Obama, el perdedor
Como era de esperarse, el Partido Demócrata esta vez perdió el control de las dos Cámaras del Congreso por primera vez desde que asumió Obama, complicando el panorama legislativo en los dos años de gobierno que le restan. Los Republicanos, en auge, apuntan a las presidenciales de 2016.
Con resultados ajustados, el Partido Republicano ganó en Estados clave e históricamente demócratas, y obtuvo un resultado tan anhelado como importante: controlar las Cámaras Alta y Baja del Congreso y para poder frenar definitivamente los proyectos demócratas y sacar adelante los suyos. La reforma en el sistema de salud se convirtió en uno de los principales caballos de batalla de Obama pero también en el principal objeto a desmantelar de los republicanos. También, la prometida e incumplida reforma migratoria tampoco podrá ver el visto bueno de aquí en más, o al menos hasta 2016, cuando se dispute la presidencia y se renueven más bancas.
El voto latino, clave para los demócratas, también perdió peso en esta oportunidad, y es que a pesar del mayoritario apoyo de esta cada vez más importante parte del electorado hacia Obama y compañía, se sintió desilusionado ante la falta de cumplimiento efectivo de varias promesas nunca concretadas, como la reforma migratoria. Es que el presidente, que no puede volver a postularse de aquí en más, iba a tener un segundo mandato sin el peso de tener que hacer buena letra para conseguir la reelección, y por ende con una mochila más liviana sería más fácil salir a batallar contra los republicanos en estas leyes clave, pero para frustración de muchos resultó ser tibio de las puertas para adentro. Sin embargo, en política exterior sí mostró más dureza que antes, enfilado en "la lucha contra el terrorismo" del Estado Islámico, frase norteamericana si las hay, esa misma que usó Bush para invadir Irak y Afganistán a principios de la década pasada. Siria y Rusia también son preocupaciones del presidente, mientras que ponerle fin al bloqueo a Cuba o cerrar Guantánamo, mejor ni hablar.
Obama significó la esperanza de muchos, no sólo por ser negro, joven y tener un discurso prometedor, sino también porque los estadounidenses venían de dos gobiernos de Bush que se fue con las cuentas en rojo, desempleo, dos guerras y atentados que dejaron al país en llamas. Las minorías, y entre ellas los latinos, claro, encontraron en él a la persona que podía alzar su voz en medio de la soledad. Sin embargo, la tibieza de Obama se vio reflejada en los comicios del martes donde hubo menos apoyo a los demócratas y baja participación, quizá, justamente, ante tanta desilusión.
Julian Assange, amado y odiado a su vez por la sociedad norteamericana, hace análisis interesantes sobre varias cuestiones internacionales, y entre ellas hace unos meses declaró que los demócratas tienen más fuerza y logran más cosas como opositores que cuando son gobierno. Y su planteo entra en este contexto, porque como gobierno (al menos en esta etapa) se quedaron a mitad de camino a la hora de cumplir con las promesas de campaña, pero desde el rol de opositores el progresismo sale de su pecho como nunca. Los republicanos, en cambio, son iguales adentro o fuera del gobierno y suelen salirse con las suyas excepto cuando la interna con el Tea Party hace flaquear su credibilidad.
Dos años le quedan ahora a los demócratas en el poder, sin el control del Congreso y sin posibilidad de reelección. Varias estructuraciones tendrán que hacer dentro del partido si quieren tener posibilidades en las elecciones presidenciales del 2016. Una de ellas va a tener que ser la de encontrar la manera de cumplir con las promesas, ni más ni menos.