Chupetómetro de la tristeza
Las zapatillas arrugadas, las frentes en las manos, los ojos en los ojos de los compañeros, las lágrimas en la cocina, los volantes doblados en el bolsillo, los puchos muertos en el cenicero, y la remera transpirada girando en el lavarropas. Paso por el comedor y está nuestra bandera clavada entre las cajas de los juegos de mesa de los nenes, flamea igual que siempre, cada vez que abrimos la puerta. La bandera de nylon barato que se bancó tantas plazas en sus manos chicas. La radio encendida, la radio donde hablo también me habla. Caballero es la locomotora de un tren carguero, con palabras de hierro, que nos recuerda dónde están los rieles cuando nos sentimos perdidos, que sabe de los días largos y rápidos que compartimos como nunca pensé que podía compartirse el tiempo, la carrera, la subida empinada, este virus que estaba dormido y que se despertó y nos despertó de un letargo que fue la enfermedad que nunca detectamos. Y hablar y hablar, para espantar los miedos, para buscar respuestas, para distraer la soledad hablando de la soledad. ¿Dónde están? No supimos eso, pero sí supimos dónde estábamos nosotros, y nos juntamos -no nos reunimos- nos juntamos, nos unimos, nos pusimos la misma capa de superhéroes novatos, hicimos como que volábamos, tiramos rayos, usamos un mismo nombre para no nombrar la verdadera cifra, nuestro talismán secreto. Ella. Y despertarse como despertarse en los días que vienen después de una pérdida, de una muerte, despertarse y recordar lo que ya no está, lo que se fue, lo que ya no tenemos. Y comer con los amigos para sobrellevar, para abrazar y compartir la derrota que conseguimos, la derrota que es nuestra y que sabemos lo que nos quita y los que nos deja. Lo bueno dentro de lo malo, lo que sigue dentro de lo que se va, lo que vive dentro de lo que muere, la fuerza dentro de la debilidad. Podría esquivar este momento y hablar sólo de esperanza, de la tarea que viene, de que somos muchos, de lo mucho que hicimos, de que vamos a volver si hacemos lo suficiente, y toda la lista de largas voluntades que conocimos y que están. Pero quería poner la tristeza en algunas palabras con la esperanza de que queden ahí, acá mismo, en estas líneas. Poner esta tristeza a la luz del sol para no tener que cargarla en los días que vienen. Días que serán difíciles y en los que debemos estar donde estuvimos durante estos años, al lado del pueblo. Siendo pueblo. Porque sabemos que esta tristeza no sirve para dar las batallas que nos impongan, y sabemos que no ya no tenemos derecho a renunciar, a bajar los brazos, a lamentarnos, a entregar lo que conseguimos. Acá la dejo, acá dejo mi tristeza y los invito a hacer lo mismo, como si fuera aquel famoso chupetómetro donde los nenes dejaban de ser bebés. Fueron doce años de aprender y ahora nos toca crecer y repasar lo aprendido, y descubrir lo que sirve y lo que no, y madurar para que la victoria nos encuentre siendo mejores. Seamos mejores.