Lucas Llach y mi viaje
LUCAS
“Me muero de curiosidad por saber en qué moneda están ahorrando los de 678 los diez sueldos que les quedan.” Con gramática irreprochable –que honra a su papá quien fuera ministro de educación de un gobierno que ponía economistas en el ministerio de educación- así dice el primero de los tres tuits que el diario La Nación presenta como “Los tuits más exitosos de Lucas Llach, el candidato a vice de Sanz”. El segundo tuit también está dedicado a sugerirnos una tasa elevada para los diez sueldos que según él nos restan (Lucas es economista y sacó bien la cuenta porque sus cálculos son de febrero) y el tercer tuit está dedicado previsiblemente a Boudou. Así el diario de los Mitre le da la bienvenida al juvenil matador de guanacos como vice de la derecha triste y sin globos, con un abrazo que lo congratula. Y es que Lucas en tan pocas y hondas palabras pone sobre la mesa una ideología peligrosa y conocida: el autoritarismo de quien no tolera voces disidentes con los poderes permanentes, una mirada miserable sobre la economía, y la amenaza a quien desobedece. Debí sospechar todo esto cuando Tenembaum citaba a diario al matador de guanacos como un joven “piola” con una mirada “moderna” sobre la “economía”. Pero Lucas terminó como acompañante de un sumiso acompañante de un sumiso gerenciador. Y no está mal: la mediocridad puede ser una pasión irrefrenable. Lo que en este caso me parece que hay que señalar es que un diario que nos tiene acostumbrados a levantar su voz en defensa de la libertad de expresión (no me olvido cuando Morales Solá fue al Senado haciendo pucheros porque podían matarlo) premie a este atlético cazador por un mensaje que es toda una amenaza a quienes pensamos diferente de él. Claro que es difícil que en La Nación se hayan dado cuenta de que esto constituye una amenaza grave, porque ni ellos ni Lucas creen que las personas tengan derecho a expresar sus ideas. Entonces, quienes expresamos ideas que no les gustan ni les convienen, no somos sujetos con derechos, ni con familia, ni ética, ni honra, ni propiedad. Los diez sueldos que supuestamente nos restan son sencillamente un robo que ya intentarán reparar si tienen la oportunidad. Persiguiéndonos, como hace Lucas con sus tuits, como hace Lucas con los guanacos a los que corre por la Patagonia hasta que se derrumban con el corazón estallado. No sé si lo recordarán, pero yo sí. Explicaba Lucas que así cazaban antes, de manera que es un procedimiento natural para matar animales. Bueno, no quiero extenderme en más disquisiciones, nada más decirle a Lucas, si es que alguien le cuenta, que ya estoy grande para correr y que prefiero esperar a mi cazador para verle la cara. Y no es exageración de mi parte, que la amenaza de no tener trabajo cuando uno tiene hijos es más que seria. Sobre todo cuando es reproducida con entusiasmo por un medio poderoso que promovió y festejó castigos peores para otros desobedientes. No sé si el vicepresidente Llach comprenderá lo que estoy tratando de explicar. Pero espero que entienda que hablo muy en serio.
MI VIAJE
Una pena tener que dedicarme a lo anterior a la vuelta de mis vacaciones. Porque ese viaje al norte del país después de once años resignificó aquello que uno dice de memoria “Buenos Aires no es la Argentina”. Porque “Buenos Aires no es la Argentina” significa literalmente que no lo es. Y no que es una parte que mal representa a la totalidad del país. En quince días anduve por nueve provincias que no visitaba desde 2004. Y ví mucho. Ví que Termas de Río Hondo, en Santiago, está hecha a nuevo. La conocí semi-derruída, con los hoteles cerrados, despintados, las ventanas torcidas. Vacía y polvorienta. Y ahora estuve ahí, un domingo, con los negocios, los hoteles y los restaurantes llenos de gente. En mitad de mayo. Y pasé por Catamarca, con la ruta 40 asfaltada, y lo que falta lo estaban haciendo las máquinas, en medio del desierto, con los palitos que dicen “Ar-Sat” clavados en la tierra rocosa, llevando fibra óptica hasta el culo del mundo, como dicen los expertos. Los vio mi mujer y no creí. Cuando me dijo que los palitos de la ruta decían “Ar-Sat” le dije que sería el nombre de una empresa vial homónima (me da vergüenza pero fue así). Y llegué a Purmamarca y a Tilcara de nuevo, y en lugar de los pibes pidiendo moneditas a cambio de una copla, los ví en la plaza jugando y comiéndose un alfajor del kiosco y con su netbook en la mochila. Y a sus padres que antes trataban al turista saludando con una “mande” y “qué anda buscando, patrón” que incomodaba a cualquier porteño sensible, ahora conversaban de igual a igual. Una actitud gracias a la cual comprendí mejor qué quiere decir Cristina cuando habla de empoderar y de ampliar derechos. Ciudadanos con derechos que sienten que esos derechos les pertenecen. Y las casas de adobe con los paneles solares que provée el gobierno para que tengan luz eléctrica donde no llega el tendido. Y tanto más. La hermosa casa de Graciela en Copacabana, un pueblo chiquito y precioso donde nos alojamos una noche y a la mañana siguiente vimos que en el fondo preparaban los mástiles para las banderas del 25 de mayo. Y una cascada artificial en la pared. Y pintura y mesas. Porque ahí se festejaría la Patria, en ese patio prolijo que de fondo tiene la cordillera entera. Y hasta los problemas se cuentan distinto. Marcos explicándome las dificultades de los productores de uva –que no andan bien por Tinogasta- y que para señalarme una bodega me dijo “está al fondo, después del barrio Procrear, enfrente de la escuela nueva”. Porque el país está lleno de escuelas nuevas y se ven. Y se ven los autos nuevos, y las motos, y las casas, la gente comprando y paseando por las plazas de sus pueblos, y los chicos de guardapolvo, y todo el mundo haciendo algo. Que eso finalmente es lo que nos hace personas: hijos felices y algo que hacer con nuestras vidas. Y que me castiguen por esa simplificación arrebatada. Porque como diría el diablito de la culpa kirchnerista: ¿que falta mucho por hacer? ¡Claro que falta mucho por hacer! Porque los oficialistas tenemos que arrepentirnos de nuestro pecado. Es nuestra obligación diaria. Y sí, falta mucho. Falta mucho más de esto que pude ver en mi viaje. Todo esto, más las montañas, los arroyos, los cóndores, los burritos, las llamas, las vicuñas, y los guanacos vivos.