La señora que amaba las botas
Que a Mirtha Legrand no le gusta este gobierno no es novedad, exponer sus declaraciones en contra de la administración de Cristina no es noticia, es la reproducción de unos dichos que se repiten con la cotidianidad impuesta por el odio que la conductora le tiene al proyecto Nacional y Popular.
En estos días volvió a despacharse con unas de sus diatribas donde afirma sin que se le mueva uno sólo de sus perfectos rulos rubios, que vivimos en una dictadura, que la presidenta no es tal cosa, sino una dictadora. Como si no la hubieran elegido millones de argentinos con sus sufragios, dos veces. Pero Mirtha, que ha vivido los peores golpes de estado del siglo XX, parece tener un poco trastocados los conceptos. De hecho se jacta de que, porque paga impuestos, puede decir lo que quiera. Lo cierto es que puede decir lo que quiere y lo hace sin tapujo porque vivimos en una democracia plena. Puede injuriar porque la presidenta que ella desconoce modificó el Código Penal y ahora “en ningún caso configurarán delito de injurias las expresiones referidas a asuntos de interés público o las que no sean acertivas”, además.
Pero esos son detalles para Mirtha. La diva de los almuerzos nunca cuestionó a los dictadores, a los asesinos, a los torturadores, a los ladrones de bebés. Jamás. De hecho se la nota muy cómoda en los videos de esas épocas de oscuridad y muerte, así como dándole la mano a Alfredo Astiz. Pero hora es Cristina quien le parece una dictadora, no Videla, no Massera. Le parecen dictatoriales las medidas de un gobierno democrático, no el secuestro sistemático de bebés. No está de acuerdo con el “gasto”, -que nosotros preferimos llamar inversión- en el Centro Cultural Néstor Kirchner o Tecnópolis, pero no desacuerda con que durante el último golpe cívico militar hayan engrosado vertiginosamente la deuda externa.
A Mirtha le molesta Cristina y sus formas, su soberbia. Con que se tirara al río drogada y atada de pies y manos, pero bien, bien viva, a las personas desde un avión, no parece tener mayores inconvenientes.
Y pienso y comparo estas cosas que, obvio, a Mirtha la tienen sin cuidado, porque hoy vi una foto hermosa. Una foto que me puso la piel de gallina, como a veces me pasa con la música o la literatura que me emociona, o con algunas personas. Me atenazó la garganta la mano de la memoria, que aprieta, mucho, para que no olvidemos nada. Es una imagen que subió a las redes sociales Horacio Pietragalla. En la foto está él junto a Victoria Montenegro. Abrazándolos, en el centro, está Cristina. Horacio comparaba esa instantánea de ahora con otra, de cuando ambos eran bebés y estaban en brazos de otra mujer, en una época que él bien llamó “de mentira y engaño”, cuando tenían otros nombres y una identidad impuesta y falsa. Horacio y Victoria son nietos recuperados. Y esa foto es la representación perfecta de la justicia. Y por eso, personas como Legrand nunca van a estar de nuestro lado. Porque no hay una grieta entre nosotros, es que somos de mundos diferentes. Ella nunca podrá apreciar políticas públicas que empoderen al pueblo, nunca podrá entender qué nos hace felices, nunca aceptará que las clases populares merecen ilusiones, apoyo estatal, que pueden apreciar centros culturales, el arte que ella sólo concibe para la elite. Y la acusa a Cristina de provocar una grieta entre los argentinos, cuando personas como ella han cavado el abismo que destruyó el tejido de nuestra sociedad, ese que desde hace años, contra sus deseos, estamos reconstruyendo.
Yo me quedo con Victoria y con Horacio. Con ese abrazo de Cristina, ese abrazo que los contiene, que los funde en la verdad. Ese abrazo que es amor venciendo al odio. Ese amor por el que todo hay que dar, ese amor que edifica, que crea, que nutre, que siembra futuro. Por ese amor, la vida. Por el amor, la lucha.
Que Mirtha no entienda, dejen que odie, que escupa bilis sobre su mantel caro, frente a las cámaras. Dejen que siga extrañando las botas que nos aplastaron la cabeza, que nos desangraron. Déjenla, a la señora, que extrañe otras épocas. Porque las va a extrañar siempre, aunque viva cien años más y nos entierre a todos, porque gracias a abrazos como el de la foto que les cuento, sabemos que esas tiempos no vuelven.