La fraternidad y los precios
Estar en la calle con los compañeros de sueños embriaga. Porque la esperanza es el sueño de quienes están despiertos. Miles de sonrisas en esa multitud de bocas frente al Congreso. Y banderas, gritos, risas, globos, pancartas. Así son las cosas. Como el agua cristalina, abrió la presidenta las sesiones legislativas enumerando extensas obras. Y lo que vendrá. Dijo: “Vamos a seguir adelante”. El paradigma es ampliar derechos frente a poderes fácticos que rechazan cambiar. Generosa, ofreció concertación. En vano. Es sabido que la justicia social pone en jaque la identificación de la burguesía urbana y rural con la patronal, y elige anestesiarse mediante el híper consumo o el cursi farandulismo.
El gobierno tiene una deuda pendiente, los formadores de precios; si no los controla los hipermercados seguirán llevándose un ilícito 25 % más de lo que deben de los ingresos de las clases media y baja. Tras prometer la presidenta una ley que corrija los abusos, los medios y la oposición (que son el electrocardiograma del poder real) la criticaron “por negar la realidad”. ¿Cuál? La inflación. Van por más devaluación. Buscan forzar corridas y asustar a la gente con su mitin de odiadores en internet y su guerra civil visual. Ignoran que para una peronista (no de derecha, como la mayoría) es un honor la ira de los intrigantes de pluma y cócteles: sabe cubrirse del chaparrón. Por ello pidió a la gente cuidar el bolsillo y no permitir que le roben con el aumento de precios reiterado, pues desbarata la puja distributiva. En esos jóvenes vio el futuro. Están en la dorada e irrepetible edad en que, si bien conocen sólo un dedo de la vida, reúnen la energía para lograr cuanto deseen. Aprender es descubrir lo que han intuido. Actuar es poder demostrarlo.
Dado que la educación es el pan del alma, quien lee podrá conducir, pero si no lee entre líneas será conducido. De la nariz por monopolios. Cuando alguien lúcido lee en un medio o escucha en la tele por boca de empleados la línea bajada por ese jefe que dijo “mi tarea es sacar y poner presidentes”, comprende que no puede creerles. Sus mentes no generan una sola idea propia. Obedecen a oligopolios que ganaron en la década más que nunca, aunque a su codicia no le basta. La historia latinoamericana muestra que no aman la democracia sino los golpes, duros o blandos. Ellos detestan que cualquier gobierno frene su poder.
Medios cartelizados que manejan partidos bombardean las casas con un mensaje único que penetra en el inconsciente, creando el temor al cambio. La neutralidad es una excusa liberal para ocultar intenciones. La usual receta neoliberal opositora (baja inflación) es letal. Ahora en Europa produce recesión, exclusión y 30 millones de jóvenes en paro. Según ellos, la solidaridad está fuera de moda. Usan la jerga cerrada y vetusta de Martínez de Hoz y Cavallo, “libertad y bajar el déficit fiscal”. O consignas falaces que hacen doler los dientes. Los economistas son voceros de las corporaciones. El escritor Norman Mailer no daba “una mierda de perro enfermo por la sabiduría y la confiabilidad de aquellos chupamedias”. ¿Quiénes pagan sus programas de cable? ¿El canal? Ni una cena. Los espacios y las publicidades los pagan las empresas.
Los auspiciantes nunca son tontos: invierten para convencer a la clase media urbana de que es mejor morirse de hambre votando a Massa u otro manipulador y bajar los salarios que vivir saludable con el modelo. Dicen que los precios suben por la inflación, culpan al gobierno y no a los hipermercados. Pero éstos le compran directamente al productor o al proveedor, están cartelizados con cinco mil locales y ganan incluso un 400 % tras fundir a 750.000 pequeños competidores. En Europa no les permiten abrir los fines de semana y deben ubicarse a 10 kms. de la ciudad. El francés ganó en su país el 2,8% del patrimonio y aquí un absurdo 166%. Regularlos o echarlos es lo más útil. Porque si el país no está atento los sectores concentrados lo comen. Mirar atrás. Para valorar lo hecho y no volver al 2001. Tras entender que la vida es una larga educación de uno mismo, las omisiones se corrigen con valentía.
La ofensiva del imperio aguarda que el proyecto termine mal para que nadie lo siga. No puede argüir nada contra seis millones de puestos de trabajo, 10 paritarias, 90 % de crecimiento y 200 mil nuevas empresas. Prefiere la deslealtad entre los políticos, los celos y las emboscadas, los chismorreos a sus espaldas, pasarse de un partido a otro, el placer con el que disfrutan el fracaso electoral de los demás y la corrupción de algunos, para hacerle creer a la sociedad que la política es la Gran Prostituta: todo tiene precio. Es la peor noticia que un joven puede oír.
No obstante, surgieron héroes. Por eso les inquieta que los índices del Banco Mundial sean siempre positivos. Ningún opositor digno negará que hubo doscientas medidas que mejoraron la vida de los argentinos. Al obtuso con mala fe que quiere salirse con la suya y ganar en twitter no vale la pena convencerlo, pues para Voltaire “el sentido común no es tan común”. Decía el Nobel Bertrand Russell que “los tontos y los fanáticos siempre están seguros de ellos mismos”. Su odio les agrada más que las cifras. El rencor neoliberal a la presidenta iguala al nazi: despreciaban a quienes protegían a los vulnerables, los creían débiles.
Según Mailer la derecha “pertenece al segmento de la sociedad cuya moral es inexistente”. No puede competir con la presidenta porque es cortoplacista, y Cristina presenta leyes para el mañana. Esa derecha busca desacreditarla, sin veracidad. A sus agravios ella responde como una mujer sabia: desdeña la reputación. El futuro depende de sus discípulos: militancia y ser la esperada biografía de la maestra.
La literatura nutre de sabiduría y nos enseña el poder de la poesía y de la imaginación. Pero en nuestro libro personal, los ricos que amaba Scott Fitzgerald son apenas pobres con plata. Y los héroes ya no sólo los míticos y literarios Julian Sorel o Jean Valjean. Ahora son ambos Kirchner. Aprendimos con ellos a volver a esperar lo inesperado, como en la idealista juventud. A resucitar el alma. No es poca cosa.