La cara del actor al comienzo de la escena es todo lo que se necesita para que una pieza publicitaria se convierta en el representante absoluto de la máxima que indica que no es tan importante que se hable bien o mal de algo, sino que se hable.

La irrupción en cuadro del supuesto vendedor de Megacable no hace más que profundizar hasta el subsuelo una situación que no podía caer más bajo.

Pero aun se puede seguir descendiendo, y el remate con el chiste del apretón de manos termina de darle el marco adecuado a una publicidad que entró en el registro de las más bizarras jamás realizadas.

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