Escuelas de la muerte
Ahora no me vengan otra vez con eso de que hay que bajar la edad de inimputabilidad. La solución no es ni encierro ni medicación, como suelen proponer los “genios” que aparecen luego de las tragedias. Las niñas y los niños no matan ni se suicidan porque aún no han desarrollado, como diría Miguel de Unamuno, el sentimiento trágico de la vida: Solo, cada tanto, aparece alguna tremenda excepción. Lo de México este viernes por la mañana en la escuela privada Cervantes de Torreón, como también ha pasado en nuestro país, y más habitualmente en los EEUU, como la masacre de Columbine, pero también en otros lugares del mundo, son indicadores a tener en cuenta acerca de los efectos tóxicos que suelen desencadenar el abuso de videojuegos violentos y la falta de supervisión por parte de los adultos. Justamente hoy le propuse a mi hijo menor salir a andar en bicicleta. Reconozco que estaba más para tirarme a ver una maratón de series por tevé que para pedalear, pero Valentín llevaba horas frente a la pantalla y sentí que era necesario sacarlo de allí, o al menos proponérselo. Y aceptó. Y anduvimos como 15 kilómetros por la colectora de la autopista del Oeste. Si bien la calle implica algunos riesgos, como la vida misma, prefiero afrontarlos porque sé que hay más beneficios que desventajas, como salir del encierro, hacer actividad física y el diálogo padre-hijo que suele acontecer en el descanso antes del regreso mientras tomamos un helado. Las hijas y los hijos no se abren cuando solemnizamos algún encuentro esporádico; se abren cuando hay presencia real y afectiva y entonces, incluso andando en bici o dentro del auto, camino a cualquier lugar, hablan, cuentan naturalmente, y no cuando se los y las violenta en interrogatorios aislados, como es la costumbre de muchos adultos.
En tiempos de la vida virtual instalada por todos lados, es más sencillo para las madres y los padres dejar a sus hijas e hijos enchufados al chupete cibernético, ya que así no molestan ni demandan demasiado, que proponer salidas, abrir la posibilidad del diálogo o de juegos creativos en familia. Hoy no se le dedica tiempo al encuentro. En los hogares actuales cada integrante vive más dentro de las pantallas que en la realidad cotidiana de la mirada y el diálogo. Entonces, cada tanto, aparecerá algún niño, niña o adolescente que irrumpirá en la escuela, o en cualquier rincón del mundo, para disparar contra sus maestras y maestros, contra sus compañeras y compañeros, contra cualquiera. Pero esos disparos son y serán contra todas y todos, son disparos al cuerpo social, detonaciones alarmas contra el adormecimiento de los adultos. Si un niño de 11 años vistiendo una remera en la que había escrito “Selección natural”, mata a su maestra e hiere a sus compañeros y luego se suicida, nos interpela por todos lados. ¿Cuál es la selección natural? ¿Quién será el más apto para resistir ante esta escalada de violencia? ¿Cómo acceden los niños a las armas? ¿Qué niñez y qué adolescencia estamos armando?
Tenemos que despertar y hacernos cargo del mundo frío, virtual y violento que estamos dejando como herencia. El planeta se quema, está intoxicado, el hambre, las injusticias y la violencia social se multiplican, ¿qué otros indicadores necesitamos para empezar el cambio real antes de que sea demasiado tarde?