Ningún niño es una isla en el mar de lo verosímil
La última novela de Ian McEwan apuesta, nuevamente, a centrarse en la profesión del personaje principal- como ocurrió en Solar, Operación Dulce y Sábado- para narrar una historia con pausas y pequeños giros.
Fiona Maye es una jueza que vive en Londres y que vuelve a verse enfrentada a un caso en el que el triángulo entre la fe, la justicia y la moral se le presenta como desafío. Un encuentro que termina virando hacia una reflexión que la absorbe entre la ética y las pasiones.
Maye debe dictar una resolución en el caso de Adam Henry, testigo de Jehová de casi 18 años que requiere una transfusión para salvar su vida. ¿Él es capaz de rechazar el tratamiento médico como menor consciente y pleno de derechos o es su religión la que no lo deja ver el bosque que rodea la muerte o, en el mejor de los casos, una vida limitada?.
Pero en La ley del menor, editado por Anagrama (2015) con traducción de Jaime Zulaika, no sólo se trata de dictaminar si debe o no realizarse la transfusión a un paciente.
McEwan alerta al lector mínimamente atento desde un comienzo. Hay "algo más". La vida personal de la jueza funciona como colchón blando para las páginas duras de tecnicismos legales - que como ocurrió por ejemplo en Sábado- hacen que el autor construya un mundo verosímil en escenarios, diálogos y pensamientos para su personaje. En los agradecimientos, el novelista cita a Sir Alan Ward quien fuera magistrado del Tribunal de Apelación en Londres centrándose en casos que actuaron como disparadores para la historia.
La fe del personaje está puesta en hacer lo que cree correcto aunque muchas veces funcione como un "arrodilláte ante la justicia y creerás" ante un "bienestar" que adquiere cualidades filosóficas sobre qué es una buena vida. El menor no está aislado en ninguno de los casos que debe juzgar Fiona. No hay islas, hay relaciones y algunas que coquetean demasiado con los supuestos límites de lo "correcto".
El autor también apunta a señalar consumos culturales y posiciones para su personaje, a veces de forma más sutil, otras no tanto como cuando introduce la guerra civil en Siria a través de la noticia- claramente sesgada- de un diario, o el machismo en el ambiente profesional en el que se mueve la jueza.
McEwan utiliza su fórmula conocida; no es real pero claro que podría serlo. Y le suma ese "algo más" que hace que la historia no se quede en lo que puede predecirse cien páginas antes de que termine el libro. Como indica el autor el "deshielo no era rápido ni lineal" y la isla se mantiene a flote hasta el final.
La ley del menor, Ian McEwan
Anagrama, 2015
212 páginas
Original: The Children Act, 2014.