado con la propiedad privada.

La primera causa de muerte en la Argentina se la disputan los asesinatos intrafamiliares y los mal llamados accidentes de tránsito. Pero de eso no debemos sentirnos “inseguros”. Lo único que debe atemorizarnos es si alguien quiere nuestra billetera. La vida vale más cuando se la lleva un chorro. Si es femicidio o la muerte llega porque el mundo está estallando por los los aires, pues serán contingencias, excepcionalidades del planeta que nos toca. La violación de Rocío; la muerte de la nena de 3 años golpeada y abusada por su madre y padrastro; el padecimiento de la beba encontrada en una alcantarilla junto a su mamá ya fallecida; el bombardeo a civiles, en especial a mujeres y a niños sobre la franja de Gaza; los degüellos de un grupo cuya procedencia aún no llegamos a comprender cabalmente, no son acontecimientos por los cuales debamos detenernos a pensar en lo inseguro que se ha vuelto nuestro mundo. No, no. Porque ahí no hubo entraderas.

Y, encima, se ve que a alguno le llegó al oído una queja o cierta molestia. Entonces, apelaron al rictus, se presentaron con hombros erguidos y rostro circunspecto y recurrieron a lo más canalla, hipócrita y nauseabundo de lo políticamente correcto: “Brutal femicidio”, rotularon; igual que hace 15 años cuando escribieron “violenta violación”.

Les quisiera preguntar, estimados periodistas varones y colegas mujeres carentes de perspectiva, ¿existe acaso, creen ustedes, la más mínima posibilidad de un femicidio que no sea brutal?, ¿puede alguien, alguna mujer, ser violada sin que medie la violencia? Disculpen, pero quería trasladarles la pregunta.

Arañas. Una vez, hace unos años, me mandaron a la mierda por usarlo tan abrupta y directamente como disparador de la discusión sobre el estado de putrefacción del periodismo. Fue antes del 2001. Eran otros tiempos. Ahora lo puedo citar sin que nadie se horrorice. Se trata de un párrafo del libro “El periodista y el asesino”, de la reportera con capacidad de autocrítica Janet Malcom: “Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego traicionarlas sin remordimiento. (…) Los periodistas justifican su traición de varias maneras. Los más pomposos hablan de libertad de expresión y dicen que ´el público tiene derecho a saber´; los menos talentosos hablan sobre arte y los más decentes murmuran algo sobre ganarse la vida”.

“La chica que nos gusta”, como alguien la llamó, encendió todas las señales de alerta que pudo. Sobre los medios y sobre las variopintas especies de aves de rapiña: con ese verde tan años 50 como fondo, desde el impecable edificio de la sede de Nueva York; en la conferencia de prensa que los propios periodistas que la protagonizaron a duras penas pudieron seguir o desde su cuenta de twitter. Parecía aullar: “¡Vinculen, muchachos!”, “¡Unan un tema con otro porque si no siempre serán la gilada del batallón!”, nos gritaba el encadenamiento de sus palabras.

Porque esta es una buitres y de caranchos, pero también de arañas, de las que tejen la red. Paul Singer es el dueño de mucho, entre tantas varias cosas, de fondos de inversión que compran y venden empresas, objetos, gerentes y también medios. Vendió sus acciones en Time Warner –la dueña de TNT, CNN, HBO y Warner Bros–, y se metió en otro gigante, de esos que colonizan con información y con entretenimiento: la Twenty-First Century Fox. Ya lleva ganado 4% por el precio de cada acción. Construyendo imaginarios no le ha ido nada mal.

El dinerito de Singer a través de Elliot Management Corporation en Fox lo asocia con el mayor accionista de la cadena, News Corp, o sea, Rupert Murdoch, pero también con el JP Morgan Chase. Murdoch y Singer son, se sabe, dos buenos aportantes a las arcas republicanas siempre encargadas de atender que Obama se mueva hacia la dirección que la derecha así lo haya decidido.

News Corp es, además, propietaria del Grupo Dow Jones, poseedor del diario The Wall Street Journal, una de las "biblias" (como le dice Ramón Reig) del neoliberalismo junto con el británico The Financial Times. Y aunque estos medios compitan en la primicia, entre bueyes no hay cornada y es por eso que ambos comparten la propiedad de la mayor editorial del mundo: Penguin Random House, quien hace poquito compró, salvo Santillana, todas las editoriales al grupo PRISA.

Este verano, Elliott Management invirtió mil millones de dólares para adquirir acciones de EMC Corporation, una de las seis empresas de almacenamiento de datos más importantes de los Estados Unidos, con una facturación de 23.200 millones de dólares y una filial en Argentina y con algunos importantes papelitos “casualmente” vueltos cenizas en el incendio de Iron Mountain. Lo curioso es que EMC ha sido acusada en no pocas ocasiones de colaborar con la NSA, la agencia de espionaje de EEUU, y tiene entre sus accionistas a BlackRock Institutional Trust Company, N.A., Goldman Sachs Group, Inc. y Bank of New York Mellon Corporation. O sea, los que nos cuentan las costillas y quienes tienen hoy los depósitos hechos por los argentinos para los bonistas. Hasta Griesa parece que vio el ridículo y aplicó su lógica delirante de que por “segunda vez”, pero por “única vez” (¿?) el Citi puede pagarles a otros bonistas lo que Argentina les depositó.

Pero hay un dato que falta y es donde más vemos la costura, donde la red de la araña hace hilacha: Singer compró el 6,7 % (570 millones de dólares) de Interpublic, la nave nodriza de las enormes agencias de publicidad Mc Cann y FCB (Foote, Cone & Belding, fundada en 1973 y la tercera en importancia a nivel mundial). Pero hete aquí un dato de esta trama –que si no fuese red, sería novela- que da de lleno en el corazón argentino: Según Reuters, el valor de la empresa es de 8.400 millones de dólares y sus inversiones superan los 25 mil millones de dólares y esa montaña de dinero está ahí porque fue utilizada para que Interpublic IPG creara IPG Mediabrands una estructura para medir las inversiones en medios de varios clientes. La planificación global de las nuevas tecnologías se volvió urgencia para algunos mega grupos oligopólicos y en 2013 desde estas empresas crearon MAGNA, un consorcio que trabaja en conjunto para acelerar soluciones en la adquisición de la estructura digital de los medios audiovisuales. Los fundadores de toda esta red fueron A +E Networks, AOL, Clear Channel Media and Entertainment y Cablevisión.

Sí, así como suena, es Interpublic la empresa donde Cablevisión y Elliot se vuelven socios, donde Clarín y Paul Singer poseen una zona común.

Inmortales e inmorales. Tomás Eloy Martínez finalizó aquel texto sobre Capote con la siguiente afirmación: “ni a Faulkner ni a él les importaba ser condenados por la historia. Sólo estaban atentos a su obra, es decir, a ese banquete de buitres en el que cualquier realidad, hasta la más insulsa, (podía) transfigurarse en palabras inmortales”.

Capote no está para escribirla, pero que nadie nos calle para contarla. Porque a éstos tampoco les importa ser condenados por la historia, también están atentos a su obra y también quieren banquete de buitre, sólo que no de palabras inmortales, sino de nada insulsas realidades que se vuelven inmorales.