Intratables
EL CUPO
¡Alegría! El programa Intratables de Santiago del Moro parece ser el nuevo foro democrático donde podemos asistir al mejor pluralismo televisivo. Ahí podemos encontrar desde un Alfredo Casero hasta un Luis D´Elía, pasando por Jorge Yoma, Massa, De Narváez, Altamira, Insaurralde, y otros. Pero Intratables no sólo hace gala de esa pluralidad de bazar a la hora de las invitaciones, también parece plural en su estructura donde cuenta con un panelista diferente encarnado en Diego Brancatelli. Brancatelli funciona ahí como la palanca que pone en marcha la falsa democracia del programa cuando Del Moro decide escuchar y presentarle a su audiencia al “fenómeno”, el kirchnerista, el peronista que muchas veces es acompañado por la marcha ad-hoc en un gesto de sarcasmo que es festejado por el resto del grupo conformado por panelistas normales. Digamos que Intratables es un programa normal, hecho por gente normal, menos uno –Brancatelli- que vendría a ser el que cumple con el cupo de discapacitados. Un hecho que Del Moro asume con paciencia y responsabilidad como lo haría cualquier patrón sensible a las leyes laborales. En este caso las leyes del rating.
En Intratables nunca se presenta a cualquier otro panelista como el radical Mengano, el fascista Zutano, o el ignorante tal, el acomodaticio tal, el gorila tal, el trosko tal, o el boludo tal. Sólo Brancatelli necesita ser adjetivado y encuadrado en su pertenencia política que lo destaca como una deformidad dentro de un grupo normal de personas normales. Hasta Alfredo Casero zafa de calificativos y se vuelve normal, como un día se volvió normal el ex-anormal Lucas Carrasco con el sencillo expediente de sentarse ahí y no decir nada que favoreciera al gobierno sino todo lo contrario. Nadie se ríe de ellos, nadie les pone una marchita, se los deja hablar amablemente, y el trato es el que se le dispensa a cualquier persona respetable u opositora, que son sinónimos.
En realidad la lógica que impone Intratables es la misma que podemos ver en los medios más poderosos. Sólo el oficialista Brancatelli es sospechado de recibir dinero de manera espuria, y sólo a él se le pregunta cuánto gana y cómo lo gana, y para qué se lo pagan. Los demás pueden decir lo que quieran, operar para el candidato que quieran, sumirse en la imbecilidad que quieran, bajar la línea política que quieran, que eso jamás supondrá una sospecha sobre las intenciones íntimas o los objetivos no dichos que figuran esos discursos. Y mucho menos se indagará sobre qué ventaja monetaria les trae realizarlos.
En términos televisivos uno diría que Brancatelli es a Intratables lo que Pardini es a Duro de Domar. La diferencia es que en DDD Pardini está ahí para generar alguna polémica y nunca para ponerlo en la picota de la desconfianza y la corrupción. Diríamos que Pardini funciona en el grupo como el amigo diferente, mientras que Brancatelli funciona como el enemigo diferente. Al primero se lo escucha con cariño y con ganas para ver de qué manera se le devuelve la pelota, al segundo se lo tapa con las voces normales para después sospecharlo de corrupto como el gobierno al que apoya. En DDD Pardini participa de la relativa anormalidad del grupo, en Intratables Brancatelli garantiza la absoluta normalidad de los demás exponiendo su deformidad K.
DEFENSA DE LA NORMALIDAD
Después de tantos años de pelearnos contra la hegemonía de la lógica liberal en los medios hay que asumir que fue poco lo que pudimos hacer para cambiarla. No es un cambio ver a uno de los nuestros metido entre esos normales de siempre que saben transitar desde 678 hasta aterrizar en el programa de Luis Majul, como es el caso de Oliván. Ella es la muestra perfecta de quien supo salvar su normalidad a tiempo, y comprendió pronto que para seguir perteneciendo a la corporación periodística debía abandonar la conducción del monstruo y renegar de cualquier pretensión de cambiar o al menos criticar esa lógica de la dominación que hoy se reproduce en Intratables.
La normalidad de siempre es lo que Del Moro logra conservar en cada emisión de su programa. La normalidad de siempre es lo que se refuerza mostrando a Brancatelli como lo que no es normal. La normalidad de siempre es la que diferencia al “vecino” que lincha, del “delincuente” linchado. La normalidad de siempre es la que le permitió a nuestra clase media sentirse exenta de lo que ocurría durante la dictadura del 76. La normalidad de siempre es Massa. La normalidad de siempre es Mercedes Ninci. La normalidad de siempre es Clarín con las medialunas del domingo. La normalidad de siempre es que somos un país de mierda. La normalidad de siempre es el humor de Borenzstein. La normalidad de siempre es Bonelli. La normalidad de siempre es que nos dejen ahorrar en dólares, que la sirvienta trabaje en negro, que los poderosos escriban sus leyes, que el gobierno es un gestor al que contraté votando, y que lo privado es más transparente y limpio que lo estatal. Pero sobre todo, la normalidad de siempre es que los medios de comunicación sepan instruírnos sobre qué es normal. Esa es la lucha que nunca abandonaron –la de ser nuestros instructores- porque saben que la clase media burguesa y quienes la ansían son muy sensibles a que los consideren seres anormales, incorrectos, kirchneristas. Ese terreno fértil sobre el cual trabajan es lo que les da energías y esperanzas en volver a tener un país como el que tenían. Y yo no sé si estamos a tiempo o no de dar vuelta la pelea, pero eso no me influye a la hora de seguir peleando por la anormalidad general. Supongo que a Brancatelli le pasa lo mismo.