Megacanje: una de buitres y caranchos
Dentro del reducido núcleo de quienes conocían los pormenores y detalles de la operación hubieron dos grupos de dos calidades bien distintas: estuvieron los que contaron de qué iba el asunto, en esos espacios marginales a los cuales podían acceder, bien lejos de la posibilidad de llegar a muchos. Y estuvieron aquellos que engañaron a la mayoría, desde la siempre hipócrita y mentirosa tarima de gurú.
En lo personal, no contaba con ningún dato particularmente valioso. Tenía apenas la información pública. Pero una pizca de olfato y el conocimiento básico de a qué y dónde juega cada uno de los que emite, me alcanzó para, en el año 2000, hacerle el anagrama al pomposo nombre que le habían dado a la operación financiera. Con sólo cambiar de lugar un par de letras me volví pitonisa de entre casa: el rimbombante Mecaganje centelleaba en el MECAGANJE que íbamos a padecer.
Sabía eso, no más. Porque yo, de economía, poco, Y del encriptado financiero, menos. Pero domino el lenguaje, puedo -y podía- percibir y, sobre todo, ya entendía bastante bien la política. Por eso fui insolente y durante aquel año 2000 en una publicación híper subterránea y marginal que, a lo sumo, leyeron 200 personas, escribí: “Han creado un anticuerpo para resistir posibles embates: la única gran enemiga de estos tiempos es la corrupción y no la deuda y sus causas. La economía se ha convertido en una ciencia neutra, objetiva, desvestida de toda ideología. Los técnicos han conquistado el reino de los cielos”.
La publicación en la cual esto dijimos fue un verdadero fracaso editorial. Para tomarle prestada la idea y decirlo al modo de una de las cabezas más lúcidas, fue “un fracaso ejemplar”. Pero tuvo o tiene un mérito: dejó por escrito esos 3 o 4 principios rectores que varios acarreamos desde los años 80 en que entramos a la vida adulta. Esos que nos han sostenido estas décadas y que explican –muy a pesar de quienes piensan que todos son de su condición y colocan en las opiniones ajenas razones de cuenta bancaria- nuestra adhesión o simpatía a muchísimas de las medidas tomadas en estos últimos 11 años.
En esta publicación que se llamó Actio hablamos de la deuda externa; de la necesidad de una nueva ley de radiodifusión;de cómo la violencia institucional es también violencia; de cuánta mentira acarreaba aquella farsa de lo que Bill Clinton, Tony Blair y un par más dieron en llamar la “tercera vía” y de la necesidad de despenalizar el aborto, entre otras papas calientes que nos atrevimos a agarrar.
Corría 1999 y 2000. Años muy complicados para los herejes de la lógica dominante. Y esa humildísima revistita dejó en letra de molde -como le gusta decir especialmente a una persona- que eso que pensábamos y que deseábamos no es muy diferente de lo que pensamos y deseamos.
Consecuencia se le llama a eso. Y, ¿saben qué? Orgullo es lo que da.
La Nación, el diario, nunca fue un fracaso; y para decir la verdad, tampoco fue ejemplar. Pero también es una publicación que ha sido consecuente. Mientras nosotros -en vano- intentábamos propalar aquella verdad de hierro pero dicha al pasar por el entonces ministro de Economía, José Luis Machinea, acerca de que “yo puedo presionar a los bancos hasta cierto punto. El poder ya no es de los funcionarios, es de los grupos económicos”, ese diario y otros tantos escondieron debajo de la alfombra la afirmación.
El diario -ya de los Saguier, la familia que le sigue debiendo al Estado unos 300 millones de pesos- planteaba como nudo de los inconvenientes de la patria el “despilfarro de los políticos y del Estado” y publicó sin sentir humillación que Jeb Bush -el hermano gobernador e hijo de los dos Bush presidentes- “apostó 10 dólares a la recuperación argentina” y nos convencía de las medidas económicas que se tomaban porque el entonces jefe de las reservas gringas, “Greenspan ve luz al final del túnel”.
Mientras nuestra ignota y nada influyente revista lo entrevistaba a Raúl Alfonsín para escucharlo decir que “la salida argentina es la integración y más Mercosur porque si quedamos librados al azar y a los vaivenes del mercado controlado por los capitales financieros dejamos que arrasen nuestra nación” o que “la acción política de los gobiernos debe adquirir relevancia nuevamente, mal que les pese a algunos empresarios”, el tradicional periódico mitrista publicaba de modo cuestionador que “Alfonsín rechazó la tregua nacional de silencio de 200 días a la que convocó el secretario general de la Presidencia Nicolás Gallo para llevar calma a los mercados financieros”.
O sea, pregonaban la muerte de la política. Napalm sobre la posibilidad de soberanía. Que sólo hablara el Dios dinero, y el de peor calidad, el financiero.
Consecuencia se llama eso. E imagino que lo que ellos entienden por orgullo les dará. Porque hoy están en la misma. Con iguales modos y fundamentos con que le armaron un pliego de condiciones a un presidente electo; con que llaman venganza a la sentencia contra Martínez de Hoz; con que se ofenden por la primer condena a un civil, James Smart; con que a los pibes que afanan los llaman “menores” y “chicos” a los afanados y con que el 18 de junio exigieron pagarle a los buitres como sea y a cómo de lugar. Porque, según este medio lo “hostil” es la actitud del gobierno, no de los especuladores, y el “agravio” va de la Presidenta a Griesa.
“Los grupos de tenedores originales de bonos no canjeados y los fondos que después de 2001 los adquirieron a bajo precio y tomaron el costo y riesgo de un reclamo por vía judicial fueron categorizados como ´fondos buitre´. El discurso oficial enfatizó en su maldad y encuadró como cómplice a todo juez que les reconociera el derecho a cobrar que les daba el contrato de emisión”, sostuvo una de las dos notas editoriales de ese 18.
Consecuencia se llama eso. Siempre a la derecha, incluso, de la pared. Porque no es complejo para este diario generar abismos ideológicos con la CEPAL, el Mercosur, la UNASUR; incluso con el grupo de los 77 más China y hasta con la ONU o la OEA. Ahora: ¿ser extremadamente más reaccionario que el New York Times, correr por derecha al Financial Times, ser más conservador que el Foreign Affairs?… Me viene a la cabeza la sencilla pero oportunísima frase de cierto diputado. Aquella de “nadie te pide tanto”.
Por esta convicción que poseen de defender incluso a esos fondos despreciados hasta por la creme de la creme del capitalismo mundial me sorprendió -debo confesar- que en varias oportunidades a buitres no le pusieran comillas y utilizaran esa precisa palabra para definir a eso que ya es tema nacional.
Batalla cultural, le dicen. Y, punto para los débiles: porque el 24 de junio, Clarín puso en tapa “para negociar con los buitres”, El Cronista, “primer gesto con los buitres hizo saltar a los mercados y hundió al blue” y La Nación les escupió, también, “buitres” en el título principal.
Para la misma época en que aquel La Nación (que es éste, sólo que alguito hemos ganado los pequeños que tenemos algo de tiempo a favor) se relamía con el ajuste y aplaudía a rabiar cualquier gesto de achicamiento del Estado (que siempre será para aquel y este diario La Nación agrandar la ídem) cuenta el periodista Carlos Burgueño en su libro que “En esa tarde de noviembre de 2001, Cristian Serantes Lezica ya no tiene argumentos para explicar qué es lo que está sucediendo en la Argentina y por qué. Siempre reconoció que mentir es parte de su trabajo, se sabía bueno en eso, pero esto era demasiado”. (…) “Él sabía casi como nadie que la situación no daba para mucho más y que la situación era inevitable. Sabía que esos bonos del alguna vez fantástico Megacanje no serían pagados y que de forma inevitable caerían en default”.
“´¿Cómo te mantuviste comprando?, vendé hijo de puta´. Las órdenes eran cada vez más complicadas y subidas de tono. En un momento, su teléfono negro siempre incómodo, volvió a sonar. (…) Una voz latina que le hablaba del otro lado en nombre de una firma de nombre inentendible y, curiosamente para él, desconocida, le dio la mayor sorpresa del año. ´Somos del Fondo Elliott. Queremos hacer una compra por 50 millones de dólares de títulos de deuda argentina al precio de mercado y de manera urgente. La operación puede repetirse mañana. ¿Está en condiciones de aceptar la propuesta?
(…) “Pidió referencias y la voz latina le explicó que se trataba de un fondo de inversión con sede en las islas Caimán (nada extraño para la Argentina de los 90, donde los argentinos que confiaban en su país generalmente lo hacían desde paraísos fiscales). (…) Era una venta sin riesgos: bonos argentinos en venta a cualquier precio sobraban.
“Llamó a un amigo para verificar la operación y “sin dejarlo terminar el relato este amigo, al escuchar el nombre del inversor neoyorquino dio su respuesta: ´¡Son buitres!´.
(…) Cristian “no sabía mucho qué quería decir exactamente un fondo buitre, pero tenía en claro una de las máximas de la actividad financiera de alto riesgo: ¿puedo ir preso por esto?, ¿no?, entonces adelante.
“¡Son buitres!, le habían explicado, pero a Cristian no le importaba. Hacía mucho que por deformación profesional y por el bombardeo de los diarios, la radio y la televisión, y problemas personales también, poco le importaba el país donde había nacido, estudiado y logrado cierta fortuna. Total, ya lo tenía decidido. (…). Con dinero en el bolsillo nuevamente, ya diseñaba desde qué capital financiera mundial vería el derrumbe de su país. Quizás les pediría trabajo a esos curiosos ´fondos buitres´ que por algún motivo compraban compulsivamente unos bonos que, a esa altura, eran objeto de bromas entre sus colegas sobre qué ambiente de qué casa podría empapelar con ellos”.
Duele casi más la descripción leída hoy que el propio recuerdo. Duele casi más que saber que en Argentina la causa prescribió; que apenas si el fiscal Germán Moldes pidió reabrirla; que De la Rúa, David Mulford, Daniel Marx, Adolfo Sturzenegger, Carlos Melconián, Jorge Baldrich y Horacio Liendo estuvieron involucrados y nombrados en los expedientes, pero que no sólo nada les pasó sino que hoy aparecen en ese siempre consecuente diario La Nación como citas de autoridad sobre el tema; que Cavallo tiene un ínfimo inconveniente jurídico y que a la mayoría de los que tienen influencia pública les preocupan más las comisiones de 150 millones de dólares de los bancos Francés, Santander, Galicia, Citi, HSBC, JP Morgan, Credit Suisse y de las AFJP que los 55000 millones que implicó el negocio del megacanje y los 40 000 del blindaje.
Lo que atenúa un poco el dolor es que esos mismos que les construyeron el paraguas argumental, hoy, si quieren hacerse entender, deben nombrarlos así: buitres; que ya no es el lenguaje encriptado del discurso financiero que siempre implica un país arrodillado el que propone las reglas desde la orilla nacional; que entendemos bastante más pese a los que tan sabiamente Jorge Alemán llamó los “expertos economistas cómplices de lo peor”; que será plata o mierda, como decía mi abuela, pero que el final no está escrito; que hasta el Financial Times sabía que no se trataba de una discusión financiera sino de poder y que por eso cuando se refirió a la confrontación argentina con los buitres en diciembre de 2012 habló del “fallo del siglo en el juicio del siglo”; que por fin un Ministerio de Economía no juega a las escondidas con el lenguaje y a la extorsión la llama por su nombre y se manda con textos de debate público y no de intríngulis monetaristas.
Pero, sobre todo, mitiga el padecimiento saberse codo a codo con otros cabeza duras, necios, persistentes y prepotentes de la pelea contra el discurso único. Como un tal Alfredo Eric Calcagno, quien en aquella publicación ignota, fracasada y de inocente rebeldía fue citado así, en aquellos años 2000, cuando decirlo era motivo de burla: “La discusión sobre la convertibilidad se parece bastante a lo que pasa con el tabú y el tótem, ese animal sagrado de los pueblos primitivos al que es imposible criticar. Se confunden los instrumentos, como el déficit, el equilibrio o las tasas de interés, con los objetivos. El problema no son esos instrumentos, sino que no hablemos de la deuda externa. Y que los confundamos con los objetivos, cuando éstos son la autonomía nacional, la distribución del ingreso, la industrialización y la igualdad. Al no hablar de eso, se anula toda la discusión económica, pero sobre todo la política”.
Hoy hablamos. Porque nos pasó la tormenta por encima y del tsunami hicimos una fenomenal capacitación intensiva. Y aunque estemos preocupados y no conozcamos el final de la novela, qué bueno es poder gritar que no es la cuestión financiera, ni es la economía. Que simple y sencillamente: es la política, estúpido.