La muerte de un fiscal
Nos ha llegado una novela policial del género negro de autor anónimo, ocurrido en un país imaginario llamado Kamchatka. Es desbordante la imaginación del autor, que encadena una serie de hechos que sólo pueden ocurrir en la ficción. Ese acercamiento al realismo mágico es poco frecuente en las novelas del policial negro. Trataré de hacer una síntesis del mismo, cuidando de no revelar el sorprendente final. En Kamchatka fue volada la embajada de Judaiké mediante el uso de explosivos; dos años más tarde una mutual de los kamchatqueños de origen judío. La versión oficial aseguró que los dos atentados se hicieron utilizando sendas camionetas ( una pick-up en el primer caso y una camioneta en el segundo). Aunque no hay certeza en ninguno de los dos casos, más bien todo lo contrario. En el caso de la embajada, la investigación quedó a cargo del Tribunal Supremo de Kamchatka por tratarse de territorio extranjero. La integración del Tribunal Supremo de aquél entonces era denominada “la mayoría automática” ya que sus votaciones estaban alineadas sin fisuras a favor del gobierno de entonces. El expediente judicial se llenó centenares de folios sin mayor contenido y el caso está definitivamente cerrado sin que ni siquiera el país afectado, que no actuó como querellante, se interese en reactivarlo.
En los dos casos, ambos edificios estaban sujetos a refacciones. En el caso de la mutual, el presidente de Kamchatka de ese momento le pasó el pésame al presidente de Judaiké. Como se verá, el autor de la novela tiene una imaginación difícil de creer bordeando el ridículo. Además que la camioneta con la que supuestamente se perpetró el atentado sólo fue vista por una sola persona que era muy corta de vista, pero eso no le impidió describir con minuciosidad los aspectos fisonómicos del conductor suicida que nunca fue encontrado. El juez encargado de la investigación tenía como antecedente de su carácter riguroso el haberle iniciado una causa a un preso que en un momento de distracción en una audiencia le comió el sándwich que había encargado su Señoría.
En ayuda del juez de la causa y de los dos fiscales principales, generosa y desinteresadamente actuaron y direccionaron la investigación los servicios secretos del país más importante del mundo, los Estados Imperiales del Norte (EEII) y de su aliado histórico, justamente Judaiké, el país cuya embajada había sido violada. Ambos servicios secretos con ligazón más que estrecha con los de Kamchatka.
A pesar del interés que despierta el argumento, la novela cae en precisiones poco creíbles: en ambos atentados a los policías de custodia de esos edificios, el autor de la novela los desplaza del escenario de los hechos. A pesar que el presidente de Kamchatka de entonces prometió que se investigaría hasta las últimas consecuencias, cuando el juez de la causa fue a verlo a la residencia presidencial, observó que estaba más interesado en saber quien reemplazaría al director técnico de la selección de fútbol que había tenido un traspié en el reciente campeonato mundial, que en los avances de la investigación.
El juez del sándwich no sólo procesó a un “truchador” de autos imputándolo de haber armado la camioneta con la que sostuvo se habría perpetrado el atentado a la mutual, sino que luego le pagó 400.000 dólares aportados por la secretaría de inteligencia con la finalidad que señale a policías de la principal provincia de Kamchatka, de pésima fama, como cómplices en la ejecución del atentado. Como el autor de la novelesca trama no quiere privarse de nada, la que cobra la cifra mencionada es la mujer del “truchador” que declaró dedicarse al comercio, aunque los rumores al respecto difieren en forma insidiosa.
Todo esto con el apoyo entusiasta de las autoridades formales representantes de los kamchatkeños de origen judío que incluso llegaron a homenajear, según el novelista de tropical imaginación, a uno de los policías encubridores El presidente de la representación política de los kamchatkeños de origen judío, era a su vez el presidente de un conocido banco crecientemente endeudado. Cuando los familiares de las víctimas protestaron con un enérgico discurso en el tercer aniversario del atentado, el banquero y otros dirigentes fueron acongojados a pedirle disculpas al presidente deportista.
Cuando todas las falacias y falsedades de la investigación del juez y los fiscales llegaron a juicio oral, cuenta el autor anónimo de la novela, el reducidor de autos truchos y los policías, fueron absueltos.
El autor de la imaginaria trama ubica la absolución en el año 2004, al tiempo que envía a juicio oral por encubrimiento al presidente del país de ese momento, a su ministro del interior, al jefe de los servicios de inteligencia, al presidente de la institución política de los kamchatqueños de origen judío, al juez y a los fiscales. Cuando el autor pone punto final a la novela, en el 2015, el juicio aún no se concretó, lo que revela que el libretista, en su amarillismo, derrapa en la racionalidad de la trama. Para agregarle un dato de color optimista, imagina que los “malos”, seguramente autores de infinidad de otros delitos como el “truchador” de autos y el policía de mayor responsabilidad se recibieron de abogados en sus años de cárcel.
Como la investigación del atentado estaba a fojas cero con la absolución de los acusados, un presidente del mismo partido que el que fue procesado pero con orientación antagónica, crea una unidad dedicada exclusivamente a la investigación del atentado, con recursos materiales y humanos inéditos, a cargo de un fiscal que ya había participado en la que terminó con su investigadores procesados. Habiendo contado, dice el novelista truculento, con la colaboración del hombre fuerte del servicio de inteligencia nacional.
Éste fiscal desechó cualquier otra pista que no fuera la que consideraba a los iraníkos como culpables, en alineamiento incondicional con la orientación del jefe operativo de la inteligencia de Kamchatka, que a su vez tributaba a los servicios secretos de EEII y Judaike. El fiscal era un habitué a la embajada EEII, que le indicaba imperativamente que pista había que seguir- la iráníka- y cual había que desechar: la complicidad local y la pista de los siriakos. El autor de esta novela que desborda imaginación, para intentar darle verosimilitud a esta trama truculenta, cita a los libros de un periodista que recogió los cables secretos que la embajada de EEII de Kamchatka enviaba a su gobierno, los que que demuestran en forma incontrastable la situación subordinada a intereses foráneos de la investigación del fiscal. Uno de los hechos curiosos de su investigación, que es la continuación de la que llevó a sus autores anteriores a juicio, es que determina con una precisión envidiable como se elucubró el atentado a 13778 kilómetros de distancia, en un pueblo de Irániko, y no pudo encontrar un solo responsable local del atentado. En la novela pasan 10 años en que éste fiscal cuenta con recursos extraordinarios y una dotación personal importante, sin mayores avances.
Ya por entonces había muerto el presidente que impulsó la unidad de investigación a cargo de este curioso fiscal. Su esposa elegida dos veces en elecciones democráticas, da un giro y firma un tratado de entendimiento con el gobierno de los iránikos. El fiscal y el jefe de la inteligencia se oponen. Sin entrar en los múltiples vericuetos en que transita la novela, lo cierto que el fiscal presenta una denuncia estruendosa con sostenes débiles que implica a la presidenta, a su canciller y actores de reparto que los ubica como protagonistas centrales. Dice de ellos que son parte de un plan criminal para desincriminar a los imputados iránikos a cambio de oscuros intereses económicos. El día anterior en que debía defender sus acusaciones en el parlamento kamchatko, el fiscal aparece muerto. Previamente, su principal sostén informativo, el jefe de la inteligencia había sido desplazado. Sin embargo, el jefe de la policía internacional de ese momento desmiente enfáticamente, a 48 horas de su denuncia, la viga central de la misma que es el levantamiento de las alertas rojas. Se desploman sus otras dos hipótesis: el incremento del comercio con el país investigado a cambio de petróleo; y la de los fascistas locales se demuestran equivocadas. El juez de la causa minimiza la denuncia y la jueza de turno no levanta la feria para dar curso a la misma. El fiscal pide a un colaborador del trabajo, con funciones poco claras y un sueldo injustificadamente elevado, un arma que este le entrega ese mismo día sábado y con la cual aparece muerto en su baño al día siguiente. El autor de la novela, como se ve, no ahorra golpes bajos y ubica al luctuoso hecho en el barrio presuntamente más seguro de la capital de Kamchatka
La presidente desorientada comete varios errores políticos consecutivos, entre lo que el novelista destaca dos cartas por facebook inclinándose primero por el suicidio y luego en la segunda por el asesinato. Otra vez el autor se va a la banquina: resulta impensable a una presidenta, considerada una política inteligente y avezada, incurrir en errores de principiante. Ni siquiera se digna a dar el pésame a los familiares del fiscal. Insólitamente, para hacer más inverosímil la trama, imagina a un grupo de prestigiosos intelectuales que apoyan al gobierno, pero que afirma se fueron transformando en meros justificadores de las decisiones presidenciales a los que el novelista le atribuye un texto en forma de carta en que escribieron: “Con razón a muchos les gusta la cortesía y el ritual; se entusiasman con la crítica sobre un pésame, cuando en verdad todo el discurso de la Presidente fue un pésame bajo la forma de un reconocible lamento…..”
Los medios dominantes, visceralmente opositores, derraman un discurso republicano con editorialistas que se atribuyen la propiedad de la moral y la ética pública. Es llamativo porque como cuenta el novelista, el diario más antiguo fue fundado por el que escribió la historia oficial de Kamchatka, a posteriori de haber exterminado dos tercios de la población de un país vecino al frente de los ejércitos de tres países, y con la inocultable inspiración inglesa. Es el diario dispensador de prestigios y que apoyó todos los golpes militares, expresión permanente del establishment y socio del terrorismo de Estado. El otro, fue fundado en la segunda mitad del siglo XX, por un abogado de simpatía fascista y también socio y beneficiario de la dictadura criminal más dura que padeció Kamchatka. Justamente uno de los editorialistas del diario más que centenario, un buen escritor y más que mediocre analista político, que siempre realiza sus notas con un puñal en la mano escribió al respecto: “Los opositores más enconados siguen apostando a su lento y progresivo desgaste, a que los oficialistas se vayan convirtiendo en verdaderos cadáveres políticos, y para eso faltan meses de gestiones fallidas……el fantasma del fiscal es el catalizador de los indignados”
Todo se acelera. Uno pocos fiscales convocan a una marcha de silencio en homenaje del fiscal muerto, entre los cuales se encuentran dos que contribuyeron al encubrimiento de la verdad en la causa de la mutual. Primero habían agregado a los motivos de la marcha el exigir justicia, cuando cayeron en la cuenta en que solicitaban lo que ello debían garantizar dejaron de mencionarla.
Detrás de la manifestación, escribe el autor, se alinean ciudadanos sinceramente interesados en que se encuentre la verdad, junto a viscerales opositores, a caceroleros que han llenado sus utensilios de odio, la fracción de la corporación judicial muy vinculada al poder económico y enardecido por reformas del gobierno que la tocan. Junto a dos fiscales convocantes y denunciados por obstaculizar las investigaciones de la mutual, caminan, en otra manifiesta demostración de inverosimilitud, autoridades representativas formales de los judíos kamchatkeños que manifiestan sus deseos de justicia y exhortan a llegar a la verdad de lo ocurrido. Ninguna de las tres agrupaciones principales que reúnen a los familiares de las víctimas, manifiesta su adhesión.
Para darle mayor dramatismo a la marcha, el autor imagina una lluvia torrencial y un mar de paraguas.
En la trama del relato ficcional queda claro que la muerte del fiscal lleva a sectores interesados a catapultarlo a la categoría de héroe, cuando toda su historia demuestra que formó parte del problema y no de la solución.
Y que más allá de una confluencia de intenciones, la marcha del silencio es un estruendo opositor, deja entrever el autor anónimo.
Para agregar ingredientes pirotécnicos a su farragoso relato, el escritor imagina que la ex esposa del fiscal muerto es jueza y ambos tenían relación estrecha con el jefe de la inteligencia desplazada.
Ambos habían concebido dos hijas, una adolescente de 15 años y otra de seis. La mayor junto a su madre y a la madre del fiscal el autor la coloca encabezando la marcha
La presidente de Kamchatka, concreta actos transmitidos por Cadena Nacional donde sobreactúa su alegría y se manifiesta feliz. Otra muestra de lo poco creíble que resulta el entramado del autor de la “La muerte de un Fiscal”.
A esta altura del relato se pueden sacar algunas deducciones de muy dudosa racionalidad, a pesar que el autor afirma que lo narrado no está basado en hechos reales: los fiscales, desconocidos para la inmensa mayoría de los manifestantes, y varios de ellos obstaculizadores de la posibilidad de llegar a la verdad sobre lo ocurrido en la mutual, se dieron un baño de popularidad inédito e inimaginado. Los concurrentes los saludaban como vestales de la justicia. El fiscal muerto obtuvo una popularidad que deseaba, según su propia ex mujer, a costa de su vida, sin importar lo oscuro de su investigación, lo endeble de su denuncia, y siendo un ilustre desconocido para la inmensa mayoría de los que llevaban su foto en la pancartas hasta apenas treinta y cinco días antes en el que el novelista fija la fecha de su denuncia.
La presidente de Kamchatka y sus más inmediatos colaboradores, con sus errores groseros, sus epítetos desafortunados y las omisiones irritantes, actuaron involuntariamente como jefes de prensa de la marcha legítima, a la que trataron de desalentar, más allá de la intencionalidad última, poco confesable de sus convocantes.
La novela concluye dejando un final abierto. Con un presidente procesado por encubrir la pista siriaka y una presidente denunciada por encubrir la pista iránika, a pesar que fue una de las pocas políticas que siempre siguió de cerca el caso como diputada o senadora y mantuvo una posición muy crítica con la investigación del juez procesado. Y con la denuncia aceptada por un nuevo fiscal, reemplazante del muerto, que en la opinión de un periodista: “…Significa dar por aceptado hechos que nunca se llegaron a configurar una Comisión de la Verdad que nunca existió, que era parte de un texto aprobado por el Congreso pero que nunca entró en vigencia, iba a presentar una pista falsa que nunca presentó y que de esa manera se iba a desvincular a iraníkes que nunca fueron desvinculados ni se les suprimieron las órdenes de captura con alertas rojas”
El escritor deja claro en el epílogo, que la determinación de cómo murió el fiscal es imprescindible para la salud política de Kamchatka y amenaza con una segunda parte de este libro.
A diferencia que las novelas del género donde se determina el autor del hecho y luego se busca al inspirador intelectual, en la causa de la mutual se determinó desde el inicio el autor intelectual y se desconoce a los ejecutores. A partir de ahí todo se vuelve inverosímil hasta culminar con la muerte del fiscal.
En esta trama, el fiscal muerto fue enterrado en un cementerio de la colectividad muy próximo al monumento de recordación a los caídos por la defensa de Judaiké.
“La muerte de un fiscal” es finalmente una novela que carece de coherencia, es fantasiosa y no puede aspirar a ningún premio literario, pero si a un notable nivel de ventas. Todos los trucos de los libros muy vendidos están incorporados, aunque haya que hacer un notable esfuerzo para considerarlo mínimamente creíble.
Su autor anónimo, es altamente probable que no llegue nunca a salir del anonimato.