Mi boquita no se calla más
Le había salido de las tripas. Luego se disculpó y, al igual que sucedió en estas horas, con otro que se había ido a la banquina con la trompada a un periodista por una nota ofensiva, pareciera que ciertos pedidos de perdón no sólo eximen, sino que borran el hecho. Lo cierto es que había volcado con la afirmación. El ex gobernador de la provincia de Misiones por la UCR Ricardo Barrios Arrechea había sostenido que su candidato a la gobernación Gustavo González “tiene toda la posición para triunfar; tiene pinta y el voto bombacha está asegurado”. Eso y decir que las mujeres somos un ejército de boludas termocefálicas que metemos en las urnas el nombre de un tipo sólo porque nos parece guapo es bastante parecido.
Quienes no sólo no se disculparon sino que cuando escuchan a alguien hablar de violencia simbólica miran como si vieran llover, son los de la Revista Noticias. A Cristina Fernández la habían usado ya como protagonista de la tapa para decir de ella que: está como ausente, que lleva adelante un extraño luto, que es un enigma, que hay un negocio en pegarle –y de paso mediante photoshop hacerle un desagradable ojo en compota-, que hay un diagnóstico secreto sobre ella, que irrita, que pasa por tapas eufóricas, que está deprimida, que está bajo tratamiento psiquiátrico, que está medicada y que está bajo un estado de shock. O sea, que está loca.
No se privaron de mostrarla en un dibujo como una chica Divito masturbándose bajo el título (ofensivo para decir lo menos) “El goce del poder”, efecto con lo cual además de violar la intimidad femenina y presidencial, ridiculizan la autosatisfacción de las mujeres.
El viernes hicieron una más: salieron a la calle con otro montaje fotográfico a través del cual se la ve arrugadísima, muy vieja y canosa y el título/espectro asustador es “¿Y si no se va? Fantasma nacional: CFK en el poder hasta 2027”. Paradojas de la impunidad editorial, en un título apartado hacen una (correcta) condena de los dichos de Alberto Samid acerca de que “las mujeres despiertan en los hombres algo que irrita”. Línea editorial ezquisoide o cinismo llevado al límite.
En la Argentina tenemos varias, pero sobre todo una ley. La normativa habla de mujeres y de integralidad. Es la 26.485, la “Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales”. Fue sancionada en marzo de 2009 y promulgada el 1 de abril de ese mismo año y mediante el decreto 1011 de 2010, reglamentada. En su artículo 5 explicita los tipos de violencia contra las mujeres: doméstica, física, psicológica, sexual, económica y patrimonial, simbólica, institucional, laboral, obstétrica y mediática. Explicadito cada tipo y con detalles y hasta ejemplos.
Por esa ley, tres diputadas nacionales le pidieron, a través de una medida judicial, al diario Clarín que se retracte por aquel violento y ofensivo “La fábrica de hijos. Conciben en serie y obtienen una mejor pensión del Estado”. Porque todo eso, aunque se hagan bien los sonsos también es violencia. La Corte, para variar, le salvó al grupo el estofado.
El sábado nos enteramos de que una mujer fue asesinada a mazazos en la frente por su ex pareja delante de su hijo de 12 años. Fue en Florencio Varela. Veníamos de conocer que el asesinato de la joven Nicole Sessarego Bórquez llega a juicio oral con un acusado, Lucas Azcone, y con la calificación de “homicidio agravado por odio de género”. Estábamos aún conmovidos por lo ocurrido con Katherine Moscoso, de 18 años en Monte Hermoso, donde como si no alcanzara con el horror de la muerte de la joven vivimos un linchamiento.
Cosecha Roja es una página web de noticias. De noticias policiales, diría el vulgo, y junto con Infojus hacen un esfuerzo periodístico sobrehumano. Es por ese denuedo que me fascinan. Por ese permanente ejercicio de dar cuenta de que los crímenes que suceden no son ni “casos”, es decir situaciones aisladas, ni “policiales”, sino parte de todos nosotros y no sólo de quienes pueblan comisarías o el mundo del delito. Me gusta lo que hacen porque nos involucran, nos sopapean, nos espetan en medio de la jeta que esa muerte relatada de esa crónica no es ajena a nuestro cotidiano comportamiento, ni a un sistema que hace de la vida humana (y de las mujeres en especial) algo con poco valor.
Escribieron allí: “’¿Viste la piba que mataron?’. Hasta la semana pasada cualquiera respondía ‘sí, Chiara’. Hace dos meses era ‘Daiana’, el año pasado Melina y, en 2013, Ángeles. Tienen nombre: ellas son las marcas registradas de la violencia contra las mujeres. Estos casos paradigmáticos llegaron a los medios y sólo el de ‘Mumi’ Rawson y Mangeri ocupó 35 mil minutos de aire en televisión. Pero en Argentina cada 32 horas aparece el cadáver de una mujer que pasa desapercibido. Son los femicidios anónimos que quedan ocultos en cada rincón del país”. El de Yesica Muñoz, golpeada, violada y estrangulada por cuatro varones. El de Irma Rodríguez, asesinada por Roberto López, su ex, que la acuchilló y luego intentó matarse. El de Andrea Castana, que tenía 35 años y dos hijos y que luego de dejarlos en la escuela decidió caminar por el cerro La Cruz y apareció muerta y tapada con rocas y ramas. El de Pamela Arévalo, de 15 años y con un hijo de 4 meses, que cuando quiso dejar a Marcelino Rïos, su pareja, él le dijo “Si no sos mía, no vas a ser de nadie” y la mató de un disparo. El de Giselle Páez que llegó muerta al hospital de Las Heras, en Mendoza por las 10 puñaladas que le dio su marido, Horacio Romero, delante de Thiago, el hijo mayor, de 4 añitos. Esta fue la causa quedó caratulada como homicidio agravado por femicidio y fue primer asesinato que llega a los tribunales mendocinos como un crimen por la condición de mujer.
Los nombres y situaciones particulares conforman, lamentablemente, una lista muchísimo más extensa y parte del desafío es despertar del letargo que propone una lectura morbosa de cada hecho como un “caso” individual. Aquí no hablamos de mujeres que aparecen muertas por razones psicológicas o psiquiátricas de quienes provocan el crimen. Al menos no solamente.
El suplemento Las 12 de Página 12 nos sorprendió gratamente ayer con una entrevista a la antropóloga argentina residente en Brasil Rita Segato, una de las mentes más lúcidas a la hora de pensar la violencia contra las mujeres.
“Se trata de una ‘pedagogía de la crueldad’ imposible de disociar de la violencia mediática contra las mujeres, sostiene Segato y lo explica así: “es la fase actual de la explotación, que involucra un tipo de retorno al trabajo servil, semiesclavo e incluso esclavo, producido por la caída de la centralidad del salario. Esta modalidad de sujeción de personas como mercancía demanda una insensibilidad particular (…) esta modalidad de explotación depende de la disminución de la empatía entre personas que es el principio de la crueldad. De ahí hay sólo un paso a decir que el capital hoy depende de una pedagogía de la crueldad, de acostumbrarnos al espectáculo de la crueldad (…). La violencia íntima en el espacio público, como está curiosamente ocurriendo hoy en la Argentina, no es otra cosa que un enunciado del carácter también público del problema íntimo (…). En este sentido, es muy importante no guetificar la cuestión de género, es decir no considerarlo fuera de su contexto histórico, no verlo sólo como una relación entre hombres y mujeres, sino como el modo en que esas relaciones se producen en el contexto de sus circunstancias históricas. No guetificar la violencia de género también quiere decir que su carácter enigmático se esfuma y la violencia deja de ser un misterio cuando ella se ilumina desde la actualidad del mundo en que vivimos. Claro que la vemos de forma fragmentada, como casos dispersos de letalidad de las mujeres –aunque cada vez más frecuentes–, pero son epifenómenos que parten de circunstancias plenamente históricas de las relaciones sociales y con la naturaleza.
“(…) La fantástica herramienta del concepto de violencia mediática contra las mujeres, que ya forma parte de la ley 26.485, y que propongo aquí como categoría jurídica en el campo de los derechos humanos a la que debemos dotar de un elenco de contenidos precisos y activar con acciones concretas en la Justicia. Para que la victimización de las mujeres deje de ser un espectáculo de fin de tarde o de domingos después de misa (…). Pasaríamos así a entender e interpelar a los medios con nociones afines a la de “autoría intelectual” y a la de “instigación al delito”, develando que, con relación a las mujeres y a los sujetos feminizados, funcionan como “brazo ideológico de la estrategia de la crueldad”.
Por eso. No es privado: el crimen contra una mujer no es del ámbito de psiquis de individuos sino un problema mayúsculo que sólo abordado desde allí tendrá resultados positivos. Y por las mismas razones que no es individual ese crimen, es que no es personal sino política cierta bronca que sentimos algunas al escuchar o leer que la posibilidad de que miles de mujeres (y hombres) nos encontremos el 3 de junio para darle visibilidad al femicidio es hija de la interacción 4 o 5 chicas que chateaban y se preguntaron qué hacer.
Aunque más no sea por humildad démosle el crédito a 60, 70 años de luchas feministas y a décadas en las Argentina de pelea de los movimientos de mujeres. Así como el crimen lo es, un gesto individual de convocatoria también nace de la historia que lo precede. Sólo un exceso de ignorancia o pedantería podría colocar a un homicidio o a una convocatoria en el grado cero de la historia sobre la temática. Hay hilos invisibles pero sólidos que unen la historia individual de cada una de nosotras con el batallar histórico de otras y con la vida de las que no están. Como dice María Florencia Alcaraz, también en Cosecha Roja: “A ‘Ni una menos’ no la parió twitter, ni la foto de un famoso, ni la adhesión de un candidato, ni siquiera una maratón de lectura: la parió el feminismo. Salió de esa concha amplia, estrecha, rapada, peluda, homo, hétero, lesbiana y trans, fresca y vieja. Esas múltiples conchas vivas que conforman al movimiento nacional de mujeres en Argentina. Dicen que las que estamos atrás de la convocatoria somos periodistas, escritoras y activistas. Yo digo que somos las sobrevivientes del patriarcado y que caminaremos las calles con la memoria histórica de las que estuvieron antes. No somos superheroínas, no descubrimos nada. Canalizamos una demanda, un hartazgo colectivo”.
Un agotamiento que va desde sentirse agobiada por la espectacularización de un cadáver femenino; un fastidio por tener que insistir ante algunos varones que sí existe el patriarcado; un agobio por tener que explicar que cuando un tipo habla de nuestra vagina en la calle no nos resulta halagador.
Nadia Lihuel lo cuenta hermoso y me representa tanto hasta en los detalles, nos representa tanto hasta en la minucia, que no seré yo, sino ella quien cierre este texto: “Acabo de pegarle una cachetada a un tipo en la calle. Corrientes, hora pico, territorio complicado de transitar en días de calor, con ropa liviana, con algo de piel al descubierto. Lo sé. Por eso uso auriculares grandes, de los que se escuchan con buen volumen incluso en el subte.
Un chabón de unos treinta, boligoma en mano, pegaba papelitos de puteríos en los carteles de la avenida. Nunca, por más apurada que esté, puedo resistirme a arrancar aunque sea algunos papelitos mirando a la jeta de quien los pega. En el tumulto de la gente apurada no encontré tacho a la mano y opté por dejar la bola de papeles en la estructura de un puesto de flores cerrado.. A unos diez metros un grupo que asumí de taxistas conversaba en el cordón. Uno de ellos me habla pero no le entiendo. Me saco los auriculares preguntándole:
- Perdón, ¿qué?
- Si me dejaste anotado tu teléfono ahí…
En mi cabeza el silencio de haber frenado la arenga enojada de PJ Harvey con la que venía embalada. Le estampé la mano en la cara y un “¡Sí, pelotudo!”. Fue una reacción, no una decisión. Me salió así. Del grupo de tipos, que serían tres o cuatro, brotó el “uhhhhh” grave de un penal errado.
Seguro no estuve bien. Pero no me arrepiento.
De haberla planificado le escupía la cara. Va más conmigo.
Pero vaya una por tantas.
Ayer iba otra vez por Corrientes con los auriculares grandes puestos. En el silencio que hay entre tema y tema se cuela una vez más un “mi amor, esa boquita… vení chupámela un rato”. Otro tipo más que se siente habilitado a interpelarme con su deseo. Me harté de bancarme al chabón que susurra que me quiere pegar una cogida y hace como que se tropieza conmigo mientras cruzo la calle. Me asqueé de escabullirme entre la gente, de bajar unas cuadras antes porque una erección me apoya en el bondi. No aguanto más el corazón en la boca cada vez que volviendo de noche a casa un auto acompaña la caminata a paso de hombre y desde adentro un tipo me va diciendo lo que tiene ganas de hacerme mientras lo que se hace es una paja.
Mi cuerpo, ese envase que me contiene y que recibe cada descarga de opinión masculina, se rebela y como un huracán entro al lobby del hotel con lirios en los floreros de la vidriera donde el tipo evidentemente trabaja.
- Ese tipo que tenés parado en la puerta nos dice barbaridades a las chicas que pasamos por la calle.
- Te pido mil disculpas… – pálido, el recepcionista no sabe cómo reaccionar.
- No me pidas disculpas, asegurate que no vuelva a pasar.
Con la sensación de que no va a cambiar nada, pero que al menos no me guardé nada, sigo caminando. Sé que no es un hecho aislado, me pasa desde los 11 o 12 años cada vez que salgo a la calle y desde hace un tiempo sospecho que en esa estructura naturalizada está el primer eslabón de una cadena que termina con una bolsa en un zanja y en esa bolsa las sobras de una piba en la que alguien cumplió las amenazas que nos hacen habitualmente a todas. No creo que tenga ninguna trascendencia mi actitud, pero por algún lado empezamos a desnaturalizar la violencia simbólica que deviene femicidio.
Las pulsaciones bajan de a poco. Subo al bondi, abro Twitter y leo que Yésica Romina Muñoz de 16 años apareció muerta en un descampado en Corrientes. El diario zonal dice que hoy, jueves 21 de mayo, iba a cumplir 17 años. Mi boquita no se calla más”.