El Pos porno y el taco aguja pos estatal
Si la intención de lxs chicxs era llamar la atención, el objetivo se logró sobradamente pues era de esperar que una performance con sexo explícito, micrófonos en vaginas y consoladores generosos generara estupor entre los estudiantes de la Facultad de Sociales.
Lo cierto es que esto se dio en el marco de una serie de actividades en torno al pos porno, término utilizado por primera vez en Europa, allá por los 80, y que en los últimos años representa a una corriente que denuncia la mirada sexista, patriarcal y heteronormativa que abunda en la pornografía tradicional. Si bien el nivel de complejidad y matices en las críticas es enorme, podría decirse que el pos porno es heredero de ciertas lecturas posmodernas de autores como Foucault y Deleuze, lecturas que llaman a “desencializar” los géneros y los cuerpos frente a las perspectivas de los movimientos tradicionales que solo buscan la mera igualación de derechos. Para ponerlo en ejemplos, esta corriente (en general, insisto) es crítica de conquistas como el matrimonio igualitario porque entienden que luchar por ese tipo de igualaciones es funcional a un sistema de derecho que no hace más que reproducir la perspectiva del poder.
En este sentido, llaman a desustancializarse, a romper con las categorías del lenguaje, a eludir los nombres que buscan encorsetar a los cuerpos. Así es que se suele reconocer a esta corriente, al menos en Europa aunque no así en Estados Unidos, como “perspectiva queer”. Lo queer no designa simplemente a los homosexuales sino a los descategorizados, a los cuerpos abyectos, a “lo raro”, aquello que no encaja en los cánones de la normalidad y unx de sus principales referentes es alguien que solía llamarse Beatriz Preciado pero que tras años de experimentación con testosterona ha decidido pasar a llamarse “Paul”. Preciado tiene trabajos como Pornotopía (2011) y en las librerías de Buenos Aires se puede conseguir fácilmente Testo Yonqui (2008). Con todo, un libro de su autoría que marcó un punto de inflexión fue Manifiesto Contrasexual (2002). Allí ella construye una teoría de la sexualidad y de los cuerpos en torno al dildo (lo que en Argentina llamaríamos pene de plástico o consolador, más allá de que en el texto su sentido es más técnico y esté vinculado a la noción deleuziana de “simulacro”). Allí llama a romper no sólo con las categorías de la división de géneros sino a repensar el cuerpo a tal punto que llama a quitarle la especificidad a cada uno de nuestros órganos. En esta línea plantea una serie de prácticas contrasexuales como la masturbación del brazo, algo que quien escribe estas líneas ha probado, cuando tiene frío, pero con un único resultado: enrojecimiento de la zona y ninguna rastro de excitación. También propone recostarse en un sillón, tomar un zapato de taco aguja, adosarle un dildo y autopenetrarse gritando un nombre alternativo al propio, en lo posible, de mujer si se es varón y viceversa (SIC). Si bien este humilde escribiente no llegó tan lejos en las prácticas propuestas por el libro, sí pude avanzar en una lectura crítica de esta corriente que busca “disolver” las identidades para no ser “presa” del Estado y del Derecho. Lo hice en una tesis de doctorado que se llamó El sujeto de derecho en el siglo XXI y que fue publicada hace algunos meses por la Universidad de La Plata (se puede descargar gratuitamente desde aquí http://perio.unlp.edu.ar/node/5102 ). En este trabajo planteo algunas dudas acerca de la efectividad práctica de este tipo de propuestas. Para decirlo con crudeza, cabe preguntarle a una travesti del conurbano o de una provincia conservadora argentina si quiere desidentificarse o prefiere que la atiendan en el hospital y que la policía no la muela a palos y la viole; también cabe preguntarle qué preferiría aquel homosexual de clase media baja que no podía acceder a la tenencia de su hijo, cobrar la pensión o la herencia ante fallecimiento de su pareja de hecho. ¿Querrá que lo llamen x o querrá que el Estado lo reconozca sujeto de derecho? Preguntas como éstas nos plantean que todos los debates son dignos de ser dados pero la transgresión no pasa por andar abriendo anos y vaginas en los pasillos de la Facultad: pasa por hacer política y por tener la suficiente responsabilidad como para saber que mientras algunas áreas de las universidades viven de los subsidios del Estado para discutir onanistamente las problemáticas de una pequeña burguesía del primer mundo, hay seres que sin reconocimiento del Estado y sin ser vistos como sujetos de derechos están condenados a una vida miserable en la que hay algunas inquietudes más urgentes que la discusión interesantísima acerca del posporno.