Sergio Romero y el éxito en manos de Sabella
En la previa de la Copa del Mundo, el arco nacional era el puesto donde las incertidumbres le ganaban la pulseada a las certezas. El entrenador de Argentina se encargó de disipar las dudas: ratificó al misionero y le dio la confianza de ser el dueño de los tres palos. La noche lluviosa de Sao Paulo le obsequió su garantía.
Resistido, ignorado y hasta cuestionado bajo cualquier circunstancia. Sergio Romero vivió ayer por la tarde-noche su momento de gloria y consagración. Primero a Vlaar (zaguero central) y por último a Wesley Snejder; para darle a la selección nacional la clasificación a una final de Copa del Mundo después de 24 años.
Estudio y concentración. Analítico y perseverante. Adjetivos que resumen un presente soñado y anhelado. Este es Sergio 'Chiquito' Romero. El número '1' de la selección que nos hizo desparramar un par de lágrimas.
"Hoy vas a hacer historia", le repetía Javier Mascherano al oído y mirándolo con la angustia de una definición desgastante. Y cuanta razón que tenía el motorcito nacional.
Puño cerrado y grito al desnudo ante 30 mil argentinos que desgarraban su garganta después de décadas de sequía. El misionero cumplió un sueño, respaldado por la serenidad de un entrenador autocrítico y carnal, serio y laburador que marcará el destino del fútbol argentino.
En momentos donde nadie apostaba por la seguridad del arco, Alejandro Sabella jamás dudó y lo consolidó.Sus números en definición por penales no eran alentadores. Sólo había contenido un penal (Eliminatorias 2014 vs Perú en Lima).
En la retina quedaba la eliminación ante Uruguay en la provincia de Santa Fe por Copa América. Pero la tarde-noche de Sao Paulo le ofreció su revancha. Héroe y villano.
Dos estados que el futbolista ya considera como moneda corriente.
Dos situaciones que distan del dolor y la felicidad. Un sólo responsable: Alejandro Sabella.
Temperamento y personalidad. Coraje, valentía y una imagen postural que ilusiona. Sabella lo sabe y la Argentina, a esta altura, creo que también.