Déjà Vu
Gustavo Cerati tiene una hermosa canción –una más, una de tantas- en la cual con sus característicos giros lingüísticos nos conduce con palabras a través de una sensación que todos hemos tenido en alguna oportunidad. En este tema de su último disco, se detiene en esa tan particular experiencia, ese tipo de paramnesia de reconocimiento de sentir que se ha vivido previamente una situación nueva. El nombre se lo debemos al investigador psíquico francés Émile Boirac, quien la llamó Deja vu, que en francés quiere decir “ya vivido”.
Cerati era un gran artista, completo, sensible y sutil. En la canción a la que me refiero habla de volver a pasar por “errores ópticos del tiempo y de la luz”; de esa “misma sensación” sobre una canción ya escrita hasta en el más mínimo detalle. “Todo es mentira, ya verás
La poesía es la única verdad/Sacar belleza de este caos es virtud”, escribió.
Algo así me pasó –sobre todo- esta última semana, aunque provocado por personajes –o personeros, quién lo sabe con precisión- que no son ni artistas, ni sensibles y mucho menos sutiles. La primera sensación fue el miércoles; este miércoles 17 de septiembre que acaba de transcurrir a partir de un título central del diario Clarín: “El oficialismo intenta imponer”, escribieron “la ley de control de empresas”. Me sonreí. ¿No tienen más versiones?, me interrogué. 2Para no pasar vergüenza”, pensé, porque dicen que de lo que único que no se vuelve es del ridículo y, a veces, cuando se cae y se vuelve nuevamente a tropezar con lo obvio y lo burdo, no se es más que eso: ridículo. Era el mismo, calcado, igualito título de aquel memorable 10 de octubre de 2009 cuando el Congreso coronaba la gran patriada que se llamó Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. “Kirchner ya tiene su ley de control de medios”, fue la furia vuelta primera plana que en aquella madrugada leímos. Deja vu, pero con bonus track para la sorna porque, casualmente, por esos giros extraños que viene dando la historia en esta última década, esa frase aparecía en “letra de molde” –como le gusta decir a una que conocemos todos- un 17 de septiembre, fecha en la cual 5 años atrás, la Cámara de Diputados de la Nación le daba media sanción a aquella ley sobre medios cuyo debate puso patas para arriba todos los modos de contarnos que conocíamos en la Argentina.
Y a partir de ahí no pararon: “polémica”, le dijeron a la ley que acaba de ser promulgada y que regula la relación entre consumidores y productores y que ha sido presentada –igual que con la vinculada con la propiedad de los medios de comunicación- como la expresión máxima de stalinismo soviético, algo extraño porque es bastante parecida a mecanismos que los Estados Unidos le aplicaron a Billa Gates. Pero, en fin, como ejercen un periodismo muy particular, no lo vamos a discutir ahora.
“Polémica”, decía que usaron mucho, muchísimo estos días. “Control”, también fue un término que repitieron bastante. “Exprés”, por lo rápido y diligente. “Trámite exprés”, llamaban al debate y combinaban esta caracterización con las otras palabritas que sabemos les gustan: control, polémica y, ah!, por supuesto, no vaya a faltar eso de “avance sobre la propiedad”. No se privaron de decir que se trataba de una normativa “inconstitucional” y avisaron también que “los empresarios ya se preparan para denunciar la ley en la Justicia” les construyeron plataforma a varios pre candidatos presidenciales para que pudieran decir en voz bien alta que “la oposición derogará la ley si llega al poder”. Explicaron, además, que no es otra cosa que una “intervención” y un “avance del gobierno sobre las empresas”. Lo mismo. “Mismito”, como dicen en algunas provincias del norte argentino. Deja vu, como apuntaron Cerati y aquel Boirac del que sabemos bastante poco.
Es una línea argumental gemela a la usada con la LSCA y si no me creen vayan y revisen uno a uno los calificativos y consideraciones que fueron desde marzo hasta octubre de 2009. Como dice Marcelo Bielsa “exímanme” de reiterar un ejercicio que ya hice.
Pero seamos justos y démosle al autor intelectual el mérito que posee. Quien lanzó la primera piedra para volver este paquete legislativo -al que ellos han bautizado livianamente como “ley de abastecimiento”- fue Joaquín Morales Solá. Un domingo, el 18 de agosto, tituló “La radicalización de un gobierno que se termina” y en serio, sin ponerse colorado, ni aclarando que se trataba de un texto ni jocoso, ni cargado de ironía escribió: “En la mañana del 30 de julio pasado, horas antes de que el país entrara en default parcial, Cristina Kirchner decidió radicalizar su gestión y emprender el último tramo de su mandato como líder de una revolución que deberá suceder. Durante los dos días anteriores, su Gobierno había presionado sobre banqueros nacionales y privados para que la ayudaran a esquivar la cesación de pagos. Estuvieron cerca de lograrlo, pero la Presidenta giró poco antes de llegar a un acuerdo. La rotación presidencial continuó luego con un paquete de medidas que promete estatizar de hecho a todas las empresas privadas”.
O sea, la ecuación sería más o menos así. La presidenta, que es peronista, se despertó un día y dijo “me cansé. Desde hoy me recostaré sobre mi hemisferio izquierdo, pero no para ser más racional sino para volverme bolchevique y mañana firmaré un decreto a partir del cual La Cámpora y para ser más específica, Máximo en persona, quedará a cargo de todas las empresas de la República Argentina. Esta decisión, básicamente la tomo porque carezco de apoyo popular y como me voy no me importa nada lo que le pase a mi país en el futuro. Por eso ya no le daré órdenes a Axel para que se devane los sesos pensando alternativas frente a los buitres porque por DNU también nos quedaremos con todos los emprendimientos privados de Paul Singer”.
Era el mismo, calcado, igualito mecanismo que en 2009 con la LSCA. Absurdo. Dicen que de lo que único que no se vuelve es del ridículo y, a veces, cuando se cae y se vuelve nuevamente a tropezar con lo obvio y lo burdo, no se es más que eso: ridículo.
Pero el Deja Vu no fue la única interesantísima operación de la semana. Hubo una escondida asunción que lo que molesta no son los modales; sino el modelo¸ que palabra, Poder Ejecutivo y ley sean una misma acción.
Como al pasar, sin que fuese esa su frase más estridente, al cerrar uno de los debates de estos días, la jefa del bloque de Diputados del Frente para la Victoria sostuvo: “Me quedó absolutamente claro que si la oposición fuera Gobierno, no las utilizaría”.
Y con esa, no precisamente la frase más fuerte, puso el cuchillo en el centro de la herida. Porque los calificativos rimbombantes de los medios que hacen el ridículo son la carcasa. El nudo es la acción. Y La Nación, el diario, o cometió el error de escapársele la confesión o intentaron mantener algo de cierta franqueza intelectual en su rol de cuna argumentativa de la derecha. Y lo dijeron. Así: “La reforma impulsada por la Presidenta acota las facultades de intervención estatal previstas en la ley actual, eleva las multas y elimina las penas de prisión”. Bien, en la letra chica, reconocen todo lo contrario de lo que afirman en la punta de lanza de la charlatanería. “Da la pauta, al mismo tiempo”, sigue el texto del artículo “de que el Gobierno planea usarla más seguido como herramienta para combatir la inflación, que, a juicio del Poder Ejecutivo, es producto de la concentración económica en determinadas etapas de la cadena de producción”.
Por eso, no sólo jugaron con la paramnesia de reconocimiento. Hubo también “errores ópticos del tiempo y de la luz”, con eje en ella, en Di Tullio, a quien algunos medios hace un tiempito definieron como “una combativa”, como “una dama de hierro” en “el timón de la bancada K”, “la primera jefa de bloque de la historia política argentina” y casada con “un hombre del kirchnerismo de la “primera hora” y “pingüino de pura cepa” por ser de la cuna santacruceña”. Brava, bravísima. Así la presentaron.
Encima, ella no tuvo mejor idea que hablar de “aguantar los trapos”; de remarcar ante quien quisiera su feminismo; de esquivar por despreciable cualquier modo de mujercita dócil y agradable a los cánones aceptados por estos señores del statu quo y de rememorar a Kirchner con la recordada idea de que “uno tiene que hacerse fuerte frente a los poderosos, y los cobardes son los que se hacen los fuertes frente a los débiles”.
Usaron las fotos. La edición gráfica. La que recorta apenas un gesto y lo vuelve escenario general, permanente y único. Primero lo hizo Clarín, el miércoles 17. El presidente de la Sociedad Rural, por alcurnia, apellido, historia de impunidad o la chapa que le da seguir los pasos de todos los Martínez de Hoz en la conducción de esa institución se sentó, para dar su posición frente a las normas en debate, no en cualquier silla sino en una de las que usualmente usan los legisladores, no los invitados. Al lado de Di Tullio. Y en la fotografía ella lo observa. Se toca la oreja y lo mira. Lo escucha, pero su media sonrisa lo dice todo. Dice todo lo que el peronismo piensa y siente de la oligarquía vacuna. Años de historia pueden sintetizarse en esa imagen. Y Clarín no se la perdió.
Otra fue al día siguiente. En la edición impresa, la del jueves. Cuando el diario de papel –a diferencia del on line- aún no tenía el resultado final de la votación. La foto es grande. Se ven las bancas, a varios diputados del FPV sentados y a la “jefa” de pie, con una lapicera en la mano derecha, con la cual señala algo. No sabemos qué. Ni los lo cuentan. Porque no les importa. Lo que vale es que ella aparezca amenazadora, “combativa”, como una “verdadera dama de hierro”. La Nación del viernes la pintó triunfante, amenazadora. Con los brazos en alto como festejando un gol. “Claro, no es otra que ESA que habló de aguantar los trapos. Habrase visto, lenguaje ese para una dama” parece ser el sonido que trae incorporada la fotografía. Y hoy la pintaron seria, con el brazo en alto, en el momento de la votación. No cansada, abatida después de dios semanas sin dormir, sino con cara de culo, porque después de todo no debe ser que una “minita mala onda, como la otra, la que la manda: Otra yegua”.
Así operan, con iguales argumentos, mismos títulos, con un foto que no dice nada para que diga todo, con “errores ópticos del tiempo y de la luz”, con eso que también Cerati -definió en aquella hermosa canción que pintaba una época- como ese segundo, ese único instante en una de “hiperhistoria”, en la que “todos quieren un flash y pocos algo para ver”.