La Patria, la tele y la pelota
No debería llamar la atención. Después de todo, eligieron eso como profesión y olfatear el clima social con algo de anticipación es la única garantía para que su trabajo sea exitoso, es decir, recordado.
Pero hay algunas piezas que, además de tener el mérito de no necesitar más que un par de referencias para que todos entiendan de a qué y a cuál nos referimos, tienen la capacidad de tocar una zona del alma, o de obligarnos a preguntarnos sobre si eso que toca el spot es una descripción de lo que ocurre o mera ficción lacrimógena con el único y cínico objetivo de ganar dinero.
Estos días de mundial y bandera dan lugar a la pregunta más que otras ocasiones: ¿las publicidades, cuyo relato tiene como nudo eso tan indescriptible como es la patria, y quienes las crean, son, como me ha parecido a veces, similares a esos abogados que defienden por igual a inocentes victimizados que a culpables con mucho dinero para hacer frente al juicio y renovar el mobiliario del letrado defensor?
Hace unos años, no muchos, 10 apenas, la agencia Graffiti D’Arcy y le entidad estatal que los contrató sorprendieron. Y mucho. Captaron un aire, olieron lo que traía cierta brisa que la Argentina intelectualizada y perspicaz apenas supo y pudo darle nombre y relato con el 2010 del Bicentenario. Aquella semana en que lo popular le pudo arrancar -o al menos obligó a compartir- la palabra Patria a la oligarquía vacuna, y sojera para estar más acordes a los tiempos; cuando en el altar de próceres, Sarmiento y Mitre tuvieron que hacerle lugar a Moreno y a Monteagudo y hasta debieron arrinconarse porque hasta Rosas pidió pista en ese mismo panteón; cuando celebrar la Nación no pudo ser despreciado más que por miopes que hablaban de “pan y circo” y cuando el tímido oh, oh, oh del himno que había comenzado en las canchas y en los recitales de Los Piojos y se había animado en aquel 25 de mayo de 2004, aunque con muchísima timidez, y pudo hacerse sello de época.
Estoy hablando de aquella canción achacarerada de nombre “Levanta”, creada por una desconocida banda: Supercharango, una que se dedica a jingles y que le puso melodía y letra a una serie de imágenes de aguerridos hombres y mujeres que levantaban con sus propias manos el fruto de su trabajo y con ello a la Patria misma.
Estrujaba el alma, conmovía a los sensibilizados por aquella bisagra histórica que fue el 2001 y hasta le robaba un lagrimón al que andaba flojo de súper yo.
Decía el tema: “Sabor a la tierra mía/ en el día a día/ en cada paso mi huella/ en cada gota vive mi honor/ levanta, levanta, levanta/ levantá, pacha mía/ si, tierra mía, será un buen día hoy/ levanta, levanta, levanta, levanta/ levantá pacha mía/ dime buen día y hago flamear el sol”. Decía la canción en el in crescendo fundamental de cualquier producto audiovisual que quiera conmover. Y el locutor en off remataba ese golpe al corazón herido: “Vamos Argentina, vamos Nación. Banco de la Nación Argentina”.
Eran los inicios del 2003 y alguien supo ver que el primer paso para poder reconstruir algo de lo destrozado, era que pudiésemos reconocer este suelo como propio. Esa música y ese spot identificaron a la entidad financiera, pero sucedió algo más. La publicidad pasó a otro estamento: la música fue adoptada por hinchadas de fútbol y se utilizó en actos escolares. El tema vendió 20 mil copias. Se notaba que había orfandad de símbolos.
No es que me sorprendiese que un equipo de creativos de una agencia de publicidad pudiera apelar al golpe bajo y lograra conmover el sentimiento del espectador. No. Unos años de estudio y un par de décadas en los medios no me ponen a la cabeza de una brain storm publicitaria, pero me han hecho perder la inocencia respecto de a qué y con qué el discurso mediático logra apelar y hacer temblequear aquello que pensamos incólume en nuestro supuestamente controlado reflexivo cerebro.
Sucedió que esa idea de Patria levantándose se las cenizas, cuando las brasas estaban aún tibias, me pareció arriesgada: no estábamos atravesando precisamente el momento del mariposeo en la panza en la relación entre nosotros y eso que se había partido en mil pedazos, es decir el propio país.
No teníamos nada. El ¡Viva la Patria! de Güemes o, incluso, el peronista ya se lo habían quedado los uniformados de la picana y o había dejado de ser plebeyo para convertirse al modo castrense o estaba lleno de olor a bosta.
El suelo, el aire, el agua y cada gota de energía argentina tenían sus dueños extranjeros en puntos del planeta que ni sabíamos que existían y si nuestro sudor hubiera servido, habrían inventado el sudoructo.
Ellos, los dueños, no tenían cara, ni nombre, ni dirección porque ahora el capitalismo compraba al modo multinacional: en ningún sitio específico y en todas partes al mismo tiempo. Una especie de panóptico de Foucault pero con eje giratorio en millonadas de dólares, aunque no contante y sonante sino financiero.
El himno, más que canción patria se había vuelto intrascendente marcha militar y cántico obligado en acto escolar. Una especie de sonido ambiente generalizado tan intrascendente como la música que se oye en la sala de espera de consultorio.
Lo desafiante y atractivo de aquel spot no era su pretensión de tocarnos las entrañas de argentinidad que podían aún seguir vivas, sino que esa era una pieza institucional de un banco -corralito a dos cuadras de memoria- y de uno, tan luego, estatal.
¿Cómo se atrevía eso un tipo de organismo vinculado de lleno con la estafa de un año y medio atrás, encima oficial, lo que en el imaginario colectivo no llevaba sino directamente a la dirigencia -o clase, como se la llamaba por esos tiempos- política que, también, minutos antes a coro millones le habían exigido que se fuera, y toda, para que no quedara ni uno solo de sus miembros?
¿No habían entendido nada de lo que Argentina había tumbado? ¿O acaso ellos vislumbraron algo que nosotros, los simples mortales que nos conformábamos con ponernos de pie y seguir un par de pasos, no notábamos estaba germinando? ¿Qué vieron? ¿Qué crecía en silencio?
Por estos días de fiebre mundialista, el análisis el fácil. Con un par de razonamientos facilitos y dos o tres prejuicios políticamente correctos damos en el centro de la argentinidad que la delantera de cuatro y el negocio de la FIFA nos crean per se.
Pero me interesa pensar un poco más a fondo la cuestioncita. Saliéndonos de la evidente mentira de que una cerveza con dueño brasileño, un banco que cuenta la guita en Londres o una marca de ropa hecha en Alemania son la patria.
Hoy, con la excusa del Mundial, vuelve a aparecer el Estado contándose a sí mismo. Con la petulancia y la insolencia de presentarse como historia paralela del actual mejor jugador del mundo.
“Nació acá”, dice la voz en off mientras un sol muestra el inicio de un día en las áridas y duras tierras donde el petróleo puede llegar a ser hallado. Un bebé es la siguiente imagen y empezamos a darnos cuenta que suelo y persona irán construyendo un relato de hermandad a lo largo de ese mundialista pedacito de tanda. “se veía que bajo sus pies había razones para ilusionarse. Cualquiera, fuera técnico o no, podía darse cuenta del potencial que tenía”. Un niñito de no más de diez juega a la pelota y levanta una copa. En simultáneo una mano sumergida en un guante grueso y ajetreado mueve algo de esa superficie ajada por lo seco del clima. Joven y suelo empiezan a fundirse en un mismo ser. Y sigue la voz en off: “Pero un día nos descuidamos. Por pensar que no iba a crecer más, o vaya a saber por qué, dejamos de prestarle atención. Esa atención que le prestaban los demás. Con el tiempo llegamos a decir que lo mejor se lo llevaban ellos, que a nosotros no nos rendía. Y hasta cometimos la locura de pensar que no era más nuestro. Pero los sentimientos vienen de lo más profundo. Y a lo más profundo vuelven. Ahora su energía nos vuelve a ilusionar. Ahora, volvemos a creer. Ahora, vamos a buscar lo que alguna vez fue nuestro… Sos de la tierra de donde naciste”. Y culmina la pieza un graph que dice: “YPF, orgullosos del producto de nuestro suelo”.
El sutil y exquisito periodista Ezequiel Fernández Moores publicó una nota titulada “Bosnia, fútbol e identidad” y cuenta allí que “La casa de Brijesce quedó destrozada, como otras 35.000 en Sarajevo. Pero Edin Dzeko, a diferencia de unos 1200 niños de la ciudad muertos durante la guerra, sobrevivió en la casa de los abuelos. Quince personas en 35 metros. "¿Qué cómo fue mi infancia?", respondió al llegar al Manchester City. "Una mierda".
Líder en la campaña de ayuda que hizo la selección de Bosnia y Herzegovina por las inundaciones de mayo pasado, Dzeko, que rechazó ofertas para jugar por República Checa y Alemania, tiene claro por qué y para quién jugará mañana contra Argentina en el Maracaná: "Jugando para Bosnia responde la pregunta de quién es".
La frase, escrita en un libro del periodista Ed Vulliamy, podría caber también a Vedad Ibisevic, autor del gol ante Lituania que dio el histórico boleto al Mundial a Bosnia y Herzegovina, una nación de apenas 4 millones de habitantes y dos décadas de vida, que nació tras la Guerra de los Balcanes de 1992-95”.
"Vi demasiadas cosas horribles", dijo alguna vez Ibisevic. Mataron a su padre y su tío. Todo el barrio fue arrasado. Y él, como otros dos millones, se convirtió en un refugiado. "Un gol, para nosotros, es mucho más que un gol", dice Ibisevic”.