Hablemos de fútbol con y sin Perfumo
Excelente el homenaje de un real racinguista como Martín Granosky a Perfumo en un diario. Exhibió también perfume a nostalgia y a verdad. Voy a memorarlo desde el otro extremo de Avellaneda: Independiente.
No puedo presumir de haber conocido bien al crack. Recuerdo cuando en 1964-65 yo, jovencito, era comentarista en Clarín y me enviaban a seguir –pues gustaban mis análisis con el 4-2-4 y otros dibujos, que no se estilaban- al Boca que sería campeón. Antes de un partido, abrí la puerta del vestuario de Racing. Miraron inquietos el DT y los jugadores reunidos en el centro, junto a un brasero o algo similar: era una forma de macumba. Para dar suerte. ¡Y vaya que les daba! Hacía poco que había empezado esa racha increíble de 30 y pico de partidos invictos.
De allí, supongo, nacen los insólitos cuernitos de Basile y otras manías invocando al triunfo. Uno me paró luego y preguntó si lo iba a publicar, pues inventé los dialoguitos en aquel matutino. Respondí: No, códigos privados no incluyo en mis críticas. Algo distinto al chismorreo de hoy. Medio siglo después semeja un juego de chicos grandes. En 1965, no.
De pibe yo era mascota en Independiente, pero lo critiqué sin piedad al ser periodista. Se equivoca –o quizá es irónico- Granosky, tildando como “época rara” cuando se festejaba el triunfo del rival nacional ante algún extranjero. Todos se pararon frente a los televisores callejeros en 1968 para aplaudir la copa de Estudiantes, si bien no agradaba su fútbol. Hoy lo juzgaríamos mejor: tenía a Poletti en el arco, a mi amigo el Dr. Madero –otro crack ninguneado-, al bocha Flores, a Conigliaro y a la máxima figura, eclipsada después injustamente por su hijo: Verón.
También aplaudimos a Cárdenas en el Centenario. Sólo malos bichos los odiaban. Es la gente que hoy enluta las tribunas de Boca, Racing o Independiente. Aquel equipo de José, un Pizzutti que sabía de fútbol y fue menospreciado. Ya en 1962 mostró su visión; hubo dos partidazos del insuperable Santos de Pelé –el mejor equipo que he visto- frente al Racing campeón 61, que perdió 2-4 y 2-8: aquí salvaron el honor dos goles del marqués Rubén Sosa, aquel talento olvidado. Y atención: la tribuna en Huracán aplaudió de pie –también los racinguistas- a Pelé y su exhibición, al compadre Coutinho, Mengalvio, Pepe. Pizzutti, el gran 9 del equipo, pidió a su DT no salir a achicar la cancha, pero el DT –no lo nombro- ordenó encimar arriba, según me contó un jugador. Y a los 15´perdían 3 a 0. Pelé, con dos sombreros, hizo la veloz la diferencia.
Todavía no jugaba Perfumo; lo hacía Anido, un crack en las prácticas más que en la cancha. ¿Por qué se aplaudía? Porque no era pecado jugar en algún equipo rival. No se pueden comprender las anécdotas de Perfumo ni su frase de que el fútbol “es un juego de vivos” (cuando levantaba a rivales del piso y de paso les tiraba del pelo) sin recordar muchos años previos. ¿Cuántos hoy conocen que Moreno fue, previo a Tevez, el único campeón en cuatro países: Argentina, Chile, México y Colombia? Siempre en el primer año, tras partir de Argentina, porque defendió contra la AFA la agremiación de los jugadores aceptada por Perón (a veces no cobraban durante tres años) y fue un pionero, con Pedernera, Pippo Rossi y Di Stéfano: River los colgó. Así iniciaron la huelga de 1948 que le dio el campeonato a Independiente, con la 3ª.
Era el inicio del colosal ciclo de Millonarios de Colombia: Pedernera, el genio, con Di Stéfano, Pippo Rossi, Báez y el magnífico arquero Cozzi lo hicieron campeón en 1949, 51, 52, 53. No contra nadie. Aquel Ballet Azul jugaba contra cracks: Independiente de Santa Fe incluyó a varios de la selección uruguaya y al Maestro, René Pontoni, ex San Lorenzo apodado en los 40 “el mejor 9 de la historia”. Dato para el que falla un penal y lo cree normal: 1948 fue el primer año en la historia del fútbol colombiano en el que un jugador erró un penal. ¿Cuántos saben que al volver Moreno jugó en River, sí, y luego con 36 años (50 de ahora) en Boca (1950) y fue subcampeón? Llegó a Defensor de Montevideo, equipo de media tabla para abajo (tipo el Napoli de Sívori o Maradona) y lo sacó subcampeón por única vez en su historia. Aplaudan, hinchas.
Millonarios goleaba a todos y fue quien llevó a Di Stéfano a Europa al ganarle al Madrid en 1953, momento en el que Alfredo, 27 años, iba a dejar el fútbol. ¡Qué destino! Jugó hasta los 41, ganó 5 campeonatos de Europa y en 1989 le dieron el único Súper Balón de Oro: al Mejor Jugador de Europa entre 1953-1989. Sí, tras ver a Matthews, Sívori, Puskas, Grillo, Pelé, Cruyff, Beckenbauer, Maradona. Además, con 714 goles en 793 partidos y 9 campeonatos de España. Poca cosa.
Perfumo fue el único jugador que se quitó el casete de la boca, dejó el verso y siempre respetó a los otros: no quería quemarlos. Pero confió sus métodos non sanctos para detener a rivales. Algo que evitó Rattin. Recuerdo que nos prometía relatar ciertas verdades del fútbol cuando dejara. No lo hizo. Luego diputado, tuvo cargos. Y calló todo. Perfumo era notable. Pero sería erróneo pensar que ha sido el Mejor N° 2 de la historia. Como decía Di Stéfano, sólo se puede juzgar por décadas. Y sobre jugadores que uno vio en la cancha. Los anteriores son de palo. O decir que Maradona es el mejor de la historia juzgándolo por videos.
De los que vi, prefiero a Alfredo Pérez, de River; Ramos Delgado, 2°; Oscar Basso, de San Lorenzo, 3 °; Perfumo cuarto y Dellacha quinto. Fui a buscar a la Selección a Ezeiza para hacer una nota tras jugar en el exterior y acompañé a Ramos Delgado al auto. Confesó: “¿Sabés? Pelé me lleva al Santos a jugar con él”. El morocho desbordaba dicha. Jugó seis años ganando campeonatos; Pelé sabía elegir compañeros. Por supuesto, hoy echarían no a Perfumo –como él decía, autocrítico- sino a Colman, de Boca, Huss o Allegri de Vélez Sarsfield y otros que sabían jugar bien cuando querían, pero eran muy duros de pasar. No por codazos arteros de ahora. Los golpes iban hacia las piernas. Pero A. Pérez, Ramos Delgado o Marzolini te quitaban la pelota sin tocarte.
Escribo esta nota deseando que los jóvenes entiendan la veneración para quien jugaba bien, no importaba dónde: todos aplaudían a Rojitas en Boca, a Lugo en Lanús–uno de los pocos vendidos al exterior, fue a España- donde brillaban Ramos Delgado, Guidi y el impar Nazionale. Al petiso Rendo en San Lorenzo. La rompió en el 2do tiempo contra el mejor Perú en 1970; entró, hizo el gol, empate. Pero fuera del Mundial.
O el debut de dos en River frente al Santos, 1962. Martín Pando venía de Argentinos Juniors, pelota sobre el pasto, como manda su escuela: Redondo, Riquelme, etc. Cap el otro. Con Varacka –ex Independiente- y un solo entrenamiento enfrentaron a Pelé, imbatible hasta allí. Lleno el estadio. Pando, la figura. Ganó River 2 a 1. Ovación. Sin banderías.
No olvido a Tucho Méndez como enganche de Racing y la Selección. O ese inesperado gol de chilena que le hizo al Rojo desde la izquierda del área al arquero Simonetti, ni que aún posee el récord de goles -17- en campeonatos Sudamericanos, hoy Copas Américas. De las que el increíble Maradona jugó 2 o 3 y no ganó ni una. ¿Hay alguien que vio jugar a Méndez o a Corbatta –nuestro mejor puntero derecho- y no los admire? Memoro al gran Pippo Rossi en un bar: “El Sudamericano de 1957 lo arrasamos, goleamos a Brasil 3-0 y a Uruguay 4-0. Vendieron a Maschio, Angelillo y Sívori, pero mi rueda de auxilio, el que iniciaba las jugadas era Corbatta. Si iban al Mundial 58, lo ganábamos. Pero el orgullo hizo que no llamaran a Alfredo ni a Sívori. Así y todo, Corbatta hizo 3 de los 4 goles. Y al llegar aquí le tiraron monedas, como a mí o a Carrizo, que nada incidió en los 6 goles frente a Checoeslovaquia”.
Hubo otros inolvidables: Mario Boyé, que en los 40´ y 50´ llegó a ser el máximo ídolo de Boca, cuya tribuna cantaba: “¡Yo te daré/ te daré niña hermosa/ te daré una cosa/ una cosa que empieza con B…Boyé!”. Era alto, rubio, descarado y pateaba tan fuerte que se lo tildó “El Atómico”. Lo conocí de pibe, mi compañero de banco en 6° grado lo encarnó de chico en el film “Con los mismos colores”, una temprana biografía de Di Stéfano, Tucho Méndez y Boyé. Perón envió a la Selección en 1951 a quitarle el invicto local a Inglaterra, y en minutos Boyé hizo un gol de cabeza, pues lo hacía bien. Con aquel equipo de petisos frente a altos, resistieron (al arquero Rugilo lo apodaron “El León de Wembley”) y se perdió al final con un gol en offside. ¿Juego de vivos? Claro. El padre de Boyé le prometió 3 pesos por gol al iniciarse en primera y él, pícaro, arregló dar la mitad a quien le tirara centros. ¿Rivales y amigos? ¿Por qué no? Al retirarse, tras jugar en los tiempos de radio en Millonarios, Europa y ser dos veces campeón con Racing, Boyé se unió a Pontoni (casados con dos hermanas) y abrieron la pizzería “La guitarrita” frente a mi casa. Nunca se achicó ante nadie, era ególatra, pero se burlaba, con criterio lógico, de quienes no saben patear desde 25 o 30 metros.
Es sabido que la hombría de bien de Perfumo superó la desesperación que hizo peligrar la mente de aquel chico de Sarandí al dejar el fútbol. La psicología –de la cual soy aún escéptico, como tantos en el planeta desde hace 20 años- lo ayudó más de lo que la gente intuye. Incluso cambió su visión de la vida y le aportó un norte, sin vivir marginado del fútbol, ya que amaba esa profesión. Y los amores no se abandonan, cuando siguen vigentes. Hizo todo lo que pudo, con profesionalidad aunque sin destacarse, como entrenador. Y era sincero al opinar, un mérito mayúsculo. En algo no admite parangón: nadie se autoinculpó como él sobre esa época, con poca tevé, donde las faltas no se veían.
Ocultó algo. Su cabezazo hacia atrás frente a Alemania en el Mundial 1966: pegó en el travesaño y un gol en contra eludía el 0 a 0 final y se perdía el partido. Lo resalto porque exhibe su pudor: nunca se creyó el mejor. Rechazado de joven en River, marchó llorando. Su tenacidad lo llevó a lo más alto. Sabiduría valerosa del atleta que busca superarse.