Un barrio arrasado por el paco (y los medios)
Puerta de Hierro es una villa de Isidro Casanova que cuenta con 2 mil vecinos, que son víctimas a diario de la discriminación y la estigmatización de los medios de comunicación.
-Y vos ¿dónde vivís?
- En Puerta de Hierro – respondió tímidamente Damián, de 12 años, ante la pregunta del padre de un compañero de la escuela que lo había invitado a su casa a almorzar.
Al hombre, un pastor evangélico de González Catán, la cara se le desfiguró en un instante. Golpeó la mesa con toda su furia, le gritó a su hijo que jamás volviera a invitar a su casa a alguien de la villa, y remató apuntándole a Damián: “Y vos te levantás y te las tomás ya. No voy a permitir que un chorro y un villero se siente en mi mesa”.
Pasaron 22 años, pero, con sólo recordar la historia, Damián Bravo se angustia casi tanto como esa tarde en la que estuvo horas llorando en su cuarto, desconsolado frente a semejante acto de discriminación por el solo hecho de vivir donde vivía.
La misma discriminación que aún hoy sufren los más de 2 mil vecinos de Puerta de Hierro, una villa de Isidro Casanova, en el partido de La Matanza, creada a fines de la década del 60 por la dictadura de Onganía para albergar a cientos de familias que fueron obligadas a abandonar distintos asentamientos de la Capital Federal.
Es que en los últimos años el barrio no sólo fue arrasado por el paco. Hay otro fantasma que persigue a los vecinos. Y que a veces es más nocivo que la propia droga. El fantasma de la estigmatización de los medios de comunicación, que en Puerta de Hierro dejaron grabado a fuego el sello de la muerte y el narcotráfico.
Un cóctel tan perfecto para sumar puntos de rating o vender ejemplares de diarios y revistas, como injusto con otra realidad: la de la gran mayoría de sus habitantes que se gana la vida a pura dignidad.
El fenómeno es parecido al que sufrió hace unos años y aún sufre el barrio Ejército de los Andes, rebautizado como Fuerte Apache por un periodista que fue todo un paradigma del sensacionalismo: José de Zer.
“Noticias de ayer”
“Puerta de Hierro, el shopping de los adictos” y “Puerta de Hierro, donde el paco arrasa”. Así presentó por estos días Telenoche, el noticiero central de Canal 13, un informe al que no le faltó ningún capítulo del “manual” del buen amarillismo televisivo.
Claro que no fue el primero ni el único. Basta “googlear” Puerta de Hierro para leer en distintos medios una catarata de títulos como “La villa más peligrosa del conurbano; “Un barrio donde gobierna el paco”; “Las narcochicas de Puerta de Hierro” o “El barrio del paco”.
“Acá todos venimos golpeados desde pibes, porque siempre nos discriminaron. Pero ahora es mucho peor, porque son los medios los que nos estigmatizan. Para lo único que se acuerdan de nosotros es para decir que somos la villa copada por el paco, la villa del narcotráfico. Somos los marginados de los marginados”, se queja Damián, quien, atormentado por su propia experiencia, decidió dedicarse al trabajo social y a luchar contra la discriminación.
Desde hace siete años coordina el programa municipal Podés, a través del cual los adolescentes del barrio que tienen problemas escolares reciben una beca a cambio de asistir a clases de apoyo y talleres recreativos de radio, revista, handball y fútbol.
Son 130 chicos cuyas familias perciben 500 pesos mensuales con la condición de que cuatro días a la semana participen de alguna actividad extraescolar estipulada por el programa.
Tanto éxito tuvo que muchos chicos que no cumplen con los requisitos para beneficiarse con la beca, igual se inscriben para poder disfrutar de actividades recreativas a las que de otro modo no tendrían acceso.
Porque ellos también cargan con la cruz de haber nacido en Puerta de Hierro. Todos, en mayor o menor medida, tuvieron que someterse a las típicas humillaciones para sortear la inmediata condena que reciben por el solo hecho de mencionar el lugar donde viven.
Las más comunes son tener que cambiar la dirección que figura en el documento u ocultarla en una entrevista de trabajo, en la escuela y hasta en el trato cotidiano con los vecinos de otros barrios cercanos.
Florencia, que tiene 17 años y estudia en la Escuela Media N°21, de Ciudad Evita, no sólo debe soportar que sus propias compañeras la carguen con que vende droga porque vive en Puerta de Hierro. También que casi ninguna acepte las invitaciones que ella les hace para que se reúnan en su casa a hacer algún trabajo práctico. “Los padres no las dejan –explica Florencia-. Y a mí me pone re mal, porque siempre nos tenemos que reunir en las casas de otras chicas. Es muy feo. Te hacen sentir vergüenza”.
Lo mismo que hasta hace poco sentía Natalia, de 23 años y operadora socioeducativa del programa Podés, quien cuando llegaba al barrio en colectivo se bajaba una parada antes, intimidada por la mirada de los otros pasajeros. “Yo dejé de hacerlo, ya no me importa lo que piensen los demás, pero está lleno de vecinos que lo siguen haciendo. Prefieren caminar unas cuadras de más a que los otros se enteren que viven en Puerta”, explica.
La debacle del 2001
Conformado por un laberinto de estrechos pasillos y bautizado en honor a dos enormes portones de hierro que tenía en sus orígenes, el barrio aún hoy sufre las profundas secuelas que dejó la crisis que comenzó en la década del 90 y explotó en 2001.
Porque antes que el paco, a Puerta de Hierro llegaron la falta de trabajo, de educación, de salud, de infraestructura mínima. En fin, la ausencia absoluta del Estado, salvo para ejercer la represión.
Una testigo “privilegiada” de esa hecatombe social fue Graciela García, quien “se mudó” al barrio en 1983, luego de que la desalojaran de una villa de Lugano.
“A fines de los 90 junto a un grupo de mujeres arrancamos con una olla popular en la capilla del barrio. Había gente que si no era por nosotras literalmente no comía. Y cuando pasó lo de 2001 a veces no teníamos ni para la olla. Fue tremendo. Y con el hambre, la falta de trabajo y de oportunidades, vinieron el paco y todo lo demás”, recuerda Graciela, quien ahora dirige el centro comunitario Los Chicos de Puerta, donde funciona un merendero y una biblioteca.
En ese contexto, cientos de jóvenes expulsados del sistema, sin oportunidades laborales ni de ningún tipo, se entregaron a lo único que les quedaba a mano: una pipa para fumar pasta base o, por qué no decirlo, un arma para salir a robar.
Lejos de ser el todo, son apenas una parte emergente de una crisis con orígenes claros y conocidos. Pero siempre silenciados por los principales medios de comunicación, para los cuales es más vendedor mostrar el morbo de las consecuencias que ahondar en la complejidad de las causas.
Un caso emblemático de lo que sucedió con muchos chicos del barrio es el de Rubén, conocido como Pipeta, quien perdió varios amigos y a un primo, en medio de esa trágica mezcla de drogas y delito. También él casi se pierde, hasta que gracias a que ingresó en una cooperativa del Movimiento Evita logró superar la adicción al paco y encontrar un sentido a su vida. Se capacitó y actualmente trabaja haciendo conexiones de agua en el barrio 22 de enero.
“Yo sí que toqué fondo en el 2007, cuando era un fantasma caminando. Era vivir para consumir. Si no hubiera aparecido esta posibilidad de trabajar, hoy no estaría vivo”, asegura Pipeta.
Lento, pero seguro
Hace unos años que las condiciones de vida en el barrio están mejorando. La llegada de la Gendarmería bajó significativamente el grado de conflictividad, aunque el celo de sus efectivos a veces se convierte en atropello. Lili, de 14 años, denuncia que muchas veces la paran yendo a la escuela, le tiran todas las cosas que lleva en la mochila y hasta la obligan a levantarse la remera en público. “Es humillante. Dicen que están buscando droga, pero yo lo único que llevo son los útiles escolares”, se queja.
Si bien aún falta mucho –la gran deuda es la urbanización- y queda mucho por corregir, los propios vecinos coinciden en que lentamente la presencia del Estado está empezando a cambiar un panorama que hasta hace unos años era desolador por donde se lo mirara.
Se notan las mejoras gracias a la recuperación de los puestos de trabajo, la contención a través de planes sociales municipales y nacionales, estímulos para el acceso a la educación y la ampliación del servicio de salud.
Día a día, la dramática degradación social de Puerta de Hierro se está revirtiendo. Lo que no se revierte, sino que se agudiza, es la estigmatización constante. Aunque eso no salga en televisión. O sí.