Acabada la irracional tormenta que azotó a la República por doce años, llegó por fin la calma. Es hora de consensos: diálogo y mesura, señores. Cerremos la grieta y velemos sobre esa cicatriz, diría Hernán Lombardi si tuviera el énfasis de Miguel Cané, salvo que no es tiempo de afirmaciones enfáticas, sino de conjugar los verbos más moderados. Con este espíritu (que si no es Santo le pega en el palo), el Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos de la República Argentina ha lanzado el 12 de febrero último una serie de spots institucionales “para mejorar la convivencia, el diálogo y la tolerancia”. Sublime misión para la que convocó inicialmente a diez personalidades de la cultura, la ciencia y el deporte, con la divisa “Ceder la palabra”. El caballero victoriano y titular del mencionado Sistema -el susodicho Lombardi-, nos la explica así: “Ceder la palabra es reconocer la presencia del otro, disponerse a escucharlo,  no adueñarse de un discurso, tratar de generar consenso, esperar del otro un aporte enriquecedor, empeñarse en no quedar encerrado en las propias convicciones como algo excluyente. Ceder la palabra implica encuentro”.

Lo acaba de decir Lombardi, el mismo funcionario que ha tenido algunas dificultades no digamos en ceder, sino en respetar nomás los contratos vigentes de una enorme cantidad de trabajadores de la radio y televisión públicas que no parecen haber alcanzado la dignidad de otros para enriquecer con sus aportes al titular de un Sistema de Medios creado a empellones de decreto.

Y bajo esa estrella vemos, entonces, desfilar en los referidos spots al productor teatral que nos advierte: “Voy a caer en un lugar común”, y la advertencia la cumple a pie juntillas como la cumplirán todos los convocados: que escuchar al otro, que respetar al diferente y que, en fin, ya no es tiempo de vehemencias, ni de apasionamientos, ¿ni de convicciones? Bueno, pero mesuradas, ma non troppo. Por eso entra el actor que pregona desterrar los fanatismos (“políticos, ideológicos, religiosos, partidarios, hasta futbolísticos”). Demasiado hemos padecido estos años tales fanatismos, tanto exceso, tanta “grasa militante” –lo dijo el señor ministro-. A desgrasar, a pasteurizar el pensamiento, pues.

Luego pasa la actriz, que revela su sorpresa universitaria ya que en sus claustros le fue revelada una idea inolvidable -que algún plagiario de esos que nunca faltan la escribió después en los sobrecitos de azúcar-: “La libertad de uno termina donde comienza la del otro”. ¡Magnífica! “¡Y fácil!” –dice.

El médico que empuña una masa encefálica y proclama como Estanislao Zeballos pero con menos bríos: todos los cerebros son diferentes y sus “subproductos”, los pensamientos, también lo son.  “La tolerancia y la humildad es un emergente natural como acto de inteligencia del cerebro” (sic). Ya me parecía que la soberbia de la Señora, además de intragable, era antinatural –gracias doctor.

Que entre el historiador. Con aplomo nos avisa que “la sociedad nos condena a ser desiguales”, pero –bueno y por suerte- la igualdad deseada será el resultado de una especie de gracia concedida por los que tienen a los que carecen. ¿Lucha? ¿Antagonismo de intereses? No seamos salvajes, caballeros, si hablando nos entendemos.

El filósofo que sueña que es Alberdi viene caminando distendido por una plaza y se sienta en un banco; equilibrado, paladea cada una de sus palabras que juegan en su boca hasta acabar en apelaciones voluntariosas: “vivir en un mundo mejor”, “que el encuentro con el otro esté signado por la paz”. Las larga al ruedo fútil como quien se divierte amasando miguitas de pan que irán a la basura. Hermosas y vacías, sus invocaciones están eximidas de cualquier precisión: mejor para quién, a quién se le desea la paz, de qué modo lograremos el Soberano Bien, quien es el bendito otro. No vaya a ser que si al filósofo se lo pone frente a un… (perdón por la palabra)… frente a un kirchnerista, su espíritu se crispe y se excuse: “Ah no! Con estos no…”.

Todos los integrante del elenco convocado por Lombardi lucen atildados, parsimoniosos, circunspectos pero dulces, templados pero dispuestos a amonestar (“Aprender a vivir con reglas”, dice uno; “a los argentinos nos cuesta actuar las leyes”-reafirma el otro). ¡Un esfuerzo más para ser republicanos!

Es la lengua del sosiego, pero del orden.

Incluso Dorio (¡Pero Jorge! ¿Usted por acá? ¿vio luz y entró?)-, nos confiesa mientras hojea su propio libro, tan reflexivo que parece derramarse en disculpas, que “…se han desarrollado antinomias absolutamente falsas (…) el debate de ideas hace rato que en la Argentina no se obtiene;  eso sería necesario e indispensable”. 

Cada uno en su jerga, cada cual según su leal saber y entender, cada quien guisando en su propia olla, pulsan la cuerda media de la mesura. Sus sermones laicos dejan en claro que estos doce años torrenciales e insensatos fueron surcados por luchas inútiles y que ya es tiempo de guardar las armas.

Este es, al fin de cuentas, el mensaje de los spots.

Ya no es tiempo de fervores ni de euforias; tampoco de demandas ni de exigencias de derechos. Tranquilidad señores.

Quienes gerencian la publicidad, el tratamiento de las imágenes y la retórica de la mesura del macrismo buscan transmitir este mensaje: no sólo se trata de bajar el costo del salario y el nivel de empleo y consumo, sino de enfriar la intensidad de las demandas populares.

Todo ese armatoste retórico de diálogos y cordialidades y encuentros con el otro, no sólo hay que decir que es cínico y falaz -al contrastarlo con las reales prácticas represivas del macrismo, antes y ahora-, sino que debe interrogarse en sus propósitos. Busca reducir a cero el espacio social en el que se pronuncien los antagonismos que componen toda comunidad, espacio que hace a la movilidad y al flujo vital de las sociedades. Y lo busca no sólo controlando el territorio en el que se expresan –la calle-, sino moderando hasta tornarlo exangüe todo discurso reivindicativo de las fuerzas populares.

Estos propósitos de la política de medios de comunicación del macrismo no deben desconocerse. El grado de cinismo y de destreza engañosa con que fue pensada esta campaña de spots institucionales la torna repudiable, como tan cuestionable es la acción de aquellos que en ella cedieron su palabra y algunas convicciones.