Ni una menos

que sea buena para nadie

ni mala.

O que prejuzgadamente

no sea alguien o mucho o nada.

Ni una menos dolida

o matada, o vulnerada.

O destratada por presunción.

Ni una menos mujer que otra,

y ni una menos

que un varón, que un “macho.”  

Pero siempre más una sola

que mil canallas

de cualquier género,

obscenidad, signo

ideológico

o atávico. Idem , religioso.

O estúpido a sabiendas.

O innato. Igual

de imperdonables

los estúpidos.

Ni una menos sin minifalda o

sin enagua y corpiño,

o desnuda o cerrada

con cerrojo de santa.

O refugiada en su soledad solitaria

y sin que nadie se permita acosarla.

Porque su voluntad es libre.

Y su libertad es voluntaria.

Ni una menos juzgada

por anacrónicas formas de juzgarlas

todavía bárbaras.

Ni una menos tradicional

o no,  heterodoxa, hereje,

bella o no bella,

fiel o infiel,  

tapada o destapada.

Si se le da la gana.

Ni una menos que no sea más

que una mujer.

Ni que un hombre.

Y que sea como ella no quiere ser

si no quiere.

Y si quiere, quiere.

Esté esperando como

una tentación

en la ducha o en la cama.

Ser manzana no da derecho

a arrancarla ni a morderla.

La manzana es de ella misma.

De la manzana.

Ni una menos no igual

que la igualdad

de género

y de condición humana.

Que sea como sea.

Pero que sea.

Con o sin marcha.

Con varones o sin ellos.

Con todos o con pocos.

Lo esencial no es invisible

a lo que ya no está oculto.

Ni una menos que no sea

como sea que quiere ser.

Y sea.