Los informantes
Es una adicción nueva. Y no es peligrosa, a menos que se considere un riesgo robarle horas de sueño a la noche. Empezó hace unos años y ya se ha tejido la red: no puedo parar de consumir libros, películas y series policiales y de suspenso made in los países nórdicos. La ficción escandinava, más precisamente la danesa y la sueca, ha podido conmigo. Mi voluntad ya no tiene fuerza para enfrentarlas.
Sé perfectamente por qué me pasa: porque ese material es perfecto. Y en esa perfección incluyo el suspenso, la narración, el vértigo (pero bien alejado de la ampulosa híper actuación yanqui donde todo debe ser dicho con palabras), el manejo de las miradas y los silencios en los audiovisuales, los detalles que nos introducen de lleno en el relato en el caso de los libros y el modo de contar (el tono del texto y el movimiento de la cámara).
Mis consumos han ido desde los inigualables de Henning Mankell -desde El Chino hasta la saga de Wallander (libro, serie y film)-; pasando por las 1800 páginas del Millenium de Stieg Larsson, que parecen apenas 100; las series Forbrydelssen (la versión original de The Killing), Den Som Dræbe (la original de Aquellos que matan), Broen/Bron, Graven/Morden, Borgen y el resto de la infinita lista de maravillas audiovisuales que nos están regalando esos países en cuyos inviernos las cinco de la tarde es plena noche.
Me he vuelto completamente adicta. Lo reconozco y si es bueno para mi sanación, lo digo en público: “Hola, mi nombre es Mariana y soy adicta a la ficción nórdica”.
Pero el costado que más se acerca de estas ficciones a lo que considero perfecto no tiene tanto que ver con el modo en que son narradas, como con la capacidad de estas ficciones de mostrarnos el lado B de las sociedades supuestamente perfectas. Los crímenes más atroces, las explotaciones más feroces y los delitos de guante blanco más multimillonarios –se atreven a contarnos estas realizaciones- provienen de los más impecables países y de las más insospechadas empresas.
Recuerdo casi de moto textual un diálogo del Millenium 1 y que suelo citar a los que igualan crimen y robo sólo a motochorro. La conversación es la siguiente:
-Espera, hombre, escúchame. El CADI estaba compuesto principalmente por compañías suecas de toda la vida que querían entrar en los mercados del Este, importantes sociedades como ABB, Skanska y similares. En otras palabras, nada de empresas especuladoras.
Dice uno
_¿Me estás diciendo que Skanska no se dedica a especular?
Le pregunta/responde sorprendido el otro protagonista de la conversación. Y sigue:
_¿No despidieron acaso al director ejecutivo de Skanska por dejar que uno de sus chavales especulara y perdiera quinientos millones buscando dinero rápido? ¿Y qué te parecen sus histéricos negocios inmobiliarios en Londres y Oslo?
“Bueno”, recuerdo que pensé, “si en la página 31 del primer volumen de la saga, este autor se mete así, brutalmente, con una compañía cuyo nombre incluso en la Argentina aún sigue siendo sinónimo de corrupción privada -pese a que muchos quieren adjudicarle la capacidad de robo sólo al Estado-, pues este escritor tendrá mi lealtad para siempre”.
Así que, sí. Soy adicta. Y desde la asunción de esta debilidad es que me comporté estos días. Al mejor estilo detective de serie danesa, puse en una hoja en blanco de mi computadora fotos tomadas del buscador de google. Nada muy científico como notarán.
Eran ocho cuadritos de siete hombres. En estas imágenes estaban suizo Rudolf Elmer, el arrepentido involuntario, como lo llaman algunos, el jefe de operaciones del banco Julios Bar de las islas Caimán, que fuera despedido en 2002, arrestado en 2005 por violar el sacrosanto secreto bancario de la suiza de mecanismo de relojería, y que en 2008 entregara dos discos duros con información clave al fundador de WikiLeaks, Julian Assange.
El segundo era el propio Assange, quien sigue desde hace casi tres años encerrado en la embajada ecuatoriana en Londres y que es centro de denuncias judiciales en Suecia, Gran Bretaña y Estados Unidos; el que sostiene que el monopolio de los medios de comunicación es un verdadero problema, que el secreto y el dinero gastado por parte de organizaciones para que ese secreto se mantenga debe ser interrogado y que explica que Suecia (esa maravilla de la distribución de la riqueza) es el principal fabricante de armas per cápita en el mundo.
Edward Snowden y Bradley Manning estaban juntos en el segundo escalón de fotos. Inofensivos a primera vista. Uno, con cara de nerd y anteojitos que culminan la caricatura; y el otro, un rubito blandito, pecoso y con esos ojos celestes insulsos y armazón de lentes de los llamados montados al aire. La no peligrosidad hecha personas. Sin embargo, uno dio enter y puso a todo el sistema de seguridad del país más poderoso de la tierra en jaque. Y el otro, por ser acusado de ser una fuente de Assange, estuvo detenido en los Estados Unidos en condiciones que las propias Naciones Unidas han descripto como similares a la tortura. A este soldadito Denver Nicks le dedicó un libro: “Privado: Bradley Manning, WikiLeaks y la más grande exposición de secretos oficiales en la historia americana”.
La revista Time –que no le regala nada a nadie- les dedicó una tapa: “Los informantes”, era el título principal y en una imagen símil Matrix se leía la bajada: “Por qué una generación de hacktivisitas está impulsado a derramar los secretos gubernamentales”
En esta portada estaba un tercero. Uno que también estaba en mi pizarrón de investigaciones imaginario: Aaron Swartz, quien en septiembre de 2010 descargó 4, 8 millones de documentos académicos y publicaciones protegidas por copyright. El 19 de julio de 2011 lo acusaron de usar un script para compartirlos en otros sitios y, de ese modo, desenmascarar los vínculos entre poderosos grupos económicos y alteraciones en resultados de investigación.[i]
Completaban el collage tres fotografías más, dos de Hervé Falciani, una con y otra sin barba y la de un argentino.
Falciani era un apellido casi desconocido en la Argentina hasta el jueves 27 de noviembre, cuando el titular de la AFIP, Ricardo Etchegaray, puso en una misma frase la marca HSBC, es decir, el Hong Kong Shanghái Bank Corporation, y la fórmula “asociación ilícita”, una que asusta porque aunque uno no conozca en detalle las consecuencias judiciales que acarrea, sabe que conlleva verdadera gravedad.
En la brillante nota de Fernando Krakowiak de Página 12 del viernes 28 de noviembre y bajo el título “El hombre que hizo saltar la banca”, el periodista indica que: “La denuncia por evasión fiscal contra ciudadanos argentinos con cuentas no declaradas fue posible a partir de la información que el organismo fiscal obtuvo de la agencia tributaria francesa. Sin embargo, la fuente clave en esta historia es Hervé Falciani, un ingeniero en sistemas francoitaliano que en el año 2000 ingresó a trabajar a la filial del HSBC de Mónaco y en 2006 fue trasladado a las oficinas del banco en Ginebra para trabajar en un proyecto que consistía en “migrar” la información sobre las cuentas bancarias a una base de datos más segura. El objetivo del banco no se cumplió, porque lo que terminó haciendo Falciani fue filtrar el detalle de 130.000 cuentas a las autoridades francesas, las cuales comenzaron a investigar a sus titulares por evasión fiscal, lavado de dinero y/o financiamiento del terrorismo, despertando el interés de otras agencias tributarias, como las de Estados Unidos, España y Argentina.
“Más allá de sus intenciones iniciales, lo cierto es que una vez que llegó a Francia, Falciani fue detenido por la policía de ese país e inmediatamente ofreció la información que tenía disponible sobre los clientes del HSBC. El fiscal francés Eric de Montgolfier confirmó eso y agregó que Falciani en ningún momento pidió dinero a cambio. El 1º de julio de 2012 Falciani viajó a España y fue detenido por la policía a pedido de la Justicia suiza. Este ingeniero informático aseguró que viajó a Barcelona, aun sabiendo que lo iban a detener, porque su vida corría peligro en Francia. Una vez allí, también se mostró dispuesto a colaborar con el fisco español. Suiza reclamó su extradición y lo acusó de cuatro delitos: espionaje financiero, violación del secreto bancario, violación del secreto comercial y apropiación de datos relativos a clientes. No obstante, en mayo del año pasado la Audiencia Nacional rechazó el pedido al argumentar que los delitos de los que se acusa a Falciani en Suiza no están tipificados como tales en la legislación española. La información que consiguió Falciani resultó clave en el país ibérico. De los 1500 nombres que envió Francia, Hacienda identificó a 659 y pudo recuperar 260 millones de euros aportados por personas que se mostraron dispuestas a “colaborar” cuando la evidencia en su contra se reveló irrefutable, entre ellos el entonces presidente del Banco Santander, Emilio Botín, y su familia. Falciani también fue un informante fundamental del Departamento de Justicia de Estados Unidos, organismo que acusó al HSBC de blanquear dinero de carteles narcos mexicanos y de países como Corea del Norte e Irán. Finalmente, en diciembre de 2012 el banco aceptó pagarle al gobierno de Estados Unidos la cifra record de 1900 millones de dólares para poner fin a la investigación”.
El argentino que coronaba mi composición era nada menos que Hernán Arbizu: nuestro Snowden, nuestro Manning, nuestro Falciani. Una de las frases que le adjudican a Arbizu y que es la que más me impresiona por brutal, por no autocomplaciente y por cierta es una que me dicen que él dijo: “Los países están pobres por tipos como yo”.
En la electrizante página web haddensecurity.wordpress.com/tag/hsbc/ dicen sobre él:
“El JP Morgan Chase se encuentra en el centro de la historia del tercer arrepentido: el argentino Hernán Arbizu. En 2008, Arbizu -uno de los financistas estrella de la operación del JP Morgan Chase en América del Sur- se presentó ante la Justicia federal de la Argentina para “auto denunciarse” por fraude, evasión de impuestos y lavado de dinero.
“Yo había cometido un fraude. Había mucha presión interna en la compañía y para no perder un cliente muy importante le ofrecí un rendimiento para sus inversiones que sólo podía cumplir sacando dinero de otros lados. Fue un grave error. Pero lo que estoy denunciando ante la Justicia es un fraude masivo contra el Estado por evasión y lavado”, señaló Arbizu, en diálogo con BBC Mundo.
“Los grupos más poderosos de la Argentina –el multimedios Clarín, Banco Patagonia, las empresas de energía Bridas y Bulgheroni– se encuentran en la lista que Arbizu entregó a las autoridades, pero en el vértigo de aquel año clave la pista alcanza al banco que precipitó el estallido financiero de 2008 al caer en bancarrota: el Lehman Brothers”.
Cuando estalló la denuncia de Etchegaray, los medios de comunicación socios del HSBC y parientes en el modus operandi se ocuparon de rápidamente y en primer término de no dar a conocer la acusación, sino la desmentida del banco: “Polémica por la denuncia de la AFIP sobre las cuentas en Suiza”, “Desmienten a Etchegaray y a listas de medios oficialistas” e hicieron una de manual, tan burda que resultó graciosa: Indicaron que a través de UIF, el gobierno reconocía que iba a haber complicaciones a la hora de seguir la pista. Quisieron presentarlo como una debilidad de la investigación, cuando en realidad, y por eso se lo guardaron para un tercer párrafo, lo que la voz oficial indicaba era que el Poder Judicial estaba poniendo trabas para realizar una investigación a fondo. Es decir, no se estaba asumiendo un inconveniente gubernamental sino que se estaba, fuertemente, acusando a ciertos sectores de los Tribunales de no querer ir contra sus amigos.
Jugadísimo, Arbizu, pasó por encima de todas las excusas y en una de sus declaraciones de estos días contó a Radio Del Plata que “cuanto estaba en el Citibank usaba toda la red de sucursales en Argentina para buscar clientes para abrir cuentas en el exterior. Tal es así que pedíamos a todas las sucursales los listados de más de 3 millones y obligábamos a los gerentes de las mismas a generar reuniones con esos clientes para ofrecer los servicios nuestros off shore". Remarcó, así que ese tipo de operaciones "es totalmente ilegal", y desmintió al HSBC.
En su momento, en junio de 2009, el New York Times se ocupó de él. Y en una nota deLYNNLEY BROWNING y DIANA B. HENRIQUES, publicaron: “Creció en círculos de élite en Buenos Aires y sus conexiones privilegiadas le allanaron el camino para que se convierta en un banquero privado estrella en Nueva York para clientes ricos de UBS y JP Morgan Chase”. Era evidente que estaban impresionados con lo que Arbizu estaba denunciando. La foto que acompañó la nota lo delata: Arbizu está sentado en un sillón estilo francés de esos que más que comodidad muestran poder y en el propio texto se van un poco del personaje en cuestión para ir al nudo de la cuestión: “Varios grandes bancos europeos tropezaron en la estafa Madoff, por ejemplo. Más recientemente, UBS acordó pagar $ 780 millones con el Departamento de Justicia para hacer frente a las acusaciones de que había ayudado a los estadounidenses ricos esconden miles de millones de dólares en impuestos en secretas bancarias en el extranjero cuentas”.
“En junio de 2008, semanas después el Sr. Arbizu fue acusado en Nueva York, las autoridades argentinas allanaron las oficinas de JP Morgan Chase en Buenos Aires y confiscaron los registros de 200 clientes argentinos ricos, muchos de ellos el Sr. Arbizu de cuyos nombres y activos fueron publicadas luego en un periódico local”.
Por esos días, sólo dos personas públicas y con poder de propalación dieron a conocer los datos de Arbizu. Uno fue Luis D Elía, quien entendió de inmediato lo que implicaba políticamente tener la información de uno de ellos de nuestro lado. El otro fue Jorge Lanata. Y el periódico local al que se refería el NYT no era otro que Crítica, el que un día cualquiera nos despertó con la más fuerte denuncia a la que se había atrevido en años el periodismo argentino. Así decía la crónica la 2008 de pluma del propio Lanata: “Cuando Diego Slupsky, secretario del Juzgado Federal Nº 12, entró a las oficinas del JP Morgan en el piso 22 de Madero 900, una mezcla de pánico y sorpresa dominó la escena. Slupsky dijo que se trataba de un allanamiento por orden judicial, y eso borró de inmediato la sonrisa profesional de todos los empleados.
- Necesitamos constatar el soporte magnético de las operaciones -explicó al responsable.
- Nos interesan más que nada los clientes de altos recursos -señaló, mientras los peritos de la policía amontonaban CD, carpetas y servidores como si fuera una liquidación de Navidad.
Uno de los empleados lograba mantener la calma con la vista fija en un calendario de escritorio, hasta que advirtió lo que estaba mirando: era el viernes 13. Algo malo iba a pasar.
Dos o tres minutos después en las oficinas centrales de Park Avenue 345, 5º piso, había un nombre a flor de labios, mezclado con insultos del peor slang.
Hernán Arbizu, el argentino, estaba dispuesto a hablar.
Así definió Arbizu su trabajo ante el juez:
"Administración de activos líquidos (inversiones), creación de estructuras de administración de riqueza con fines hereditarios, ayudar a clientes para crear estructuras con las que ocultar la verdadera titularidad de los activos (esto se debe a que en muchos casos los activos no son declarados en los países donde viven los clientes), y préstamos en la Argentina usando como garantía activos no declarados depositados en el exterior".
Arbizu, quien se considera "un arrepentido del mundo de las finanzas", relató en su declaración las dos maniobras principales hechas por el JP Morgan:
- Buscan captar nuevos fondos, sobre todo los provenientes de la venta de empresas, y una vez afuera esos fondos evaden obligaciones tributarias.
- Suelen actuar "en complicidad" con las AFJP: cuando una empresa efectúa una oferta pública a través del banco, las administradoras de AFJP compran la emisión primaria o secundaria, aunque no sea un buen negocio. Cerrada la operación, los fondos son sacados del país por el cliente y administrados por el banco en Suiza o Estados Unidos.
AQUÍ ESTÁN, ÉSTOS SON.
De la lista entregada por Arbizu a la Justicia aquí se reproduce sólo una parte, ya que son más de veinte carillas. Muchas de las cuentas tienen nombres de fantasía y son "empresas" radicadas en el exterior, la mayoría sin ninguna actividad comercial: son todas las terminadas en "Inc.", "Corp.", "Ltd.".
Varios números de cuenta se repiten con diferentes nombres: corresponden en ese caso a la misma empresa o familia, por ejemplo el Grupo Clarín, o la familia Constantini. En la lista presentada al juez, los Bulgheroni son los principales clientes, con depósitos por 1.500 millones de dólares entre Bridas, Plus Petrol y Torno Constructora.
En la siguiente, sobresalen los depósitos de Ernestina Herrera de Noble por 154 millones”.
La lista arrancaba con estos datos precisos: “Ernestina Herrera de Noble, el CEO Héctor Magnetto, otros directivos (y ex directivos), sus familiares, empresas conocidas del Grupo y otras desconocidas.
Nombre / Cuenta / (Total en U$S)
* Ernestina Laura Herrera de Noble / 32407608.00 / (154.482.039,49)
La Justicia los investiga por lavado de dinero y, eventualmente, evasión impositiva.
Una mirada posible es la de preguntarse si estos sujetos son héroes o traidores. Como escribió Benjamín Prado para enpositivo.com “Hay palabras que merecen una segunda oportunidad. Por ejemplo: chivato. Un adjetivo al que suelen recurrir quienes abusan de otros para así tergiversar sus acciones y cambiar las culpas de bando, de manera que la víctima se convierta en alguien despreciable: un delator.
Creo que en este mundo en el que el poder lucha a sangre y fuego por controlar no solo la economía y la política, sino también la información y las conciencias, hay que mirar con la misma lupa la palabra traidor: ¿qué son Assange, Snowden, Falciani? ¿Son héroes o bandidos? ¿Merecen la cárcel o una estatua?
En inglés, al que revela ese tipo de secretos se le denomina whistleblower, es decir, es quien toca un silbato y alerta a la sociedad de un abuso o un delito cometidos por la organización para la que trabaja. Sin embargo, Assange, Snowden y Falciani viven en el exilio, se los considera renegados y alguno está en busca y captura. Sobre ellos han corrido ríos de tinta envenenada, pero aunque no los moviera el simple altruismo, ¿no habría que felicitarse igual porque hayan sacado a la luz toda esa oscuridad?
El traidor es siempre el malo de la historia, desde Judas Iscariote, cuyo nombre proviene del latín sicarii, un término que designaba a los judíos que ocultaban entre sus ropas una daga, o sica, para apuñalar por la espalda a los invasores llegados de Roma. Y eso es lo que consideran a Assange, Snowden o Falciani quienes los persiguen: mercenarios.
En su libro Elogio de la Traición, Denis Jeambar e Yves Roucaute escriben que en el ámbito de la política “la traición es la expresión superior del pragmatismo que evita las fracturas y garantiza la continuidad democrática al flexibilizar en la práctica los principios preconizados en la teoría”; aseguran que no cometerla “es desconocer los espasmos de la sociedad y las mutaciones de la historia”; y sostienen que ese es el modo de adaptarse a la voluntad de los pueblos y que quienes se oponen a cualquier clase de cambio son los tiranos.
Este es un mundo hipócrita y los mismos que califican de traidores a Assange o Snowden, ofrecen recompensas millonarias a quien señale el escondite de sus adversarios, como ocurrió con Sadam Husein y Bin Laden. Otros lo consideran, como mínimo, un mal necesario, hasta tal punto que Snowden ha sido propuesto como candidato al Nobel de la Paz.
Quizás es que las banderas hay que defenderlas o no, según lo que escondan debajo. Votar es la mitad de la democracia; la otra mitad es el derecho a saber”.
Después de mirarlos fijo ratos eternos y ver qué tenían en común estos siete hombres, además de su extrema prolijidad y su andar atildado vi que poseían todos una mirada profunda hacia la lente que los había fotografiado. Así que decidí sacar una conclusión al estilo de las y los detectives de mi adicción: es decir, no quedarme en la imagen corta sino prolongar la observación. Porque aquí no hay un hombre, una mujer, un nombre propio culpable. Hay autores materiales, sí; hay ejecutores, por supuesto; hay realizadores; obviamente. Pero si la democracia es votar y saber, lo que tenemos frente a nuestros ojos no es a individuos, sino a los hilos de cómo funcionan, se asocian, se cuidan, operan y nos mutilan los dueños del poder mundial. Los que recién en los últimos años han adquirido visibilidad de su cara, rostro, nombre, cuerpo, ideología y accionar. Entonces ya no somos nosotros mirando fotografías de personas, sino –y me atrevo aún a riesgo de sonar solemne- nuestros propios hijos y las futuras generaciones interrogándonos acerca DE qué cuernos estamos dispuestos a hacer con lo que sabemos: meterlo bajo la alfombra y hacer que nuestras democracias declinen o utilizar esa información -de verdad y por fin- en contra de quienes siempre han jugado en contra de nuestros intentos por ganar más democracia.
[i] Swartz fue encontrado muerto en su departamento de Crown Heights, Brooklyn, el 11 de enero de 2013. Se declaró que se había ahorcado. Si era condenado por los 13 cargos que contra él presentó el gobierno de los Estados Unidos, Swartz, debía pagar 4 millones de dólares en multas y cumplir más de 50 años de prisión. La familia y la pareja de Swartz crearon una página web en la cual publicaron: "Usó sus prodigiosos talentos como programador y tecnólogo no para enriquecerse, sino para hacer Internet y el mundo un lugar más justo y mejor".