El Principito para todos (y todas)
Antes de la invención de la imprenta los métodos de reproducción no eran industriales por lo tanto no estaba regulado el derecho de autor. Ni bien las obras artísticas pudieron empezar a “copiarse” vino la ley a regular la irregularidad. Por lo general las obras son intangibles y, de alguna manera, es correcto que los autores tengan una salvaguarda, que los proteja patrimonialmente. Allá lejos y hace tiempo, en 1886, en la occidental ciudad de Berna, Suiza, se puso fin a esta anomalía, mediante un convenio para proteger el valor intelectual de la obra artística a escala global. Y como toda convención es arbitraria. Se puso un tope de 70 años después de la muerte del obrante para que el “Derecho de Autor” pase a ser de “Dominio Público”. Para que el copyright se convierta en copyleft. Recién en estos años por venir iremos viendo como los principales artistas del Siglo XX empiezan a heredarle a la humanidad, patrimonialmente hablando, su legado.
Por un principio capitalista, síntesis de la oferta y la demanda, al no existir ya derechos de autor, la libertad de imprenta puede ser libre. Se multiplican así las reproducciones y cae su valor de mercado. En 2015 se extinguieron los derechos de autor de dos clásicos de la plástica vanguardista de la vieja Europa: el ruso Kandinsky y el neerlandés (?) Mondrian. La vanguardia quedó vieja, se jubila. Un signo.
También es el caso del legado del francés Antoine de Saint-Exupéry. Lo esencial comienza a ser visible a los ojos.
Saint-Exupéry era un aviador aficionado a la literatura y la ilustración que anduvo por estos lares surcando el cielo del sur, sus memorias pueden leerse en Tierra de Hombres. Tengo siempre ante mis ojos la imagen de mi primera noche de vuelo sobre Argentina, una noche sombría, en la que sólo brillaban titilantes como estrellas, las escasas luces esparcidas por el llano, escribió el francés. Pero es más conocido, claro, por ser el autor del bestseller mundial llamado El Principito, uno de los tres libros más traducidos, publicados y, por supuesto, leídos de la historia de la humanidad. Entre otras cosas por ser un iniciador de lecturas ideal, el número uno, signado en su valor literario anclado en las ilustraciones propias de Saint-Exupéry. Que El Principito ahora sea democrático es una revolución, y las primeras señales se pueden advertir en la calle.
2015, año de El Principito.
Ni perezoso ni lerdo para los negocios el siempre dispuesto a la reproducción Nik espero ver caer los copy para sentirse left, como un ciego espera ver caer la tarde frente al mar. Y ya el 2 de enero, porque el primero no hay diarios, puso en cada canillita un puñado de Gaturros que le pedían al narrador que le dibuje un cordero. Fue el primero, pero no fue el único: se puede conseguir también el Milo Lockett del niño príncipe. Y hubo un boom de editoriales menores que salieron a colocar sus versiones de la misma obra, libre de gluten, sin tax. Cuando compren un libro levanten la vista y vean como al menos 5 editoriales tienen ya su versión en oferta, en su librería amiga. Pero también se puede disfrutar (?) de una obra de teatro y la versión 3D, sólo en cines.
Año a años hasta nuestra desaparición física veremos cómo los distintos clásicos que conformaron la educación sentimental del mundo contemporáneo irán pasando a disponibilidad de la humanidad. Un día el Guernica, más adelante Let it be, otro día la obra poética de Borges, después Rayuela, la pampa metafísica de Inodoro Pereyra, los obreritos de Quinquela Martín, el manual de Conducción Política de El General, tu vieja (en tanga) y hasta la saga de Harry Potter, incluyendo a Emma Watson. Todo eso será nuestro, con entrada libre y gratuita.
Cuando ocurra lo inevitable, el paso del tiempo, el sistema, que no es otra cosa que un cúmulo de convenciones, inventará otra cláusula, a lo mejor en Berna, porque el sistema es primero perverso y después eficaz, para que el tipo de a pie no se le ocurra aprender del aire.
Hasta entonces.