Que el Partido Justicialista haya sido intervenido judicialmente por perder una elección y no garantizar la unidad pregonada por Juan Domingo Perón es directamente un chiste de Pepe Biondi, pero resultan más graciosas todavía las módicas “polémicas” que desde entonces envuelven a partidocráticos y movimientistas, kirchneristas antiperonistas, kirchneristas antikirchneristas-antiperonistas, peronistas antikirchneristas, pejotistas y antipejotistas, etcéteras y antietcéteras.

No vamos a esbozar ningún análisis de los argumentos de la intervención porque podrían hacernos sospechar la verdadera identidad de los roedores bonaerenses que esfumaron la media tonelada de marihuana extraviada entre juzgados y  dependencias policiales, con lo que, presumiblemente incurriríamos en el delito de desacato. Siendo menos riesgoso, además de muy original, haremos entonces el esfuerzo de hablar de “política” (no digamos de “hacer política”, lo que ya sería casi una exageración).

En nombre de la unidad

La intervención al Partido Justicialista no es un tramitecito cualquiera, pues priva al cada vez más difuso peronismo, panperonismo, gigantoperonismo o masomenoperonismo, de un posible “espacio neutral” donde jugar al juego predilecto de los últimos dos años, que vendría a ser el de convocar diferentes reuniones de unidad para ver cómo convocar a la unidad. Sin el Partido Justicialista ya no habría sitio en el que unirse encima, circunstancia que puede llevar a los dirigentes peronistas al difícil trance de tener que pensar y ¡hasta actuar! en base a la construcción de poder político.

Pero aun así, aun entendiendo que la política no consiste tan sólo en reuniones y declaraciones sino en la organización de la sociedad y la producción de hechos que cambian o condicionan la realidad, la privación de un espacio institucional, y al cabo un instrumento electoral, no es un problema menor o a descalificar con argumentos como el de la revolución o el movimientismo. Ni la dichosa revolución ni el no menos dichoso movimiento existen en general y en abstracto, sino en forma de muchas particularidades, diferentes y a la vez coincidentes entre sí. Son, si se nos permite, como la fruta. La fruta es muy buena para la salud, pero usted se va a morir literalmente de hambre si se empecina en hacer una dieta sólo y únicamente en base a fruta, a menos que entienda que no la encontrará en ningún comercio especializado, ni siquiera en las llamadas “fruterías”. Es que la fruta no existe como tal sino en sus entidades particulares, en sus formas de pera, banana, manzana, ciruela, etcétera.

Por otra parte y por más grandilocuentes que suenen y edificantes que sean, las apelaciones a la revolución y el movimientismo no parecen muy eficaces para impedir que al intervenido PJ nacional, tenga o no derecho a hacerlo, se le ocurra a su vez intervenir a tal o cual PJ provincial, aunque más no sea para agregar mayor caos y confusión en el asunto.

La catadura del señor interventor, además y como si hasta aquí fuera poco, garantiza la incautación, por así decirlo, de la totalidad de la cuenta corriente y demás depósitos bancarios del organismo intervenido, desplumándolo de parte de los fondos que serían necesarios para afrontar una próxima contienda electoral.

Entre la nada y la imposibilidad

Privado de ese espacio más o menos común donde unirse encima, en las puertas de la intervención permanente y sucesiva, y sin fondos electorales, a su actual inanición política el giganto o masomenoperonismo agrega la inanición económica y el riesgo de una mayor dispersión.

Sin embargo, la marca de la unidad –ese mandato del Tirano Prófugo que se halla impreso en el ADN de los peronistas tan indeleblemente como en el de la jueza Servini de Cubría– puede llevar a que las innumerables variantes de la ordodoxia político-doctrinaria descubran que el de esbozar un sistema de propósitos comunes puede llegar a ser un factor de unidad tan bueno, y hasta capaz que mejor y más práctico que el de seguir buscándole el pelo a los respectivos huevos. Desde luego, esto obligaría a algún esfuerzo de la imaginación, como el de pensar en algo así como “además de para ser diputado, senador, concejal, intendente o subsecretario ¿para qué otra cosa me dedico a la política?”

La posibilidad de responder esta pregunta ayudaría a más de uno porque, hasta donde puede percibirse, las distintas facciones alternativas a Cristina Fernández de Kirchner a lo sumo atinan a manifestarse tan distantes de ella como del oficialismo, que viene a ser como decir que no son ni gasistas ni plomeros, definición no muy precisa que digamos, ya que nunca estaríamos seguros de no encontramos en presencia de un escribano, un ingeniero, militar, camionero, asaltante de bancos, abogado, punguista, sepulturero, o vaya uno a saber qué clase de monstruos puedan esconderse detrás de esa fachada de ecuanimidad.

La señora CFK, por su parte, en tanto se limita al silencio y la espera, es consciente de que, hoy por hoy, su futuro está en su pasado. No es poca cosa, pues tiene el valor –pero también el costo– de que lo suyo no es lo que promete o anuncia sino lo que ya ha hecho. Es cuestión de comparaciones, se dirá, con el nivel de desastre de que la gavilla gobernante resulte capaz, que, al parecer, es casi infinito.

Si bien el Tirano Prófugo ha demostrado que la fórmula funciona, también fue posible constatar que el futuro nunca estuvo ni está en el pasado, justamente porque ya pasó, con el añadido de que ha sido para empeorar: la Argentina del postmacrismo estará mucho más endeble, escuálida, inerme, herida y colonizada que la del postmenemdelaurrismo, enfrentará problemas mucho más graves y tendrá que hacerlo en peores condiciones. En consecuencia, las posibles soluciones no serán en modo alguno parecidas: en las mieles del pasado nunca están los remedios del futuro.

A la imprecisión, vaguedad, ambigüedad y travestismo de los candidatos a dirigentes alternativos y al silencio de la ex mandataria, se añade el barullo inconsistente de sus más acérrimos partidarios, cuya única y pobrísima propuesta política parece ser la de “con Cristina o contra Cristina”.

Un régimen ilegítimo

La unidad tan pregonada por el Gran Conductor y su epígona María Romilda no suele ser fruto de un sistema de acuerdos, pactos y transacciones, sino la aceptación por parte de las distintas facciones de la preeminencia de una de ellas, más poderosa o con mayores posibilidades de éxito, en el marco de un sistema de conveniencias mutuas y, más importante, de objetivos comunes.

La pregunta que cabría hacer, no ya a los dirigentes políticos alternativos ni a los partidarios acérrimos, ni tampoco a CFK, que por ahora calla y espera, pero sí a las distintas agrupaciones militantes, a las organizaciones sociales, a los dirigentes altos y medios del sindicalismo, de la pequeña y mediana empresa, de los empobrecidos y esquilmados productores agropecuarios –no los rentistas cerealeros sino los auténticos, desde los que cultivan manzanas o verduras a los que ordeñan vacas o crían cerdos o pollos– y a los representantes extrasindicales de los trabajadores precarizados, es si creen posible dar por buenas y ya resueltas todas las trapisondas de que fue y será capaz la gavilla gobernante. ¿Es legal una deuda externa emitida y contraída por las mismas personas y grupos financieros? ¿Se puede considerar legítimo y razonable que un gerente de una trasnacional petrolera determine el precio de los combustibles y de la energía? ¿Aceptarán así como así la sistemática violación de las leyes, la entrega de Malvinas, la renuncia a los derechos argentinos sobre la Antártida, la privatización del Arsat así como del espacio aéreo, el ya anunciado desmantelamiento de TVA, de Aerolíneas Argentinas, de lo poco que se pudo reconstruir del sistema ferroviario, por nombrar unas poquitas cosas?

Una larga tradición

El movimiento obrero argentino tiene una larga historia de luchas gremiales y políticas y una riquísima tradición doctrinaria y conceptual. Pronto se cumplirán 61 años del Programa de La Falda, 56 años del de Huerta Grande, 32 años de los 26 puntos para la Unión Nacional de Saúl Ubaldini, 24 años de la creación del MTA, 41 años del surgimiento de la Comisión de los 25 y 39 de la aparición de la CGT Brasil, que lideró la oposición más firme a la dictadura militar. Y en pocos días se cumplirán nada menos que 50 años del acto que significó el principio del fin de una “Revolución Argentina” imaginada, a la manera franquista, para prolongarse por lo menos durante cien años, el Programa del 1 de mayo de la CGT de los Argentinos.

Aunque sin necesidad de semejante nivel de precisión, el primer paso para que vuelva a existir la política en Argentina es que el movimiento obrero, las organizaciones del trabajo y la producción, formales e informales, recuperen esa tradición y establezcan las bases inapelables e irrenunciables de un modelo nacional y social, no sólo para contraponer al delirio ideológico de moda sino como advertencia a los futuros gobiernos, cualquiera sea su signo, y a los socios y cómplices del actual, como para que no piensen en ninguna posibilidad de salir impunes.

Ganar una elección, aunque hubiera sido por un margen significativo y no por un pelo en un balotaje, “revalidado” dos años después con apenas el 40% de los votos, detener, comprar y extorsionar opositores, presionar jueces, reprimir la protesta, no otorga la suma del poder a nadie ni nadie debería actuar como si la injuria y la manipulación mediática, el manejo discrecional del poder judicial, la sistemática violación de la constitución y las leyes, la privación de las garantías individuales, la entrega del patrimonio común y la rapiña más brutal y descarada de nuestra historia, fueran actos legítimos y naturales.

Esas bases mínimas para la reconstrucción nacional, advertencia a los socios y cómplices de la gavilla, y mandato y límite a los futuros gobiernos, tal vez hasta pudieran conformar el común denominador de una eventual unidad, de suficiente peso y densidad como para acaso imponerse electoralmente pero, más importante aún, para gobernar en función de los intereses nacionales, el bienestar popular y la justicia y la equidad social.

Y ya va siendo hora de que dirigentes y activistas recuerden otra larga tradición, que olvidaron cuando jugaban tan alegremente con ascos y límites en 2015 o, vencidos antes de empezar, reconocían la validez de un escrutinio parcial y provisorio que ya entonces estaba en manos privadas: jamás, en ningún momento de la historia, una oligarquía entregó voluntariamente y por las buenas, no ya el poder, sino siquiera las formalidades del poder. Tenemos bastantes ejemplos en nuestra propia historia, pero debería bastar el simple y cercano de Lula para espabilar al más pavote.